Capítulo 44

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Un mal presentimiento 

El plan de Mari era sencillo y, por coincidencia, tuvo todas las condiciones para que saliera bien, pero había un detalle que ella se había olvidado. Un detalle que había comentado con Elise.

La señal.

El mensaje tardó en ser enviado, como Marian dijo: la señal en el bosque no era buena, no obstante funcionaba. La rubia incluso subió a un árbol, pero no había servido, lo único que consiguió fueron rasguños en su piel y ropa.

Alan, o mejor, Adrian y Guillermo estaban más cerca de lo que imaginaban.

—Ay, no, joder —refuñó Keven— Lluvia.

Las gotas frías caían sobre el techo con fuerza. Marian se preguntaba si Dios creía que ella era una payasa para hacer un chiste así, no había otra explicación para que lloviera ahora.

Lara escuchaba el ruido y aspiraba el olor a tierra mojada con una sonrisa amplia, casi lloraba de emoción.

—Baño, por fin —dijo ella con ansias de sentir el agua correr por su cuerpo.

—¿Puedes correr? —le preguntó Mari.

Lara salió de su embelesamiento y contestó:

—Lo máximo que puedo es intentar andar rápido.

Mari estaba preocupada a pesar de que lo disimulaba bien. Su corazón acelerado exigía más oxígeno para que siguiera viva. El presentimiento de que algo malo sucedería le congelaba los músculos. Aunque se repetía que las cosas no podían ponerse peores, en el fondo sabía que, sí, podían.

—Okay, no podemos quedarnos aquí, ellos deben de estar cerca —miró a sus amigos y dijo—: Tomaremos otro camino y vamos lo más rápido que se pueda.

La piel llena de pecas de Keven se erizó cuando la lluvia fría e intensa empapó su ropa. Lara a pesar de estar temblando, agradeció por el agua sacarle el olor apestoso. Mari evitaba pensar en la lluvia y se centraba en ayudar a su amiga y no resbalar en la tierra mojada.

Pero el pelirrojo no tuvo tal cuidado, se resbaló en las hojas mojadas entre los árboles y terminó llevándose a las dos con él al suelo.

—¡Ay! —Lara se quejó con el rostro contraído — ¡Puta Madre!

Llena de tierra, se sentó y masajeó la región de su espalda que dolía, Ella había caído justo encima de una piedra.

—¿Estás bien? — preguntó Mari luego de sentarse. El lodo en su cabello escurría por su rostro. Se pasó la mano por la boca para quitar la tierra.

—Sí, es que el golpe fue duro —su amiga seguía con la mano en su espalda.

—Shhh... —intervino Keven agachado detrás de un árbol.

—¿Estás pidiendo que me calle? —Lara arqueó las cejas— Tú eres el responsable por eso.

—Callénse y miren —Él apuntó a la casa.

La sensación de que algo malo pasaría, volvía a picarle el culo a Marian. A pesar de que la lluvia densa dificultaba ver, aún era posible distinguir las formas y justo delante de la puerta de madera había dos hombres.

Eran ellos.

—Joder —susurró Keven.

—¿Y ahora qué hacemos? —interrogó Lara por lo bajo.

Los tres estaban muy cerca de la casa todavía, si hacían movimientos bruscos, corrían el riesgo de que los viera, además Lara no podía correr y con la lluvia y el suelo resbaladizo, huir de allí no sería una tarea fácil. Ellos eran presas fáciles, ya que ni siquiera conocían el bosque. Mari tragó saliva y contestó:

—Nos escondemos y esperamos.

Adrian y Guillermo observaban el entorno en busca de algo sospecho, la puerta estaba abierta y ella nunca quedaba abierta. Sus ropas empapadas y sus cabellos mojados por la lluvia gélida no ablandaban la rabia que aumentaba dentro de ellos como llamas.

Alguien había invadido la casa

—Fuck! —Adrían golpeó la pared de madera con violencia.

—¿Qué cojones hacemos ahora? —Guillermo se pasó la mano por la cabeza.

Adrian usó sus manos para quitar el agua que deslizaba desde su cabello hacia su rostro y en seguida ordenó:

—Entra y averigua todas las habitaciones, voy a buscar aquí fuera.

El licenciado sacó su arma y entró. Adrian quitó la traba de su pistola y volvió a la lluvia. Sus ojos entrenados para buscar el alvo que debía eliminar, examinaban cada rincón del bosque alrededor de la casa. No se le escapaba nada, por eso era el hermano asesino, el "monstruo del cuento".

A pasos lentos se acercaba a los árboles, el silencio era rellenado por el ruido de la lluvia que golpeaba con intensidad el suelo. El agua bajo sus pies, llevando tierra y hojas, formaba charcos y mojaba más su sudadera gris, pero él estaba atento a cualquier sonido o movimiento.

El corazón de Mari martillaba en su pecho. La falta de aire la obligaba a inhalar oxígeno por la boca y aún así no era suficiente, el agua helada deslizaba por su cuerpo y no sabía si temblaba de frío o miedo. Adrian estaba demasiado cerca de ellos, los ojos de la chica estaban clavados en el arma que sostenía. Si avanzaba un poco más, si se adentraba a los árboles, él los mataría.

Con el nudo en la garganta, se acercó a sus amigos y murmuró:

—En cuanto nos dé la espalda y se aleje, nos vamos.

Ambos asintieron. Los tres empezaron una oración mental, suplicaba por ayuda divina para que los protegiera.

Marian solo deseaba volver a casa con sus amigos y abrazar a su madre. Deseaba que ese infierno terminara.

Keven pedía con todas sus fuerzas para que salieran de allí bien, ahora que podía ser libre y amar sin temer no quería morir hoy, le quedaba mucho por vivir y por amar.

Lara... solo quería continuar con vida para ver a Guillermo y los Devley jodidos.

Cuando Adrian se giró, aunque no se había alejado lo suficiente, Keven no perdió tiempo y salió del escondite, luego Lara, que a pesar de estar débil la adrenalina le corría en las venas, Marian fue en seguida pues ya no había marcha atrás.

Pero Adrian captó el movimiento de los arbustos.

Se giró.

Y disparó.

Cuando la bala le perforó cerca del estómago, Marian cayó al suelo, golpeó la cabeza en una raíz expuesta y el agua que corría bajo ella ganó un color carmesí.


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Yo, mi profesor y el asesino [+18] ✔️BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora