𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣𝟪

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Todos los refugiados habían marchado a la instalación de Santiago, pues Borja debía hacer todo lo que yo exigía si es que deseaba que el trato con él se mantuviera vigente. Solo restaba en la propiedad los soldados fuertes que envió para contener el incendio, junto con los desertores que enterraban a su gente. Ben fue bastante afable y prudente para brindarme mi espacio. Él no sabía lo que significó para mi Hozer, pero comprendió que su pérdida me destrozaba.

Para esas alturas, nos llevó el resto de la tarde dejar el campamento. Ofrecí una flor (como buena tradición) al sitio donde el cuerpo de mi ladrón favorito yació con su nombre tallado en un pedazo de corteza de árbol clavado a la tierra. No deseaba partir dejándolo ahí solo, por lo que terminé sentada por una tendida hora en una grande roca hundida en mi tristeza, mirando como el atardecer oscurecía la tumba cuando a mí se unió Faustino. La roca era lo suficiente amplia para albergarnos a ambos. No dijo nada ni me miró, así como yo a él.

—Cuando estaba en el palacio durante el asedio e intentaba huir de los rebeldes y del fuerte que me traicionó, un guardia me golpeó a mí y a mi hermano. Le juré que le arrancaría la mano si se atrevía a volver hacerlo y entonces su arma apuntó a Ben. Yo fui más veloz y mi espada cumplió lo que le había prometido —comencé a contar con flagelo aquella historia que necesitaba sacar con urgencia de mi sistema, mientras ambos seguíamos contemplando la deriva—. Creí que lo había matado, pero... ese hombre estaba justo frente de mí. Pudo haberme disparado de haberlo deseado, pero yo le quité algo aquel día y él encontró lo mismo arrebatándome a Hozer. Yo lo herí y él lo hizo de vuelta —terminé de confesar mis culpas con crecientes lágrimas corriendo sobre mis mejillas.

Faustino solo continuó sin decir nada hasta que de la nada, su mano se sobrepuso a la mía con comprensión.

—Qué más da —resonó su voz consiguiedo que le mirara por lo espetado—. Cuando le dije a Hozer que tú no eras Ana sino nuestra reina, me dijo "Que más da. Salvo mi vida, salvo la tuya y arriesgo la suya en el camino" aquello que me hizo pensar en lo complicados que nos volvemos al crecer. Siempre tan desconfiados, desdichados, llenos de furia y frustrados y es tan triste que solo en estos momentos nos detengamos para realmente valorar y perdonar al resto de la gente que nos rodea. Pienso fervientemente que mi hermanito no murió, porque sí eres capaz de mantenerlo aquí —apuntó a mi corazón—. Y aquí —su dedo fue a mi cabeza—. Entonces jamás se habrá ido de verdad.

Sus palabras arrancaron una ligera sonrisa en mi rostro y conmovida, miré de nuevo hacia la tumba al tiempo que colocaba mi cabeza sobre su hombro y simplemente dejar que el silencio nos envolviera.

Es absurdo que solo con una muerte la gente se una. Tal vez, no lo sé, ese fue su propósito en la vida. Hozer impactó de forma permanente mi vida, pues de no ser por él, nunca hubiera conoció al resto. A ninguno de ellos.

—Es hora de irnos... Alte... Su Majes... "detuvo lo siguiente para pensar en cómo referirse ante mí.

—No te atrevas a pronunciarlo o haré que tu nariz luzca como la mía —ante mi comentario, una mueca de simpatía se formó en su rostro. Incluso para el eterno feliz de Faustino era muy pronto para sonreír.

—De acuerdo... Ofelia.

Se sintió de alguna forma extraño que se refiriera así, aunque la sensación fue buena. Me agradó que supiera quien era realmente. Partimos, no sin antes echar una última mirada a esa flor que dejé con un pedazo de mi corazón, susurrándole que no lo olvidaría jamás.

II. LA NACIÓN EN LLAMAS ♨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora