Capítulo 14

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Salvaje


Alan Devley

Alan guardó las tarjetas en la cómoda y comenzó buscar la posición exacta de donde se encontraban los portarretratos; a pesar de los intentos de dejarlos aliñados, no hallaba el lugar correcto y terminó tirandolos al suelo.

Algunos se rompieron.

Otros tuvieron la suerte de chocar contra sus pies y mantenerse enteros. Y a la única foto que tenía de su madre le tocó esa suerte. 

Su gato negro, Plutón, lo observaba con curiosidad sin entender que hacía el loco de su dueño.

El profesor agarró el portaretrato y acarició los ojos azules de su mamá, luego el cabello rubio de su hermano menor; hacía tiempo que no lo veía en persona. Lo amaba, pero lo envidiaba por haber tenido la oportunidad que él quería: quedarse junto a Jane, su madre, sin que nadie lo amenazara sacarlo de allí. Aunque él tenía la suerte de no compartir sangre con su padre, ya que era adoptado, después de la muerte de Jane, Dimitri le dio el mismo destino: lo llevó a vivir en Rusia y lo atrapó en aquel infierno al que Alan se rehusaba a llamar hogar.

Devolvió la foto a la cómoda, se sentó en la cama y hundió los dedos entre sus mechones castaños; su cuerpo desnudo que hacía pocos segundos goteaba agua de la ducha, ahora estaba húmedo de sudor. Gruñó enfadado. La idea de que la chica lo odiara, o se sintiera mal por él haberle gritado le inquietaba alma, lastimaba cada uno de sus poros y aceleraba su respiración. 

Alan no pretendía hacerle daño, tampoco permitiría que la hirieran. Al final, su intención era protegerla y dedicarle a ella el afecto que le habían dicho ser su debilidad, ya que no había espacio para sentimientos en lo que hacía. Marian era su bocanada de oxígeno cada vez que necesitaba respirar mientras se hundía en un mar turbio y sin salida. 

Además, no le era conveniente pelear con ella. Eso arruinaría sus planes. La necesitaba cerca,  era el camino más rápido para llegar a Sara —su madre y secretaria del alcalde— así que debía arreglar la mierda si quería cumplir su objetivo en Sunfil, debía conseguir que lo perdonara si quería dejar de castigarse por haberle maltratado.

Marian no merecía su agresividad, aunque ella fuera la responsable por irritarlo. 

¿Quien le había dado permiso para husmear o para mover sus cosas de lugar?

Debía calmarse y pensar con claridad.

Se levantó de la cama, desató la toalla azul de la cintura y la dejó caer en el suelo. Desnudo, volvió al baño, su gato lo siguió, y se detuvo delante del espejo circular que había en la pared, arriba del lavamanos.

Su mirada demostraba arrepentimiento. Se arrepentía de no haberla follado duro en el baño de la heladería. Alan estaba loco por sentir de nuevo el cálido interior de la chica. Se arrepentía de haberla echado del cuarto cuando deseaba quitarse la toalla y escucharla atragantarse con su pene. Se arrepentía de haber usado la fuerza para echarla de la habitación en lugar de lanzarla en la cama, apretujar sus pechos, manosear sus nalgas, envolverla en sus brazos y disfrutar del calor que le hacía sentir especial.

Para Alan, el abrazo de Marian se sentía como el de su fallecida madre, un lugar donde podía ser libre, donde no necesitaba esconderse.

Para Alan, Marian era el amor que había perdido, el amor que en su pasado le obligaron a matar. 

Era consciente del riesgo al mezclar deseo y trabajo, sin embargo ya estaba intoxicado desde los primeros meses que la comenzó a vigilar; aquellos ojos castaños, aquellos labios delgados y suaves, su voz... Marian era un veneno sin antídoto, uno que si no controlaba la dosis, lo mataría, pero no podía dejar de probarlo.

Yo, mi profesor y el asesino [+18] ✔️BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora