Capítulo 25

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Reviso dos millones de veces que Dídac lleve el cinturón bien puesto tras tardar más de quince minutos en averiguar cómo ajustar la sillita de seguridad. ¿Por qué demonios hacen estos aparatos tan complicados? Se supone que son para salvar vidas, no para complicarlas...

¡Al fin! Todo correcto. Me siento algo extraña en este vehículo, jamás pensé que llegaría a conducir un coche familiar. ¡Quién me ha visto y quién me ve! Estoy muy alta, ajusto el asiento, retoco los retrovisores y empiezo a sudar. ¡Por Dios! Y eso que todavía ni he arrancado. Pongo el GPS. El parque donde se celebra la dichosa fiesta está a las afueras, y este aparato es más de fiar que las indicaciones de Leire, las cuales se basan en «existen carteles».

No se me da tan mal. No es mi Giulietta ni el Jaguar, pero es espacioso y apenas noto las molestas pataditas que Dídac está propinando en el respaldo del asiento. ¡Allá vamos! El navegador me marca cuatro minutos. ¿En serio? Podríamos haber ido andando. Apenas me incorporo a la carretera general, ya tengo que desviarme para adentrarnos en el camino que nos lleva directos al parque.

Este lugar... Estuve con Nacho en este lugar. Lo recuerdo pese a que estaba nevado. Recuerdo las mesas en forma de setas rodeando el parque infantil y el riachuelo, el puente pequeño de madera, la cascada de agua que ahora cae generosa... Sí, es la misma, pero estaba helada. Estuve aquí entre sus brazos observando una cascada de estalactitas. Me pareció en ese momento un lugar detenido en el tiempo, como si el parque entero hibernara... Y ahora está lleno de vida.

Empieza la taquicardia al recordar este lugar, ese instante en que Nacho...

—¡Tía Lena, aparca que llegamos tarde!

Vaya, qué oportuno el niño.

—¿Así que ahora soy tu tía? Ya vamos.

En cuanto quito la llave del contacto, oigo el ruido del cinturón. Me doy la vuelta y sale a toda prisa del vehículo sin darme opción a decir nada más. Pero ¿dónde mierda va este crío? Con las ansias, se ha dejado el regalo en el asiento de atrás. Me tocará a mí entregarlo.

Hay un montón de coches. Lo que me faltaba, una rave de niños gritando, una manada de padres alrededor de una mesa que imagino que es la de las bebidas y una concentración de madres saludándose falsamente recolectando regalos. ¡Me quiero cortar las venas! ¡Maldita Leire!

Se produce un silencio sepulcral a mi paso cerca del grupo de papis. Eso causa una reacción en cadena: las mamis, extrañadas por no oír las voces de sus maridos, desvían las miradas todas a la vez. TODAS. Es demasiado tarde para recular, así que me acerco con el regalo en la mano al grupo de esas mujeres que ya están encendiendo la hoguera donde piensan quemarme.

—Hola, vengo con Dídac. Leire no ha podido venir —digo dudosa de haber abierto la boca—. Traigo un regalo. —Y todas esas brujas siguen sin pestañear todavía. Sonrío forzosamente—. No sé quién es la madre de... —Doy la vuelta al regalo buscando el nombre del cumpleañero—. A ver... de... ¡Adrián!

¡Oh, no! ¿Adrián? ¡Dios! «Que no sea el Adrián de Nacho, por favor...», suplico interiormente. Levanto la mirada y se crea un pasillo entre todas, un pasillo que enfoca directamente a la bruja por excelencia, esa que remueve el caldero, la morena y exuberante ¡mujer de Nacho!

¡Voy a matar a Leire! ¿Cómo ha podido mandarme a la fiesta de cumpleaños del hijo de Nacho y esta petarda? ¡La mato! ¿Qué hago ahora? Soy carne de cañón.

—Gracias —agradece Maléfica falsamente—. ¿Helen? —Empieza a hervirme la sangre—. Te presentaré a las demás. Ella es la exmujer del arquitecto inglés que le hizo la casa a Cristiano Ronaldo, ese que esta semana sale en la revista Cuore ligero de ropa y muy bien acompañado.

CUIDADO CON LAS EXPECTATIVASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora