5 | El día que decidí escaparme de casa

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Mis calificaciones no mejoraron.

No me interesaba estudiar ni ir a clases, así que no me molesté en mejorar mi comportamiento. Virginia tuvo dos charlas más conmigo. Se sentó en mi cama, a mi lado, una noche, y me dijo que ella había sido la peor estudiante de su clase.

—Sé lo que es repetir año, Anja. No quiero eso para ti.

No le hice caso. Mi intención era regresar al internado y educarme allí. Allí estaba la señorita Hughes, Elyssa, mis libros... En esta casa no tenía nada.

De hecho, me escapé tres veces.

Yo pensaba que no se daban cuenta, pero Virginia lo sabía todo, aunque, más bien, era Damon quien se enteraba. Sufría de insomnio y prestaba atención a todo ruido en la casa, pero yo no lo supe hasta años después. De hecho, creí que se enteraban por Colton, que sabía que me escapaba.

Colton tenía una copia de las llaves del departamento que yo le robé dos veces. La primera vez, me escapé a casa de un niño que se llamaba Peyton. Vivía a quince minutos de mi casa, estaba en mi salón y le gustaba jugar con mi cabello. Se sentaba a mi lado en clase de ciencias y hablábamos durante algunos recreos, pues no siempre estaba con Celine. Ella solía estar siempre con su gemela.

Era octubre.

La madre de Peyton me había invitado varias veces a la iglesia, pues recogía a Peyton a la salida antes de que llegase Damon por nosotros, pero Colton se había dado cuenta.

—¿Por qué te subes tanto la falda? —me preguntó una vez Colton, que frunció el ceño al verme despedirme de Peyton y su madre cerca de la reja.

Rodé los ojos al mirarle.

—¿Por qué te fijas en eso?

Colton no dijo nada, pero lo vi tragar saliva con rabia.

Aunque entonces yo no lo sabía, él ya había empezado a verme como a su hermana pequeña. Yo tampoco entendía por qué me subía la falda, pero creía que así le gustaría más a Peyton. Era de las pocas niñas que se recogía la falda hasta la mitad del muslo.

Usaba la cuchilla de Colton para rasurarme el vello de las piernas, aunque él no lo supiera, y la limpiaba perfectamente antes de devolverla a su cajón. Tenía varias cicatrices, pero me las tapaba con las medias.

—¿Es tu novio? —me preguntó.

Soplé.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Papá dice...

—No es mi padre —zanjé, exasperada—. Tú haces todo lo que ellos dicen porque eres adoptado, pero yo no voy a ser la hija de nadie solo porque no pueden tener hijos.

—No tiene nada que ver con eso, Anja.

En ese momento el claxon del coche de Damon nos interrumpió y no pudimos finalizar la conversación.

Peyton vivía a quince minutos, así que robé la copia de las llaves del cuarto de Colton después de montar un berrinche a la hora de la cena frente a los Barrett porque no quería comer pastel de postre, en el cual lloré y pisoteé el suelo ante su mirada atónita.

Virginia me dijo que me calmara y yo grité hasta asfixiarme, porque nunca les había hecho una rabieta y ya estaba harta de sujetarme a ellos.

—No tienes cinco años, Anja —dijo, y me dolió en el alma como si me hubiese clavado un puñal.

Ya lo sabía.

Pero tampoco sabía gritar más fuerte, ni explicar mis sentimientos, ni hablar. Mi voz se ahogaba, se me cerraba la garganta y me callaba porque no sabía qué decir.

𝐋𝐨𝐬 𝐝í𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐧𝐣𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora