Capítulo 29

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Nacho


Tardé apenas unos instantes en reconocerla cuando acudió, descalza e impertinente, creyendo que su soberbia la salvaría de la pequeña multa que le estaba recetando al ostentoso Jaguar de su famoso marido. Había cambiado mucho; apenas quedaban unas pequeñas pinceladas de la joven que conocí, aunque su belleza seguía intacta, algo disfrazada, pero intacta. Impactante, terriblemente sexi, descalza y vestida como sacada de una revista de moda de ropa de marca. Ella, como no podía ser de otra manera, no me reconoció. Ni siquiera mostró un ápice de duda, así que, en ese mismo instante, decidí no revelar mi identidad y hacer como que ella no era la muchacha ambiciosa de la que me enamoré y que yo no era ese idiota que la perseguía con la mirada. Total, creí que se marcharía en breve, que solo estaría de paso por el pueblo y que yo viviría recordando a esa joven a la que besé que vivía con grandes expectativas en la vida, de las cuales yo no cumplía ninguna. Sus arrogantes aspiraciones me persiguieron siempre. Dejé atrás al chico flacucho y tímido, y no paré hasta conseguir reflejar en el espejo el hombre que soy, ese hombre que jamás ha vuelto a ser rechazado por ninguna mujer y que no necesita cumplir las expectativas de nadie, tan solo las mías.

En esa mujer superficial se había convertido Lena: ropa de marca, joyas, coches lujosos y marido millonario. Supe que estaba casada en cuanto pisé la oficina tras multar el Jaguar en la zona azul. Por alguna razón, quise investigar a quién pertenecía ese magnífico coche. Podría haber sido suyo sin más, pero algo me decía que tras ese automóvil había alguien como él y no alguien como yo. Seguidamente, tecleé su nombre en Google y obtuve más información de la que realmente me interesaba. Estaba claro: ese hombre de apellido inglés cumplía todas sus expectativas y ella estaba viviendo la vida a la que siempre había aspirado. Me miré en el espejo. «Yo no necesito estar a la altura de nadie», pensé, así que cerré el ordenador y abrí de nuevo mi herida. «Esta mujer no va a trastocar mi vida de nuevo, si es que se puede trastocar aún más». Observé el anillo en mi mano izquierda, volví a mirar el ordenador ya apagado y decidí quitármelo y guardarlo en el primer cajón del escritorio de la comisaría: mi matrimonio estaba en stand-by. En realidad, en ese mismo instante, mi matrimonio había llegado a su fin.

Por alguna razón, siempre soñé con volver a este pueblo, y en cuanto me surgió la oportunidad no me lo pensé dos veces. Volví siendo otro, pues no quería volver siendo la persona que fui. El pueblo me recibió estupendamente. No es que necesite la aprobación de la gente, pero admito que el respeto que me tienen, la admiración y el cariño que recibo me hacen sentir bien. No soy un don nadie, soy Nacho. En realidad me llamo Juan Ignacio, pero para todos soy Nacho. Ya no paso desapercibido, lo sé, especialmente entre el sector femenino. Y no es por echarme flores, pero desde que llegué a este pueblo he tenido insinuaciones, ofertas amorosas y hasta incluso me atrevería a decir que alguna se ha pasado con el acoso. Y es que es un pueblo muy pequeño; pese a que todos se conocen, hay millones de secretos que jamás verán la luz.

Inicié una relación con Esther en un intento por salir de la relación tóxica en la que se había convertido mi matrimonio. Ella era la única que sabía que en Zaragoza había dejado mi vida anterior, un matrimonio a medio romper y un hijo que no entendía por qué su padre tenía un trabajo tan lejano y solo lo visitaba los fines de semana alternos. Me pareció lo correcto contárselo cuando la relación empezó a afianzarse o eso creía yo, hasta que descubrí que me engañaba con Gael, el gilipollas de Gael. En realidad, la infidelidad la sentí por parte de él. Conozco a Gael desde que éramos adolescentes, formaba parte del grupo de chicos con el que solía veranear en el pueblo. No teníamos mucha afinidad, pero formaba parte de los considerados mis amigos del pueblo.

CUIDADO CON LAS EXPECTATIVASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora