Capítulo 8

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Un perro de ladrido estruendoso viene a recibirnos.

No me hace mucha gracia, pero lo disimulo muy bien con una leve caricia basada en dos golpecitos con la palma de la mano sobre su lomo. No obstante, lo hago sonriendo y con ganas de que alguien aleje a esa bestia peluda de mi lado. La casa de Leire está llena de luz, ventanales grandes y muebles abarrotados de cosas. Se nota que hay niños, pero el desorden no es desagradable del todo. Existe una extraña comunión entre el caos y el desbarajuste que adorna este pequeño inmueble. Sin embargo, huele muy bien, huele a vainilla ya desde ese portal.

—¿También tienes gato? —digo levantado una ceja sarcásticamente al ver aparecer un felino de rayas anaranjado por la escalera.

—¡Calla, Oto! —le grita al perro, que no deja de ladrar como un poseído—. Ella es Nina, nuestra preciosa gatita.

—Vaya... Qué bonito nombre para un gato... —La tonalidad irónica me delata. Por alguna razón, se me ha encogido el estómago al pensar en Nina Román.

Aprovechamos para cocinar algo juntas y comer tranquilas. Los hijos de Leire, Eric de tres años y Dídac de cinco, comen en casa de su suegra debido a los «maravillosos horarios laborales, que muy lejos quedan de una conciliación familiar», repite indignada Leire. Su marido no dispone de un horario fijo, así que vive sin saber jamás a qué hora aparecerá.

Pobre Leire... Acabo de llegar a la conclusión de que a cualquier cosa le llaman vida. ¿Cómo puede vivir única y exclusivamente para los demás? Jamás se ha puesto unos Louboutin, no ha probado las ostras ni ha pisado la arena del Caribe. Sin embargo, afirma que esas dos personitas y su marido le aportan todo cuanto ella necesita. ¡Ya! Y ahora se supone que me lo tengo que creer...

En la cocina poco puedo aportar. Además, empieza a ponerme nerviosa ver una cocina tan repleta de utensilios, los cuales ni siquiera puedo imaginar para qué se utilizan. Me gusta el estilo minimalista, cocinas zen sin apenas cosas a la vista... Total, no voy a utilizarlas. En mi casa la cocina es trabajo de la señora Lola, que cocina y se encarga básicamente de todo. No sé qué haría sin ella. No puedo imaginarme una vida como la de Leire. No me extraña que de entrada no derroche simpatía.

Leire parece motivada con esto de iniciar la búsqueda de alguien del pueblo.

—Estaría bien saber su edad si no recuerdas el nombre, por lo menos algo que puedas recordar...

Dudo si revelar el nombre del sujeto.

—No sé —apunto dudosa—, supongo que debe tener mi edad. Quizá algo mayor, pero no mucho más. Oye, Leire, lo cierto es que no sé si estoy buscando a un chico en concreto. Había más de uno y, cuando pienso en ellos, parece ser que todos tenían su encanto. He recordado un nombre, pero no sé si puede ser él. Lo demás que recuerdo son esas falsas sensaciones de niñata joven de hormonas revueltas.

—Venga, suéltalo... ¿Qué nombre? —me exige directamente sin rodeos y apuntándome con el dedo índice a modo de pistola.

—Estoy segura de que es el nombre equivocado. Por alguna razón solo recuerdo ese, pero tarde o temprano recordaré alguno más...

—¡Que lo sueltes, cansina! No ves que ya tienes lo más importante.

—Gael —digo en voz bajita y mirándola a los ojos, esperando su reacción.

Leire se lleva la mano a la boca sin decir nada a la vez que inhala aire fuertemente. Los ojos se le han abierto como platos y ha soltado el aire por la nariz con la misma fuerza. Espero su reacción, tal vez ella espere la mía.

Recuerdo ese nombre, pero no lo recuerdo a él. Vamos, que no creo que sea a él a quién estoy buscando. Por favor, no le digas nada a Bel. No estoy aquí para hacerle daño a nadie...

CUIDADO CON LAS EXPECTATIVASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora