Capítulo 22

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Me impacta verlo así.

Este no es el Nacho que yo conozco: ojos enrojecidos, mirada indescifrable, despeinado y apestando a alcohol puro, awhisky o tal vez a ron.

—¿Qué demonios te crees que estás haciendo, Lena?

No creo que sea el momento de hablar de nada dado su avanzado estado de embriaguez. Me apresuro a quitarle las llaves de las manos e intento abrir la puerta.

—Pues entrar en mi casa —contesto sin querer mirarlo.

—¿En tu casa? ¿Desde cuándo este lugar es tu casa?

No sé qué pretende, no voy a discutir con él.

—¿Estás borracho?

Pone el brazo en el marco de la puerta cuando ya la tenía abierta, obstaculizando mi paso.

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué apareces de nuevo? ¿Qué demonios quieres de mí?

—¿De ti? Pare el carro, señor agente. No estoy aquí por ti. Mi vida ha cambiado, yo he cambiado, y estoy aquí por mí, no te equivoques.

Aparto su brazo con desprecio y entro dejándolo atrás. Mi corazón late a más no poder. No entiendo qué ha venido a recriminarme.

—En eso tienes razón. Todo lo que haces lo haces solo pensando en ti... —Me hieren sus palabras, paro en seco y me giro para mirarlo con toda mi ira—. Pero Lena, a mí no me engañas, la gente no cambia. El ricachón de tu marido te ha dejado por otra y has venido a ver si el tonto de Nacho sigue loco por tus huesos.

No puedo evitarlo, sus palabras se me clavan como puñales afilados. Intento sujetar mi ira, pero la descargo y le giro la cara de una bofetada. Miro mi mano aterrorizada, confundida por mi reacción. Nacho apenas se inmuta, así que salgo corriendo escaleras arriba, llorando. Las lágrimas no me dejan ver más allá de mi nariz y no tardo nada en pisar mal un escalón. Apenas he subido un rellano y caigo a cuatro patas, golpeándome las espinillas contra los escalones, la cabeza contra la baranda y desparramando las llaves en el rellano. Los vecinos deben creer que soy una alcohólica o algo peor. Me dejo vencer por la rabia y la impotencia acurrucándome en un escalón contra la pared con la cabeza apoyada en las rodillas. Empieza la llorera. No me importa lo que los vecinos opinen, solo quiero llorar. Lloro sin consuelo, de dolor. Dolor de huesos y de cabeza, pero, sobre todo, de alma.

No sé cuánto rato llevo llorando. Tengo frío y tengo el culo entumecido de estar sentada; me duele todo. Por fin logro controlar un poco las lágrimas, que empiezan a disminuir su intensidad. Solo me quedan suspiros posllanto, esos que te llenan los pulmones y te vacían el alma. Será mejor que suba hasta casa. Qué vergüenza, alguien está recogiendo mis llaves. No me atrevo a mirar, no es una buena manera de conocer a los vecinos. Se sienta a mi lado y acaricia mi cabeza. Me estremezco entera.

—Perdóname, Lena. Deja que te ayude, lo siento mucho...

Es Nacho de nuevo, el bipolar Nacho. Tira de mí cuidadosamente hasta ponerme en pie. Mis piernas flaquean por el dolor y por llevar tanto rato encogidas soportando el peso de mi cabeza. Me sujeta al notar que estoy dolorida, pone un brazo por encima de mis hombros y yo quiero quedarme así eternamente. Dejo caer mi cabeza quedando acurrucada en el recoveco de su cuello, inhalando su olor, y noto cómo él hace lo mismo con mi cabello. Subimos los dos rellanos que quedan hasta mi puerta sin mediar palabra, apenas un par de suspiros.

Tras probar un par de llaves, consigue abrir la puerta. Me separo de él para entrar en casa, pero él entra tras de mí.

—Gracias —digo temblorosa.

—Quería asegurarme de que estás bien, ya me marcho.

Incluso borracho y despeinado, es el hombre más sexi del mundo.

CUIDADO CON LAS EXPECTATIVASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora