Epílogo

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7 Años después


—Mari —La secretaria abrió la puerta del despacho y asomó la cabeza—, el escritor acaba de enviarte el manuscrito

—Vale, gracias. Después lo reviso.

Mari se había mudado de Sunfil, igual que sus amigos. Lara se fue a España y Keven a Reino Unido junto con Yury.

Ella se mudó a Brasil junto a su mamá y Lorena, su hija.

Sí, Marian era madre ahora.

Luego de salir del hospital, además de graduarse y buscar ayuda psicológica, ella también volvió con Dan y tuvieron una hija, Lorena, pero la relación de ellos tampoco funcionó ahora, así que se separaron.

Ahora estaba en Brasil y era directora de una editorial de éxito en el país, pero no dejó de cantar. A los veinticinco años alcanzó el futuro exitoso que deseaba: Salió de Sunfil, era una mujer que creía en su propio potencial y sabía lidiar con sus sentimientos.

Solo no tenía el marido que había pedido a los ángeles hace siete años.

Pero ya no hacía falta uno, ella era feliz sola.

En los últimos meses empezó con el proyecto de escribir un libro sobre su vida con la ayuda de un escritor.

Después de tanto tiempo escondiéndose para que la prensa no descubriera quien era la amante de Alan Devley, ella decidió mostrar al mundo su versión de los hechos y lo que Alan le había hecho en forma de libro que publicaría junto a la editorial en que trabaja.

Todavía quedaban dudas, como por ejemplo: ¿Que había sucedido realmente con Jane?¿Que había pasado con el hermano adoptivo de ellos? ¿Seguía vivo? ¿Había cambiado de nombre?

Sin embargo eso no le impidió escribir el libro, gracias a su fascinación con el mundo literario no le fue difícil usar la creatividad para rellenar los huecos junto al escritor que la ayudaba. 

Los hermanos Devley eran como una sombra, la marcaron de por vida; aunque las sesiones de terapia le ayudaran a cerrar las heridas, jamás se olvidaría de ellos y la cicatriz quedará por siempre en ella.

Por eso contará su historia al mundo, para por fin salir de las sombras.

Para Mari los Devely no eran héroes como algunos dijeron hace siete años, pero gracias a ellos ella tomó coraje y buscó ayuda. Hoy, Mari sabía lo que significaba el amor.

Y lo principal: Aprendió a amarse, a ser completa sin necesitar otra persona.

Aprendió que la relación con Alan no era amor, sino una anestesia para disminuir el dolor de las heridas emocionales.

El proyecto representaba más un cambio en su vida, y la felicidad en saber que pronto lo tendría en sus manos le arrancaba sonrisas.

Pero antes de revisar el manuscrito tenía que buscar a su hija en la escuela, así que tomó las llaves sobre la mesa de cristal de su despacho, bajó al aparcamiento del edificio y se dirigió al colegio.

Y cuando llegó a su destino la pequeña Lorena de seis años corrió hacia el coche de su madre y entró en la parte trasera con una sonrisa amplia.

—Hola, mami.

—Hola, hija ¿Todo bien? ¿Cómo fue tu día en la escuela? —Mari se dio la vuelta en el asiento para mirarla.

—Estoy bien... —la niña puso la mochila azul sobre el asiento y siguió—. Hoy le grité a unos chicos grandotes que molestaban a Lucas.

—Lore ¿Qué te dijo mamá sobre pelear en la escuela?

—Lo sé, lo sé. Es que Lucas comenzó a llorar y no me gusta ver a mi amigo triste. Y todo empezó porque él estaba jugando a las muñecas conmigo

Mari le dedicó una sonrisa y dijo:

—La próxima vez, háblale a tu profe ¿Vele? Nada de peleas.

—Okay, Okay. Ah y te tengo un regalo —La chica abrió la mochila azul y agarró una caja negra—. Me dijeron para entregarte.

—¿Quien? —preguntó Mari mientras la tomaba.

—No lo sé, mami. Dijo que era tu amigo. Era un hombre, rubio y de ojos azules.

Ella no tenía amigo rubio.

Marian se acomodó en el asiento del piloto y reposó la caja negra en su regazo. La tapa dura era adornada por dos calaveras en color oro; una era traspasada por un cuchillo y la otra tenía una serpiente en vuelta del cráneo. Había rosas alrededor de ambas.

Ella conocía aquel diseño, una de las calaveras era la misma que había en la cadena de Alan y eso la aterró.

Mari la abrió, las pétalas rojas artificiales al fondo de la caja desprendían un olor amaderado que ella jamás pensó que volvería a sentir. Dentro había una foto de Jaine, la madre de Alan, junto a un niño rubio de ojos azules.

Ella se acordaba de aquella imagen, estaba en la habitación de su ex profesor.

—¿Quién es mami? —inquirió su hija.

—No lo sé.. 

Con las manos sudadas agarró la foto y la puso en el asiento al lado.

—¿Es una braguita? Mami —Lore hundió las cejas, curiosa—. ¿Por qué tu amigo te regaló una braguita?

Ella no contestó.

Y sí, era una braga rosada, la misma que Alan se llevó cuando se conocieron en la iglesia; En el fondo, había un cuaderno marrón de tapa dura, la cadena plateada que el profesor le había regalado y un arma.

Mari tragó saliva y dejó de parpadear.

—¿Qué es eso? Mami —Lorena apuntó al arma—. Qué regalos raros...

Ya ni siquiera escuchaba a su hija.

Cada vez que detallaba los objetos, se daba cuenta que los Hermanos Devley jamás serían borrados de su vida. Se deba cuenta que seguían cerca incluso de su hija. Y que a lo mejor su historia con ellos no tenía un punto final...

Ella percibió que nunca conocería del todo a los hermanos. Muchas preguntas quedarían sin respuestas. Respuestas esas que solo un Devley tenía.

Después de siete años, ella volvió a experimentar la sensación de no saber lidiar con sus emociones. 

Su respiración se aceleró y ella empezó a contar hasta diez mientras abría la libreta. 

Dentro había un papelito negro con un nombre desconocido para ella que, además de hacerla temblar en el asiento, servió para rellenar los huecos en su libro:

Dentro había un papelito negro con un nombre desconocido para ella que, además de hacerla temblar en el asiento, servió para rellenar los huecos en su libro:

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Yo, mi profesor y el asesino [+18] ✔️BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora