Capítulo 37

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El miedo 

Había pasado una semana y Yury aún no había reunido el valor para hablarle a Keven.

Él se creía un idiota ¿Por que demónios le aterraba charlar con el pelirrojo? ¿Acaso no eran amigos? ¿Por qué se alejó justo cuando Keven más lo necesitaba? Se culpaba por abandonar al chico que lo abrazó cuando lloraba por Chooi, su padre desaparecido. Yury lo ignoró, le dio la espalda cuando todos de la ciudad le apuntaban el dedo y le miraban con asco. Esa no era la actitud de un amigo.

Ni siquiera abrió los mensajes que él le envió.

No sabía de dónde venía ese miedo, pero hoy lo afrontaría.

Estaba decidido: Ya dejaría de huir, de esconderse en el instituto para no verlo.

Cruzó la puerta que daba acceso al pasillo lleno de adolecentes; a cada paso sus manos se aferraban más a los tirantes negros de su mochila, sus ojos oscuros, fijos en el suelo, temía que hicieran contacto visual con él y viera la culpa impregnada en su alma.

Pero debía alzarlos si quería disculparse con...

—Keven —aferró sus manos a los tirantes y su respiración se aceleró.

El pelirrojo detuvo su conversación con sus amigas y se giró. Sus ojos avellanas ya no tenían la misma energía de antes, sus labios, su cara, su cuerpo... exhalaba tristeza y vergüenza aunque permaneciera inexpresivo.

—Hola —el pelinegro presionó con tanta fuerza los tirantes al decirle que el tejido empezaba a quemarle la piel.

—Hola... —dijo Keven que ahora tenía delante suyo el motivo de su ansiedad, no saber porque su amigo lo ignoraba le lastimaba .

Yury bajó los ojos, sintió que si no lo hablara ahora, moriría asfixiado allí mismo. Respiró hondo y dijo:

—Perdóname por... por haberme alejado de ti.

Keven permaneció callado, Lara y Mari observaban expectante y el silencio era rellenado por las voces de aquellos que andaban en el pasillo.

El pelirrojo suspiró, acomodó un rizo que le incomodaba y los latidos de su corazón se aceleraron. Había deseado tanto hablar con su amigo, pero no sabía cómo actuar en ese momento, lo odiaba por haber pasado de él, lo odiaba por no abrazarlo mientras lloraba.

Lo odiaba, sí que lo odiaba, pero también lo extrañaba.

Extrañaba hacerlo reír, extrañaba sentir su pelo lacio y suave entre, echaba de menos su olor... Sin embargo no sabía cómo manejar las emociones justo ahora

Encuanto Yury alzó la mirada, él contestó:

—Ok — y se dio la vuelta.

Los ojos negros y almendrados del chico coemenzaban a arder y su pecho se cumprimía.

—Tenía miedo —confesó con cierto desespero.

Keven dejó de respirar unos segundos y buscó en los ojos de Mari alguna respuesta que pudiera ayudarlo, y quedó clara la solución: debía encararlo, aunque resultara raro. Lo miró por encima del hombro y inquirió soltando el aire preso:

—¿De qué?

—No lo sé...

La lengua de Lara quemaba con ganas de intervenir en la charla, tenía buenas palabras ácidas, pero Mari le apretaba el brazo indicando que se contuviera. El pelirrojo dado los últimos sucesos tenía un remolino de sentimientos que luchaba por manejarlos sin dañara a nadie, sin embargo no le apetecía controlarse:

—¿Y yo? —Keven se giró y en tono moderado dijo—: ¿Crees que no tenía miedo? ¿Que no tengo miedo? me expusieron en público, Yury, y cuando te busqué, cuando busqué a un amigo, me ignoraste. Ni siquiera has visto mis mensajes.

—No lo hice por mal, enserio. No quería lastimarte.

—Nunca nadie quiere lastimarle a otra persona, pero siempre lastima; y no sirve de nada decirlo, no es como si eso lo resolviera todo y las cosas volvieran al normal. A lo mejor tuviste tus motivos para ignorarme, pero ahora me duele —puso la mano en su pecho—. No solo por ti, sino por todo lo que pasó. Me duele estar aquí y notar las miradas en mí. Lo único que quiero ahora es paz, joder, y no más problemas y dramas.

Los ojos negros estaban clavados en los de Keven y podía ver, sentir su dolor, sus ganas de trancarse dentro de uno de los cassilleros y no salir hasta que se olvidaran de su exsistencia.

—Solo... —Apartó el rizo pelirrojo que le caía en la frente— no quiero hablar de eso contigo ahora, okay.

Kaven se dio la vuelta y avanzó por el pasillo, sus amigas lo acompañaron. Lara, agarrada del brazo de Mari, se mordía los labios para no decir nada. Marian estaba callada, atrapada en sus pensamientos y recuerdos. La garganta de Yury se quemaba, las palabras atascadas luchaban contra su miedo para salir a la superficie. Al final, sí sabía de dónde venía el temor que le disparaba los latidos y le sudaban las manos, tenía nombre y apellido: Keven Jesús Torres Brown.

Keven era una amenaza para Yury, era un peligro que allí parado en el pasillo el pelinegro decidió encararlo y admitirlo de una vez.

—¡Keven! —gritó.

El pelirrojo se detuvo y se giró, Yury se acercó y confesó:

—Me gustas... me gustas mucho, por eso tenía miedo. Temía admitirlo, suena idota lo sé, pero nunca me imaginé enamorado de un chico.

El corazón de Keven se aceleró, sus ojos avellanas paseaban por el rostro del chico sin parpadear: su boca pequeña, sus ojos, su piel pálida y suave, su pelo lacio y negro que relucía la luz del día que se asomaba por la entrada del instituto. Parte de él se alegraba al escucharlo, lo extrañaba, lo quería, pero....

—No puedo —Negó con la cabeza, con un nudo en la garganta — ahora no.

Y se fue con sus amigas.


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Yo, mi profesor y el asesino [+18] ✔️BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora