10 | El día que dejé de mendigar atención

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Por si a alguien le interesa, seguía sola en los recreos.

El catorce de febrero, cuando repartieron rosas y cartas en clase, recibí seis rosas que no me esperaba. De hecho, mientras repartían las rosas, no alcé la cabeza de mi tarea porque sabía que nadie me regalaría nada. No le gustaba a nadie. Tampoco tenía la mejor reputación en la clase por la forma en que me subía la falda hasta la mitad de los muslos, pero no me importaba.

Sin embargo, cuando alguien pronunció mi nombre y vi que me entregaban seis rosas rojas, tardé medio minuto en reaccionar y ponerme de pie.

Nadie se burló de mí, porque yo tampoco le dirigía la palabra a nadie excepto a los chicos, pero en ese momento sentí que, tal vez, sí podía gustarle a alguien.

Me subí al coche de los Barrett sin saber cómo explicarles a Virginia y a Damon que alguien me había regalado rosas, porque Virginia me haría devolverlas. Sin embargo, en el momento en que Damon preguntó, Colton se adelantó:

—Yo se las he mandado.

Lo miré de reojo.

A Colton le estaba creciendo el cabello.

—Gracias —farfullé.

No había nota en las rosas, pero deseé que fuera mentira. Sería horrible si mi hermano me hubiese enviado rosas con tal de no hacerme sentir mal. Yo no necesitaba recibir nada de nadie.

Esa misma noche, mientras cenábamos juntos, suavemente sorbí mi sopa con el propósito de quitar la atención de mí.

No quería que nadie me preguntase más por las flores, por mis amigas o por los chicos. Si tuviera aunque fuera una amiga, no sería tan difícil fingir. Incluso el chico que se sentaba a mi lado había recibido flores. Me llevaba mejor con los chicos que con las chicas, para ser honesta. Me gustaba sentir que yo podía gustarles, que tenía su atención, que era bonita.

Había conseguido hacerme "amiga" de casi todos los chicos de la clase porque les daba mi comida en los recreos. Ellos nunca llevaban desayuno, así que les entregaba el almuerzo que me preparaba Damon en casa porque yo no quería comer. Además, les oía preocuparse por mí, por si quedaba desnutrida y flaca, y yo me sentía importante.

Nadie se había preocupado antes por mí. No, Virginia no contaba. Ella era bonita.

—Sé que estáis ocupados —había dicho Colton de repente, durante la cena del catorce de febrero—, pero estoy solo todos los recreos.

Damon fue el primero en mirarlo; luego, Virginia.

Yo fruncí el ceño. Eso era mentira: tenía cuatro o cinco amigos de los cuales jamás se alejaba, ¿por qué mentiría? ¿Quería más atención de la que ya tenía?

—Puedo ir en mi descanso —dijo Virginia entonces, y Colton le dio las gracias.

De camino al cuarto de baño, donde me lavaría los dientes, agarré a Colton del brazo antes de que entrase a su cuarto.

—¿Por qué les mientes? —me quejé, aunque yo también lo hiciese, y él se encogió de hombros.

—Porque no dejas de meterte en problemas —respondió con suavidad.

—¿Ahora qué he hecho?

—No quiero que se burlen de ti, Anja —masculló, colocándose frente a mí por completo—. Dijiste que estudiarías y te portarías mejor, pero acosas a los chicos todo el tiempo. Toni me ha dicho que le has estado mandando cartas.

Casi enrojecí de vergüenza. Toni era el más guapo de sus amigos.

—Eso es mentira.

—No lo hagas —insistió—. No puedes tener novio, ya te lo han dicho.

𝐋𝐨𝐬 𝐝í𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐧𝐣𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora