Capítulo 12

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¿Gael?

Tenía la esperanza de que fuera un tipo desagradable a la vista, que tuviera sobrepeso, los dientes manchados... Vamos, ¡que no fuera como es! Ahora sí me cuadra que sea argentino. Lleva el mismo estilo de pelo que el cantante Coti, debe formar parte del canon de belleza en esa tierra. Pero es guapo a rabiar y lo sabe, con esa bonita sonrisa de dientes perfectamente alineados. No tiene un cuerpo de escándalo como el de Nacho, pero no le sobra ni le falta nada... Ahora entiendo que todas hayan sucumbido a semejante espécimen. No alcanzo a distinguir el color de sus ojos, o sí... muy claros. Quizá debería hablar con él en vez de repasarlo una y otra vez.

—Cuando me dijeron que una rubia de escándalo había llegado al pueblo, lejos estaba de imaginar que eras vos. ¿A dónde diantre dejaste a aquella morena sin apenas curvas que nos visitó hace años?

Ni siquiera sé qué contestarle. Por un momento, he creído que preguntaba por Eva o por Andrea, pero se refiere a mí. ¿Así me veía, una morena sin curvas?

—La gente cambia. Tú, sin embargo, estás igual. Le miento para devolverle la grosería, porque sigo sin recordarlo.

—Lo sé, la naturaleza es generosa conmigo.

¿Será petardo este tío? Menudo engreído. Vale, no hay conexión, listo, que vuelva Nacho. ¡Me quiero ir ya!

—Me alegro de que te sientas bien contigo mismo —comento levantando una ceja, a ver si lo pilla.

Intento localizar a Nacho y me alzo de puntillas; ha desaparecido del perímetro. Espero que no me haya dejado sola aquí.

Gael se da cuenta de que intento esquivar su presencia e intenta arreglar la situación.

—Vale, de acuerdo, empecemos de nuevo, esto no va bien. Hola, me vas a disculpar, pero no recuerdo tu nombre... —Pone cara inocente.

—Lena —le suelto a secas.

—¡Oh, sí! Lena, ahora me acuerdo —miente—. Discúlpame, de verdad. Empecemos de nuevo, ¿OK?

No sé si empujarlo por las escaleras o darle otra oportunidad para que se presente en condiciones. ¿Dónde se ha metido Nacho?

—Cuánto tiempo sin vernos, Lena. ¿Me recuerdas? Soy Gael, nos conocimos hace unos años en la plaza. ¡Qué bueno verte! Estás «relinda».

¿Será payaso? Juraría que está forzando un poco más de lo normal el acento argentino, o a lo mejor soy yo, que no estoy nada receptiva. No es desagradable del todo; tiene un extraño encanto e intenta ser amable. Tenía tantas ganas de que fuera un hombre feo y borde, que no sé bien cómo reaccionar. Será mejor que esconda el hacha de guerra.

—Ahora sí. Hola, Gael —digo asomando la sonrisa—. Encantada de volver a verte. Le extiendo la mano y nos saludamos como dos personas civilizadas.

—¿Puedo invitarte a una copa —se acerca— o has venido con alguien?

Sin más, invade mi espacio personal retirándome un mechón de pelo lentamente, gesto con el que consigue sonrojarme. Sé que lo ha hecho a propósito. Argentinos...

—Yo... De hecho, sí, estaba con...

No logro acabar la frase cuando nos vemos interrumpidos por Bel, que, al parecer, ni se ha percatado de que soy yo la que está junto a Gael; viene cegada por los celos.

—¡¿Así que ella es la rubia con la que me has estado engañando?!

Ni siquiera me mira; me ha señalado con el dedo amenazante y ni siquiera me ha mirado a la cara.

CUIDADO CON LAS EXPECTATIVASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora