Capítulo 6

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¿Charles? Por favor, baja esa estúpida persiana... ¿Charles?

¡Oh, Dios! ¿Dónde estoy? Miro a un lado y a otro y tardo unos segundos en asimilar que estoy en un hotel, y otros segundos más en recordar qué demonios estoy haciendo aquí. Me duele la cabeza horrores, me muero de sed y apenas tengo fuerzas para acerarme al minibar de la habitación. Me asomo al espejo del baño y, realmente, da miedo lo que veo. ¡Qué pena doy!

Un momento, ¿cómo llegué a la habitación? Lo último que recuerdo es a Nacho... Se ofreció a acompañarme. ¡Oh, no! Lentamente asomo la cabeza desde la puerta del baño y compruebo para mi satisfacción que la cama está vacía. ¡Uf, menos mal! Por un momento he creído que...

Empiezo a recordar algo más. Me despedí en las escaleras de la entrada del hotel, negándome a ser acompañada. ¡Dios, qué vergüenza! Quise subir con tanta dignidad que me tropecé varias veces con los escalones y antes de caer al suelo Nacho me sujetó... Sí, que vergüenza. Es curioso, pero recuerdo su cuello y su olor. Recuerdo a Enrique con mis zapatos en las manos. ¡He perdido toda la dignidad en este pueblo! ¿Qué imagen deben tener de mí? Debo disculparme con el muchacho de recepción.

Mi estómago ruge como si no hubiera comido en días, será mejor que pase por la ducha antes de comer algo. Adiós a mi reputación en este lugar.

Esta vez el agua castiga con dureza mi cuerpo, hoy no me es tan agradable. Enjuago mi cuerpo cansado y débil con el telefonillo en forma de micrófono antiguo. «Elvis, esta vez no vamos a tener sexo, señor micrófono. No me mire así, no tengo fuerzas para un orgasmo. O tal vez sí». Cierro los ojos y Nacho vuelve a mi mente, esta vez su olor, su cuello y su jersey de pico.

***

—Bueno días, Bel.

Levanto mis preciosas Ray-Ban para saludarla. Amo con locura estas gafas, puedo ocultarme tras ellas y sin perder el glamur.

—No muy buenos, Lena, llevo un resacón... Me he dormido, ¡tenía que empezar a las siete y me he dormido! He llegado a las ocho, pobre Enrique. Aunque ya me ha contado que llegaste acompañada... —Noto un pequeño retintín en esa última palabra.

—Tuvieron que acompañarme porque mi compañera, una chica que conocí ayer, decidió cambiarme por un hombre...

—Lo siento, Lena, cuando apareció Gael yo... Ya te contaré, es una larga historia.

—No te disculpes, solo espero que mereciera la pena.

—Pues la verdad es que no mucho.

—Después hablamos, que me muero de hambre. Iré a la cafetería de Leire y ha comprarme un calzado que se adapte algo mejor a este abrupto lugar.

—Seguro que encuentras alguna bota cómoda, lo que no te puedo asegurar es que conjunte con esos pantalones de pinza y esas blusas tan... ¿No tienes frío?

—¿Acaso crees que llevo este horrible plumón por gusto? —Toco la chaqueta con desprecio, aunque la verdad es que me encanta—. Sí, necesito comprarme algo de ropa que abrigue un poquito más.

—Yo acabo tarde, pero ves y visita a Sara, tiene cosas monas. O pídele a Leire que te acerque a la ciudad de al lado, encontrarás más variedad. O, si te animas, pídeselo a Nacho...

La miro levantado las cejas y negando con el dedo.

—No vayas por ahí, bonita, con Nacho no está pasando nada... Adiós, Bel, que tengas un gran día. —Antes de salir, saco de mi bolso unas ampollitas milagrosas para el cutis y le dejo dos sobre el mostrador—. Estas te devolverán tu aspecto y no parecerá como si anoche te hubieras bebido todas las reservas de alcohol de ese ruidoso lugar.

CUIDADO CON LAS EXPECTATIVASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora