Capítulo 26

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Apenas cruzamos el umbral de la puerta de la casa de Leire, nos aborda el molesto chucho con su ladrido ensordecedor. Dídac corre a alzarlo en brazos, lo acaricia y lo besa. Así consigue que la bestia parda que apenas levanta un palmo del suelo deje de ladrar como un poseso.

—¡Aquí llegan los fiesteros! ¿Cómo ha ido? —se interesa Leire bajando las escaleras.

Me dispongo a clavarle una de las miradas más malignas y dañinas antes de contestarle cuando Dídac decide explicar su versión de los hechos antes que nadie.

—¡Mamá! Adrián no quería irse del pueblo y nos perdimos en el camino. Había muchos ruidos y animales salvajes. ¡Me pareció ver un león! Tuvimos miedo, él más que yo. Yo me caí, pero este rasguño no me duele. —Para la conversación para levantarse el pantalón y mostrar la herida—. La tía Lena vino a buscarnos, pero también tenía miedo, así que al final nos salvó el papá de Adrián. No iba vestido de policía, pero nos salvó a todos. A la tía Lena tuvo que abrazarla mucho rato porque tenía mucho miedo.

—¿¡Qué!? —Leire no da crédito a la historia del niño.

—Ahora te cuento yo mi versión antes de que te de algo —le digo sujetándola por ambos brazos.

—¿Que os perdisteis? —Mira al niño con los ojos bien abiertos—. ¿Que hubo abrazos? —Esta vez dirige su mirada a mí, con las cejas levantadas, en busca de una explicación.

El niño asiente con la cabeza sonriendo con el perro en brazos mientras yo no sé ni cómo empezar...

—Dídac, mi amor, a la bañera. Aprovecha que papi está bañando a tu hermano y ha llenado la bañera de espuma.

—¡Bien! —exclama con esa euforia y energía que solo un niño puede tener a esas horas después de un día intenso. Suelta al perro y vuelve para abrazarse a mi pierna; parece ser que le gustan mis piernas—. Gracias, tía Lena, por llevarme a la fiesta. Adrián dice que volverá al pueblo como tú, cuando sea grande.

Le doy un beso en la cabeza y desaparece escaleras arriba dejándome con una sonrisa tonta.

—Está bien, teletubbie, pasa para la cocina y suéltalo todo.

—¿Teletubbie?

—¿Acaso no vas repartiendo abrazos por ahí?

—¡Yo no! ¡Ha sido él!

—Chsss. Baja la voz. Quiero todos los detalles.

***

—Y por eso, después de darle muchas vueltas, he decidido que tengo que ser yo la que se vaya del pueblo.

—¿Estás loca? Ni hablar, no me parece la mejor opción.

—Leire, seamos realistas. Él tiene su vida aquí, le encanta el pueblo, no quiere marcharse y su hijo tampoco. Todo esto es culpa mía, se marchan porque ella no soporta verlo cerca de mí. Así que, si el problema desaparece, o sea yo, podrán seguir con su vida y todos contentos.

—Contentos, ¿quién? ¿Acaso tú te vas contenta? ¿O contento él, que se queda con una mujer que no ama?

—No digas eso, Leire, claro que la quiere. Tienen un hijo en común. Si no la quisiera, no habría vuelto con ella.

—¿Acaso tú quisiste a Charles todos esos años? —Esta Leire siempre me deja sin argumentos—. Te estás equivocando, los dos os estáis equivocando.

—Tal vez. Aunque no pienso irme sin que deshaga la promesa del muro.

—¡Por dios, Lena! ¿Otra vez esa tontería?

CUIDADO CON LAS EXPECTATIVASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora