II. LA NACIÓN EN LLAMAS ♨

𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦𝟢

El sol de un pasado medio día cubre la soberbia estructura de Qualifa. Un rayo resplandece sobre mi rostro una vez que salgo de ella. Faustino sigue sosteniéndome precariamente para no caer, pues mis piernas aún tiemblan ante la clara alucinación de Magnolia.

Un par de guardias preguntan si me encuentro herida, ya que en caso de necesitarla, la ayuda se encuentra más que lista para mí. Por supuesto que me reconocen. Ya no es un secreto mi presencia en la prisión. Reniego de la ayuda moviendo la mano. No puedo aceptarla, no cuando yo he contribuido a este desastre y los pocos soldados o guardias en servicio se alistan para ir en búsqueda de los presos que escaparon o del jet que huyó y destruyó media sección de piso de la cárcel con Mikaela Farfán y Jerte Wendigo a bordo.

¿Desde cuándo Jerar Wendigo mantenía contacto con Diego? Pero aún más importante ¿Por qué querría salvarlo?

Aquella forma en que Mikaela dijo que yo le pertenecía a ese seguidor me hizo sentir escalofríos, aunque lo más perturbador sin duda fue saber que ese rebelde posee motivos para declararnos la guerra.

Mis ojos se enfocan con clara furia en cuanto observo a Diego, Lebrón, Libertano, un demente. Qué más da como nómbralo en estos momentos. Yace esposado y muy sedado en una camilla inconsciente después de que claramente le hice pasar momentos muy malos a través de todo su cuerpo.

Por suerte, en cuanto notaron que no tendrían oportunidad de rescatarlo en su huida lo dejaron, siendo que la mitad de sus incorporados habían sido por igual electrocutados. Dejo que se lo lleven. Esta vez no protestaré en absoluto, después de todo, ya sé dónde se oculta Ichigo. Tuve razón cuando me dije a mí misma que él ocultaba algo retorcido y es que los prestigiados invitados de Libertad nos debían una explicación, pues curiosamente mi ciudadano se encuentra dentro de su nación.

A estas alturas supongo que ya se sabe lo que hice. Es imposible esconder mis actos ante cientos de fuertes y seguidores que han vislumbrado. Estoy dispuesta a aceptar cualquier castigo impuesto, aunque la idea de que mi hermano sepa que fallé me carcome. Espero que el contarle acerca de las memorias robadas signifique algo y es que este extranjero fue un preso toda su vida, siendo que presentó alguna especie de tortura o experimentación terrible que a decir verdad, desconozco.

Recuerdo lograr sentir su dolor y angustia cada vez que le pinchaban, pero sobre todo sentí su odio. Uno visceral que iba directo hacia el rey Vakrek Austria y por supuesto a mi abuelo Dafniel. Y es que sin temor a equivocarme, esa debe ser la razón por la que su afán a vengarse de ambos a recaído a su descendencia.

Su primer acto fue a través del príncipe Solomen tras querer darle muerte y fallar. Fue entonces por mi familia convirtiéndose en Diego, usando a Victoria para acabar con el sitio donde padeció tanto, creando una guerra entre naciones y lograr de esa forma su venganza, pero en algún punto lo aprendieron. Dafniel debió hacerlo, provocándole la media parálisis en sus piernas y devolvérselo a Libertad con Vakrek.

¿Sonaba acaso lógica esa teoría?

Las razones realmente ya no importaban, ni los huecos faltantes de esa historia, pues cual fuera su caso, el caos es inminente. Y no puedo, no debo, ni quiero permitirme sentir pena por su vida ni compadecerle por su aflicción, ni mucho menos justificar sus actos. No cuando todo ese sufrimiento lo usó para destruir en lugar de construir.

Suspiro por el día que todavía me espera transportando mi mirada a las afueras de la instalación donde vislumbro a Damián hecho un desastre. Discute con el coronel de la instalación a decenas de metros de donde me encuentro.

—¿Deseas que te traiga agua? Haré que un médico venga a revisarte —comenta mi amigo al tiempo que el caos existe entre soldados y presos heridos o muertos a la redonda.