Se me hace extraño estar subida en este todoterreno y que no nieve. En el equipo de música suena los que oficialmente ya forman parte de nuestra banda sonora, los eternos Guns N' Roses. Ninguno de los dos habla, y yo desvío la mirada a la ventana, donde puedo ver pasar las calles iluminadas, los coches... todo a cámara lenta, como en una película. Mi mente me juega una mala pasada recordando cuando sentí su piel por primera vez en la parte trasera de este mismo vehículo.
Estar en este pueblo es lo mejor que me ha pasado, no quiero irme. Esto es lo que quiero y lo quiero con él. No puedo quedarme a ver cómo comparte la vida que imagino junto a ella... No puedo. Contengo esa lágrima que intenta liberarse acompañada de la balada Don't cry.
—¿Estás bien, Lena?
«No, idiota, ¿no ves que voy con la cara partida por tu culpa?», pienso mientras lo miro con cara de «¿tú eres tonto?». Le respondo con otra pregunta.
—¿Puedes parar allí?
No entiende nada, pero se dirige al principio del camino donde le he pedido que pare.
—¿Quieres bajarte aquí? —pregunta extrañado sin parar el motor.
—Los dos vamos a bajarnos aquí. ¾Y señalo el camino que lleva a la fuente.
Está oscuro, apenas hay luz en algún tramo que procede de las farolas de la calle de encima y se cuela por las ramas de los nogales del campo que separan el camino de las calles asfaltadas. Enseguida deduce mis intenciones.
—Venga, Lena. ¿Tiene que ser ahora?
Tomo aire y afirmo con la cabeza apretando los labios, que no se atreven a decir nada por miedo a mostrarse temblorosos.
Se baja del coche a regañadientes y emprende el camino, y yo tras él. Camina a paso ligero, disgustado. Le sigo de cerca, observando su figura. Cuanto más nos adentramos en el camino, más oscuridad nos envuelve. No es tan mágico ni bonito de noche, me da un poco de miedo. No tardo en tropezarme con el abrupto camino de tierra y piedras. Como siempre, sus reflejos no defraudan: pese a ir dos pasos por delante de mí, le ha dado tiempo a girarse y sujetarme para que no acabara de bruces en el suelo. De nuevo, estoy tan cerca que puedo olerlo. Y de nuevo sus latidos van igual de rápidos que los míos.
—¡Estoy bien! —me apresuro a aclarar mientras aprieto sus antebrazos, de los que me sujeto, y me recupero del susto.
Con la mano izquierda, saca su teléfono móvil del bolsillo y prende la linterna. Se camina mucho mejor viendo los agujeros traicioneros del camino. Sin darnos cuenta, recorremos el resto del camino como paseaban los enamorados de antaño, del brazo.
Tardo un poco en ubicarme, le quito la linterna y alumbro a un lado y otro. Debe ser por aquí...
Intento no perderlo de vista cuando diviso, a lo lejos y bajo la luz de la última farola que alumbra las escaleras que bajan al camino, a la anciana. ¿Qué hace aquí esa mujer? ¿Nos está espiando?
Apunto está Nacho de abrir la boca cuando se ve distraído por mis palabras.
—¡Es ella! ¡Otra vez!
—¿Ella quién?
—¡La anciana del Gucci! La mujer que me odia...
—¿De qué hablas? —Gira su cabeza hacia dónde apunta mi mirada—. Yo no veo a ninguna anciana.
—Está loca, siempre anda por este camino y me odia, sé que me odia.
—¡Oh, venga, Lena! Acabemos con esto, aquí mismo. —Se detiene porque sabe perfectamente que estamos frente al escrito—. Qué más da el lugar, el muro recorre todo el camino. Acabemos con esto ya.
—¿Ves cómo crees en esto? —le recrimino.
—Yo no he dicho que crea en estas chorradas, pero si querías venir al muro... Bien, aquí lo tienes, de punta a punta. ¿Y ahora qué? ¿Hay que decir algunas palabras mágicas o como funciona esto? —dice con todo el sarcasmo del mundo.
—No lo sé...
—Entonces, ¿qué hacemos aquí? ¿A deshacer qué? Para deshacer algo, primero tiene que haber existido... —Empieza a endurecer sus palabras.
—¡No seas borde! Me prometiste que lo harías.
—¿De verdad, Lena? ¿Es lo que quieres? ¿Que te libere de mí, de volver a encontrarte, de volver a tocarte? —Se posiciona frente a mí y toca mi pelo mientras acaricia mi mejilla con el dedo pulgar. Noto algo de desespero en sus palabras y cierro los ojos, mordiéndome los labios—. Lena, mírame. —Su cara se ilumina con uno de los destellos que asoma por las ramas de uno de los nogales. Sujeta mi cara entre sus manos¾. ¿Esto es lo que quieres? Necesitas dos palabras para poner punto final a lo nuestro y continuar con tu vida...
Es ahora o nunca. Tengo que besarlo y decirle cuánto lo amo y que no deseo irme ni que se vaya él; decirle que no puedo soportar pensar que otra lo va a tocar; decirle... Quiero decirle tantas cosas, pero la imagen del pequeño Adrián empaña cualquiera de las palabras que egoístamente quisiera decirle.
—Para que tú puedas continuar con la tuya, Nacho...
Sé que esperaba otra respuesta. He notado cómo la decepción se ha apoderado de su mirada. Ha dejado de sujetar mi rostro y ha dado un paso atrás, donde la oscuridad apenas me muestra su silueta, y, liberándose de mi brazo, se acerca al muro.
El corazón me va a mil. Esto llega a su fin. Después de esto, podremos seguir el rumbo de nuestras vidas sin vernos siempre atados al punto cero, donde nos encontramos ahora mismo. Podrá ver crecer a su hijo y yo...
—Está bien, Lena. Te libero.
En ese momento, la oscuridad parece engullirme y lo veo desaparecer a paso firme, sin mirar atrás. No reacciono hasta que pierdo de vista su silueta en la negritud. El miedo empieza a recorrer todo mi ser y salgo corriendo tras él. Esta vez, al tropezar, no estaba para sujetarme, y al cúmulo de magulladuras añado una rodilla rascada. Jamás había sentido tanto miedo, y sé que no es por la oscuridad. Intento ponerme en pie con la rodilla dolorida y las lágrimas apunto ya de llegar al río cuando de nuevo aparece la anciana, que me observa callada.
—¿Qué hace aquí, señora? —espeto entre lágrimas—. No es un buen momento para... ¾No me deja acabar la frase. Me odia. No sé qué le pasa a esta mujer conmigo. La anciana niega con la cabeza apretando los labios e inflando las fosas nasales.
—¡Todo es culpa tuya! —me grita mientras lanza el valioso Gucci contra mí.
Por suerte, he sido lo suficientemente rápida como para cazarlo al vuelo y evitar que impacte contra mi cara. Eso hubiera añadido otra magulladura a la colección del día.
No salgo de mi asombro y sostengo el bolso, perpleja. Suelto el aire con furia por la nariz antes de dirigirme a la maldita anciana y ¡no está! ¡Yo la mato!
Solo quiero que acabe este día. Necesito llegar a casa, darme una ducha y olvidar este día por completo.
Cuando llego al final del camino, allí donde empieza el asfalto, compruebo que el coche de Nacho no está, y no lo culpo. Así que, llena de magulladuras y con el bolso de una vieja, emprendo el camino a casa. A escasos metros del portal de casa, decido sentarme en un banco: me duele todo. Es entonces cuando me fijo en el bolso de la anciana. ¡Dios, es el mismo bolso que compré en Privalia el otro día por internet!
No puede ser, esta vieja tiene el mismo bolso que yo. La vieja loca tiene buen gusto. Dudo por un momento si curiosear su interior. ¡A la porra la ética! Decido abrirlo y ver qué lleva dentro.
Pero ¿qué está pasando aquí? En su interior hay un espejito cuadrado con tapa de latón dorado que me trajo mi amiga Eva de uno de sus viajes a Marruecos. Pone mi nombre en árabe y siempre es lo primero que introduzco en el bolso cuando cambio de uno a otro.
¿¡Qué está pasando aquí!? Este... ¡es mi bolso! Me deshago rápidamente de él lanzándolo contra el suelo asustada, quedando abierto e inmóvil a escasos metros. Lo miro. No puedo dejar de mirarlo asustada, confusa, con las manos tapando mi boca. Mi mente empieza a verse invadida por imágenes fugaces de Charles, de mi anterior vida, de Nacho, de la extraña anciana y de la maldita pitonisa... Se intercalan, se mezclan y, por fin, se ordenan, dando sentido a todo. Empiezo a sentir náuseas...
¡Oh, no! ¡Acabo de arruinar mi vida!
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CUIDADO CON LAS EXPECTATIVAS
ChickLit¿Puede una extraña mujer a las tres de la mañana después de unos cuantos San Franciscos, remover el pasado y cambiar mi vida para siempre? ¿Mi perfecta vida? ¡Maldita mujer Siempre tuve claros mis objetivos, mi vida en Madrid ha superado todas mis e...