Capítulo 11. Secretos al descubierto

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Tras una noche sin poder dormir Lisa amaneció, sorprendentemente fresca. Había pensado una y otra vez en Jennie, Rosé y el tipo de la discoteca. Por no hablar de todas las tonterías que había armado, imaginándose cuantos novios habría tenido o cómo habrían sido. Pero después lo había descartado. Seguía siendo Jennie, ella no tenía experiencia en el ámbito. Y ella misma lo había afirmado esa noche. Era estúpido estar pensando en esas cosas, se dijo antes de decidirse a dormir un poco.

Al levantarse y desayunar no pudo evitar volver a pensar otra vez en el mismo tema. Para despejarse quedó con Rosé para jugar a baloncesto un rato. Y no hablaría de Jennie.

Se estaba montando una película por nada, pensó. Que sea una mujer y ella lo hubiese ignorado hasta el momento, no la hace más atractiva que las otras. Lo que le ocurría era eso, que no estaba acostumbrada a esas conductas femeninas. Si se daban más a menudo acabaría acostumbrándose y dejarían de importarle.

...

Jennie durmió plácidamente más horas de las que había dormido en toda esa semana. Por suerte no tenía clases y pudo dormir, cosa que necesitaba con urgencia. Hizo algunas tareas, comió relajadamente y se preparó para la noche. Necesitaría de toda su paciencia – que era muy poca – para no acabar echándole en cara mil cosas a la engreída millonaria que había alquilado el local. Quiso estar horas antes de que empezase todo para asegurarse de que todo saldría como debía y pasó la tarde arreglándose para estar perfecta. Al llegar al local se lo encontró abierto cosa que solo le sorprendió en parte. El gerente era tan obsesivo con la perfección como ella. Sin duda su jefe se había encargado de contratar a dos obsesivos–compulsivos adrede para que cada detalle estuviese solucionado antes de que pudiese estropear lo más mínimo.

- ¡Tony dime, al menos, que has dormido en tu casa! – bromeó Jennie acercándosele.

- Sí, y hasta me duche y me cambie de ropa – se burló como si hubiese hecho todo un sacrificio.

- ¿Qué haces aquí tan temprano? – le regañó ella con un tono tierno.

- Hago inventario de las cosas que hay para la fiesta. Las cosas que se van a romper, o sea, ¡todo! Y lo que necesitaremos para mañana poder abrir como siempre – explicó Tony sin dejar de mirar los papeles en sus manos – ¿Y tú?

- Llevo todo el día pensando en bajar un poco las luces para que no se vea el local tan vacío, así que vine a hacer unas pruebas. Y por cierto, el inventario lo tienes listo desde la semana pasado ¡Deja de agobiarte! – ordenó Jennie comprensiva. Tony suspiró y desvió la mirada de sus papeles.

- Veamos esas luces. Te veo distinta – observó extrañado.

- No llevo escote – explicó Jennie sin más.

- Sí, es eso – corroboró sin darle importancia, caminando hacía el control de luces.

...

Lisa había quedado con sus amigos, como cada fin de semana. Se encontró con Sana, como cada fin de semana. Y se perdió con ella, como hacía últimamente cada fin de semana.

- ¿Vamos a mi departamento? – casi rogó Sana.

- No. Más tarde. Aún es temprano -espetó Lisa mirando hacía todos lados como si buscase algo mejor en lo que ocupar su atención.

- ¿Y qué hacemos entonces? – preguntó berrinchuda.

- Tú puedes hacer lo que te pegue la gana. Yo acabo de ver a alguien que me dijo que no saldría hoy y ahí está ¡Entrando en Empire! – exclamó sorprendida Lisa antes de salir corriendo, dejando a Sana atrás.

...

Hacía horas que había empezado la fiesta y salvo algún que otro percance, todo estaba saliendo perfecto pero la maldita tipa que había pedido que se armara tal evento, aún no daba la cara. Jennie estaba aún más furiosa que antes. Y creía que eso no era posible. Pidió a todos que cuando llegase se le avisara, ya que ella debía darle la bienvenida o una patada en su pomposo trasero, que es exactamente lo que quería.

¡No podía ser! Uno de los chicos de seguridad acompañaba a Rosé como había pedido ella que se hiciese con la que pidió la fiesta. Y para cerciorarse de que era ella, quedándose sin esperanzas, vio como el hombre hacía gestos avisando de que esa era la tipa que esperaba. Oh no Rosé!!

Jennie no era de las que dejaban ver sorpresa en su rostro, así que caminó a lo largo de la amplia pista, cruzando el local casi por completo hasta estar frente a ella, cara a cara. Un momento de tensión antes cuando se habían visto, se paralizaron ambas, pero ella se recompuso con una sonrisa e hizo su trabajo.

- ¡Bienvenida Señorita Park! Espero que todo sea de su agrado – repitió con monotonía dejando claro que lo hacía muy a menudo y no era nadie especial.

- ¿Jen? ¡Ahm!... – farfulló Rosé mirándola de arriba a bajo.

- Jennie Kim a su servicio durante una noche. Creo que ninguna de los dos sabía el apellido de la otra. O al menos, puedo asegurar que yo no – espetó con evidente irritación.

- Creo que soy la causante de tu estrés laboral – adivinó Rosé más relajada.

- ¡Lo eres! – corroboró inexpresiva.

Rosé no la había reconocido en el momento de verla. Se le había quedado mirando porque era la mujer más bella de toda la sala. Pero cuanto más se acercaba más le recordaba esa cara a la de alguien y al hablar lo supo. Su cara ya no era angelical, y aunque era una pena, no era nada reprochable. Sus ojos impactaban causando que toda la atención se reuniese en ellos, marcados con el maquillaje era imposible dejar de mirarlos. Sus labios apenas tenían color, sus pómulos estaban marcados sin dejar visible ningún color artificial. Todo hacía que sus ojos fuesen dos piedras preciosas que todos quisiesen admirar. El pelo recogido en dos moñitos a cada lado. Su imagen era coqueta y pulcra. Llevaba una especia de kimono chino o un vestido de ese estilo, encima de unos pantalones negros. Estos no se veían bien porque la especie de toga le llegaba hasta por debajo de la rodilla. Pero era ceñido y de manguita corta, lo que hacía poder admirar sus curvas y la perfección de su pecho. Pero era de cuello alto, con una pequeña abertura por debajo de un hombro, típico de la ropa oriental. Discreto y tremendamente sensual. No había podido articular palabra hasta que ella habló.

- En fin... – Jennie la sacó de sus pensamientos con un suspiro – Al menos, podré vengarme por los malos ratos que me has echo pasar – informó con una sonrisa.

- Entonces ¿eres camarera aquí? – preguntó Rosé recobrando la compostura.

- Soy la relaciones públicas – explicó sin emoción.

- ¡Oh! – dijo proclamando el merito de la hazaña – ¡Felicidades! ¿Te vas a aprovechar del cargo para vengarte?

- ¡No! Tengo mejores recursos – afirmó con una sonrisa malévola.

- ¿Tengo que pedir un guardaespaldas? – preguntó sin parar de reír Rosé.

- ¡Oh, no! Nunca te haría daño físico – aclaró Jennie acercándosele hasta rozar con sus labios la mejilla de ella y seguir hasta su oído – La frustración sexual es mucho más dolorosa – explicó con una carcajada antes de darse la vuelta para irse y dejarla perpleja.

¡Oh Dios bendito! ¿Ella había dicho que el vestido, o lo que demonios fuese eso, era discreto?

Al verla contonearse frente a ella para marcharse comenzó a notar como el pantalón le hacía presión en la zona de la bragueta. Esa maldita toga no tenía como sujetarse más que por las pequeñas manguitas y el cuello, dejando descubierta su aterciopelada espalda y su pequeña cintura. Se podían ver mucho mejor los pantalones ajustados negros que comenzaban muy bajos en su cadera y daban forma a todas sus curvas. Toda la sangre se le acumulaba a Rosé en la misma zona y parecía que fuese a estallar. Esa maldita prenda era inexistente por detrás y prometía que esa dulce espalda sería sueva al tacto ¡Y quería comprobarlo!

Jennie parecía que escuchaba su pensamientos porque justo antes de salir de la sala, se giró y le sonrió perversa. Sabía en el estado en que la había dejado y le aclaró con solo una mirada que había sido premeditado. Esa mujer era diabólica y nunca en su vida le había gustado nadie más que en ese momento, se juró Rosé.

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Rosé ya conoció a Ruby Jane👀 que podrá salir de esto?

Maratón 2/6

Amigas Desconocidas || ᴊᴇɴʟɪꜱᴀ ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora