1 | El día que decidieron adoptarnos

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Damon y Virginia (nuestros padres actuales) habían visitado ese orfanato un montón de veces, aunque no le llamábamos orfanato, sino internado o agencia.

Allí teníamos clases, un dormitorio que compartíamos entre cuatro personas, comedor y un área común para actividades y eventos. Yo los había visto entrar varias veces, de la mano.

Él era muy alto y tenía el cabello largo. Parecía uno de esos caballeros de armadura de los cuentos medievales.

Ella tenía el cabello castaño y las cejas pobladas, y se ataba los mechones del frente en la coronilla con un lacito. Podría pasar por la dama de Shalott si se lo propusiera. Pasaban por los salones de clases y hablaban con los niños más pequeños.

Aunque odie admitirlo, me había fijado en ellos porque recorrían todo el edificio. La mayoría de padres que nos visitaban no pasaban del pasillo de niños de ocho a diez años. Ellos sí.

Además, todos sabíamos que tenían dinero, por lo que nos preguntábamos quién tendría la suerte de vivir en una familia de clase media alta.

Virginia era enfermera en un hospital privado de Londres y Damon era prácticamente el dueño. Hasta donde yo sabía, se dedicaba al tema de las acciones y las inversiones, y solía vestir de traje y oler a un perfume que había enamorado a Elyssa, la única amiga que tenía en el internado.

Vinieron todas las semanas durante un año. Empezó a correrse el rumor de que adoptarían a un niño más grande, a un adolescente, y al final se confirmó que se llevarían a Colton.

Él firmó el consentimiento, porque ya tenía catorce años, y se fue hacía tres meses. Estábamos esperando que volviera a los dos meses, el tiempo máximo que duraba un adolescente en una casa custodia. Yo había estado en tres casas diferentes y siempre me devolvían antes de adoptarme.

Pero Colton no volvió.

No conocía mucho a Colton. Sabía que tenía catorce años y vivía al otro lado del orfanato. No tenía nada especial. Ni siquiera era guapo. Tenía los ojos muy grandes y ojeras.

Los Barrett tampoco eran nada especiales, aunque sí eran raros. Damon, aunque parecía imponente y agresivo, en realidad hablaba muy bajo, se quedaba parado como un maniquí y se sacudía el pelo de los hombros cuando le molestaba. A veces lo traía atado. Virginia nunca soltaba el brazo de Damon, sino que caminaban juntos por los pasillos como si tuviera miedo de separarse de él.

Lo más raro que hicieron fue después de la primera visita al internado. La directora nos entregó un cuestionario que los Barrett habían elaborado y nos pidieron que los rellenáramos.

—Quieren conoceros a todos, así que recogeremos los cuestionarios el viernes, cuando nos visiten otra vez.

Era un formulario de diez preguntas básicas, como cuántos años teníamos, qué cosas nos gustaba hacer en nuestro tiempo libre, qué queríamos estar haciendo a los veinticinco o cómo nos gustaba el té.

No recuerdo qué puse en la mayoría de respuestas, solo que me gustaba echar la leche después del té y que mi pasatiempo favorito era la lectura.

Yo no leía. Yo devoraba los libros.

Mi estante del dormitorio estaba lleno de libros, al punto que había tenido que colocar los nuevos encima de los que ya ocupaban de una pared a la otra de la estantería. Pedía libros en todos mis cumpleaños y Navidades, me quedaba leyendo de madrugada y era la que más libros tenía en el dormitorio que compartía con mis otras tres compañeras.

No tenía muchas amigas, a decir verdad, a excepción de Elyssa. Ella procedía de Kenia y tenía cuatro larguísimas trenzas estrechas que le rozaban la cadera. Solía sentarse en la cama frente a la mía para pintarse las uñas mientras yo leía; a veces hablábamos, pero solíamos quedarnos calladas, haciéndonos compañía.

𝐋𝐨𝐬 𝐝í𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐧𝐣𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora