40. La ayuda

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Tocó la puerta con fuerza, pues aunque el timbre lo presionó tanto tiempo nadie abría, escuchó unos pasos aproximarse, sintió alivio cuando vio a su amiga, aunque apenas podía sostenerse en pie.

– ¡Wanda! – Exclamó entrando y cerrando tras ella, tomando a la castaña de su torso – ¿Estás ebria?

– Solo tomé un poquito – Respondió con fastidio queriendo alejarse de ella – Quiero estar sola Yelena, veteeee – Arrastraba las palabras e intentaba soltarse

– ¿Estás loca? – Reclamó viendo su mano mal vendada – Mierda, estás sangrando, Wanda

– ¡Largo de aquí! – Exclamó intentando hablar bien – ¡Déjame!

– No – La tomó de los hombros viéndola a los ojos – Ahora mismo te vas a dar una ducha y vamos a vendar bien esa mano, Maria dijo que Natasha estaría aquí

– Me deshice de ella – Dijo rindiéndose ante la rubia y dejándose llevar a una de las habitaciones – Ni ella ni mis hijos pueden verme así

– Wanda, tú misma no puedes estar así... – Suspiró intentando que su amiga no se caiga – Por favor, tienes que..

– ¡¿Por qué nadie entiende que mi vida se acabó?! – Gritó en una queja – No me importa nada, Yelena, todo por lo que he trabajado y me he esforzado estos años se terminó

– Lo sé, Wanda, lo sé – Suspiró acariciando su cabello y limpiando las lágrimas de sus ojos – Entiendo perfectamente lo que tu fábrica significa para ti, pero tampoco te puedes dar al abandono, piensa en soluciones en vez de estar ebria ¿Por qué no te apoyas en quienes te queremos?

– ¡¿Tú también?! – Soltó con fastidio – Ya Natasha vino a darme su estúpido discurso y tienes suerte de que apenas pueda caminar, porque si no...

– Sí sí sí, ya cállate – Emitió de mala gana metiéndola a la bañera y activando la llave

– ¡Está fría! – Se quejó

– Pues te aguantas – Dijo rociándola desde la cabeza hasta los pies, mojando toda su ropa – Voy por ropa seca, no se te ocurra moverte de aquí – Advirtió

– Aquí no hay nada, esta casa está vacía – Emitió con el ceño fruncido viendo como la bañera se llenaba

– Ya sé, por eso fui a tu casa para sacarte una maleta con ropa, todo esto a escondidas de tu esposa – Suspiró

– Deberías irte como ella – Le volteó el rostro dejando su mano sangrante fuera de la bañera

– No lo haré, así me trates horrible o digas lo que digas, te conozco Wanda y sé que te gusta ahogarte en tu propia miseria, pero no voy a dejarte sola, aunque lo expreses en voz alta, sé que solo quieres que alguien te sostenga – Emitió acariciando su cabello y regulando la temperatura del agua para que esté tibia – Voy a ver con que te curo la mano, ahora vuelvo, no te muevas – Advirtió levantándose del borde de la bañera

Wanda sintió como el agua empezaba a cubrirla se abrazó a sus rodillas sintiendo que el alcohol aún presente en su cuerpo ya no le afectaba tanto, aunque creía que la sensación no se iría tan rápido, pues no había comido en todo el día, la venda en su mano estaba llena de sangre por haber forcejeado con Yelena, suspiró pensando en que ciertamente no se iría de su lado, era en serio su mejor amiga, la conocía perfectamente bien, muy en el fondo sabía que lo mejor para Natasha y sus hijos en este instante era no estar, de todas formas, todas esas últimas semanas era como si no lo estuviera, en especial con su esposa, ya no tenía nada que ofrecerle a ninguno, debería solo dejarlos en paz y largarse muy lejos a sufrir su miseria, era lo mejor para ellos, no podía tener una familia con la vida arruinada, lo había perdido todo.

El aroma de la coincidencia | WandanatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora