Inverosímil, no podía dar crédito a lo que Manuela me estaba contando, no podía imaginarme a su hijo, pero imaginé al mío junto a mi cama masturbándose (ehh ya empezamos con los pensamientos lujuriosos Lucía).
A pesar de absurda la situación, me sentí ligeramente excitada al pensar en ese miembro duro y eyaculando semen fresco a esas tempranas horas de la mañana junto a mí, la insti a que me siguiera contando:
LUCÍA—¡Ay, Manuela! … ¿Pero que hiciste?
MANUELA—¡Bueno me senté en la cama y lo llamé a mi lado, … Obvio!
LUCÍA—¿Lo regañaste? …
MANUELA—¡No! … él escapó corriendo de mi habitación … se asustó y se avergonzó …
LUCÍA—¡Ay, Manuela! … ¡Continua! … ¿Qué hiciste?
MANUELA—¡Fui tras él! … Así desnuda cómo estaba lo seguí a su cuarto …
LUCÍA—¡Pero, Manuela … no te puedo creer! … ¿Cómo que lo seguiste desnuda?
MANUELA—¡Oh, querida Lucía… no tenía otra opción!
Se acerco con tanta vehemencia a mi rostro, que podía sentir la tibieza de su respiración en mi cara a centímetros de mi boca, arqueaba sus cejas y apuntaba su dedo como subrayando sus palabras:
MANUELA—¡No podía dejar que mi muchacho se sintiera avergonzado y en culpa! … ¡Quizás sintiéndose sucio por haber visto a su madre desnuda y haberse excitado! … Cómo madre tenía que ayudarlo a superar esa situación … tenía que ponerme delante de él y decirle que no se debía avergonzar por algo tan natural como la masturbación …
LUCÍA—¿Y … que más? … ¿Qué paso después, mujer?
MANUELA—¡Pues tuve que ayudarle a reponerse! ¡Tuve que explicarle muchas cosas y hacerle notar otras! … ¡Me siento orgullosa de haberle ayudado!
LUCÍA—¿Pero en que modo le ayudaste? … ¡No te entiendo! … ¡Hazme comprender cómo lo hiciste!