Capítulo 24

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¡Cómo no he podido darme cuenta! Para besar a Óscar tendría que haberme puesto de puntillas. ¡Estoy besando a Nacho! Abro los ojos como platos, me toca hacerme la loca.

—Nacho... Esto...

El pobre no reacciona, está confundido. Sin embargo, no retira su mano de mi cintura y tampoco quiero que lo haga, pero ahí va la súper Lena a cagarla como solo ella sabe.

—Lo siento, creí que eras Óscar.

¿Por qué demonios habré dicho eso? ¡Seré idiota! Su cara cambia radicalmente, su mirada se torna fría, retira su mano de mi cintura, niega con la cabeza mirando al suelo y posa su mano sobre el pomo de la puerta para salir.

—Yo también lo siento. Óscar estará encantado de recibir un beso así, pero date prisa, si te descuidas no será el único que reciba...

Empuja la puerta y sale. Me quedo inmóvil, no oigo la música. Alguien se dirige a mí, pero no logro escuchar nada. Busco entre la gente hacia donde apuntaba la mirada de Nacho y allí está Óscar, con una chica de no más de veinte años. Ella le acaricia el pelo y todo sucede lentamente: empiezo a oír la música a lo lejos, alguien me habla muy cerca, demasiado cerca, todo empieza a girar y empiezo a sentir náuseas.

Salgo lo más rápido posible empujando la pesada puerta y camino lo más ágil posible dado mi estado de embriaguez hasta llegar a la primera esquina, donde, sin poder remediarlo, vomito como una fuente. Definitivamente, la noche se me ha ido de las manos.

Me asusto cuando alguien sujeta mi pelo e intento escapar torpemente.

—¡Lena, soy yo, Sara! ¡Menudo pedo llevas!

Es Sara, mi amiga. Ahora me da por llorar al caer en la cuenta de que tengo amigas. Ella me arropa en sus brazos, limpia mis lágrimas con pañuelos de papel y busca un peldaño para sentarme mientras yo me ahogo en suspiros con sabor a vómito.

—Iré a buscar una botella de agua. —Me acomoda el pelo detrás de la oreja—. No te muevas de aquí.

—Gracias, Sara —empieza mi delirio—, por ser mi amiga. Yo nunca he tenido amigas. Sois muy importantes para mí. Os quiero, a Leire también, y a Bel. Os quiero a todas... —Típico discurso de borracho.

Aprieta mi mano antes de desaparecer en busca del agua mientras yo intento recomponerme. Busco una goma de pelo y lo anudo de cualquier manera. Froto mi cara con ambas manos; las imágenes del transcurso de la noche relampaguean en mi mente, así que la froto con más fuerza.

«Bravo, Lena, te has coronado. Has intentado ligarte a un yogurín que, probablemente, se acuesta con toda mujer que se preste; has acabado besando al hombre que amas diciéndole que querías besar a otro y terminas la noche borracha, vomitando, llorando y sola... Te has coronado de lo lindo, al estilo Lena».

Por fin aparece Sara con el agua, doy un par de tragos y, al devolverle la botella, me sorprende derramando toda la restante sobre mi cabeza.

—¿Qué haces? —le recrimino.

—¡Espabilarte! Hay un buen trozo hasta tu casa, no tengo coche y no pienso llevarte a cuestas.

Cogidas del brazo, caminamos juntas hasta mi nuevo hogar. Sara, la romántica empedernida de Sara, insiste en que, si realmente voy a rendirme para que Nacho pueda rehacer su vida y yo la mía, hay que deshacer la promesa del muro. Sé que suena a locura, a tontería. Sara cree en esas cosas, y yo, realmente, ya no sé en qué creer.

—El problema, Lena, es que en realidad no es lo que quieres.

—¡Claro que es lo que quiero! Él se merece ser feliz, y yo no puedo darle lo que la otra le da.

CUIDADO CON LAS EXPECTATIVASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora