Aunque creí que Colton y yo nunca podríamos llevarnos bien, pareció aceptar que me quedaría después de esa noche. Sé que esperaba que los Barrett me devolvieran, pero aquella noche de la fiebre entendió que no pensaban soltarme.
Colton no necesitaba decir nada para que yo supiera que a él también le faltaba amor. De hecho, jamás lo habían recibido en un hogar de acogida ni nadie se había interesado por él. Y eso era más triste que ser recibida por varias familias que te maltrataran por dinero que ni siquiera valía la pena.
Damon y Virginia volvieron al trabajo el domingo y supe que le encargaron a Colton estar al pendiente de mí, de mis medicamentos y de mi alimentación. Virginia compraba barras de pan de pasas, que contenían setenta calorías por rebanada, así que yo ya había calculado a la perfección que podía desayunar dos rebanadas con queso y, al final del día, me mantendría por debajo de mi límite de seiscientas calorías. Me pesé el domingo por la mañana y pesaba cincuenta y tres kilos.
Creí que Colton se burlaría de mí por haber intentado escaparme o se sentiría superior, pero no.
Eran las nueve de la mañana, vacaciones de Navidad. Me desperté a las siete porque apenas concilié el sueño: como me aterraba oír pisadas por el pasillo, siempre echaba el pestillo.
En cuanto descubrí que los Barrett se habían marchado, salí, envuelta en mi cobija de lana, para agarrar el pan con pasas de la alacena y el queso crema de la nevera, y sentarme a desayunar.
En el mostrador de la cocina, encontré una nota que probablemente había escrito Damon, por la descuidada caligrafía.
"Come lo que quieras". Había puesto una carita feliz debajo de la última palabra.
Quise creerle. Sinceramente quería creer que podía comer lo que quisiera, pero no soportaría ganar peso. Era la sensación más estresante, frustrante y dolorosa que alguna vez hubiese experimentado.
Apenas había mordido mi primera rebanada cuando Colton entró a la cocina, frotándose un ojo.
—¿Puedo desayunar contigo? —me preguntó.
Lo miré de reojo.
El cabello castaño le había crecido sobre la frente y el cuello; a esa edad lo tenía revuelto, pero pasó el resto de su vida planchándoselo para tenerlo igual que Damon, aunque más largo.
Me encogí de hombros.
—Como quieras.
Lo vi sacar el tarro de yogur de la nevera para abrirlo. Colton ya no tenía miedo a comer: agarraba su cuenco y se servía yogur, granola y fruta, sin miedo a las calorías. Aunque odiaba comer con otras personas, a Colton no le gustaba comer solo, así que, mientras se enfocara en su comida y no juzgara la mía, aceptaría que se sentara conmigo.
—¿Cómo estás? —fue lo primero que me preguntó.
Yo alcé una ceja con cierto tinte de sospecha.
—Bien.
Los pantalones grises de pijama le quedaban grandes; encima de la camiseta negra, usaba la chaqueta azul de Damon. Sentado frente a mí, en la mesa de la cocina, me preguntó qué quería para Navidad.
Los Barrett habían sacado las cajas de decoraciones de Navidad y esa noche, cuando regresaran del trabajo, terminaríamos de decorar el árbol. Incluso me habían dejado un gorrito con mi nombre en la sala.
—Podemos pedir lo que queramos —dijo; revisó de nuevo la pantalla de su celular y suspiró—. Quieren saberlo para comprártelo. En realidad, no han ido a trabajar.
Colton era el peor para guardar secretos.
—¿Tú qué has pedido?
—Estar en el equipo de fútbol de la escuela. ¿Quieres ir conmigo?
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𝐋𝐨𝐬 𝐝í𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐧𝐣𝐚
Genç KurguAlgunas historias de amor sí son para siempre. ************** Anja tiene un diario donde ha registrado los días más importantes de su vida desde que fue adoptada. Ella no quería tener una familia, ni creía en el amor, ni en los padres. Había sido ac...