Los Barrett tenían esa extraña costumbre de ducharse con bañador, o eso me dijeron. Obviamente, nunca lo comprobé por mí misma.
Colton decía que también lo hacía porque se había acostumbrado y recuerdo que, después de la noche en que me entregaron mi primer bañador, Damon me explicó varias veces por qué era importante que lo usara. ¿Le hice caso? Por supuesto que no.
Era incómodo y nunca había oído de nadie que lo hiciera.
Hasta mi segundo año de secundaria, cuando la clase de Eduación Física añadió natación durante el último trimestre del curso.
En esos meses de verano, hacía calor y rara vez llovía, por lo que no había excusas para no tomar la clase. Yo la odié desde el primer día.
No sé a qué director le resultaría buena idea llenar una piscina con veinte o veinticinco niños en trajes de baño: en primer lugar, era mucho más fácil que ocurriera un caso de acoso o bullying, ya fuera por el físico de alguien o porque intentaran ahogar a alguien bajo el agua.
Yo intentaba mantenerme al margen, realizar los ejercicios por mi propia cuenta y no meterme en el camino de nadie.
No quería que nadie se diese cuenta del vello de mis piernas, ni de lo horrible que era mi cuerpo, ni mucho menos las cicatrices de mis brazos. Además, tenía que recogerme el pelo rizado dentro de uno de esos ajustados e insoportables gorros para el agua que no le quedan bien a nadie.
Desde ese primer día, empecé a ducharme con el bañador puesto, aunque no se lo dije a los Barrett para que no supieran que tenían razón. Era de lo más estresante ocupar las duchas del vestuario sabiendo que había otras niñas que podrían abrir las puertas o asomarse desde la ducha contigua si se empeñaban, o que los chicos entrasen a nuestras duchas.
Varias veces sentí que alguien tiraba del pomo de mi puerta para comprobar si el seguro estaba echado. Ducharme con el bañador no era tan malo en esos casos.
Pero por desgracia, no eran las niñas ni los niños los que me acosaban, sino el maestro. Aunque no recuerdo su nombre, sí recuerdo la extraña sensación que me recorría el cuerpo cuando estaba demasiado cerca.
Pasaba más tiempo hablando con las chicas que con los chicos, a los cuales ignoraba directamente o insultaba para quedar bien con las niñas.
Siempre quería abrazarlas, o sentarse muy cerca de nosotras, y recuerdo haber estado al bordillo de la piscina, aferrada por lo que más quería con los nudillos a los azulejos, conteniendo la respiración porque él estaba demasiado cerca y no había nadie más junto a mí. Si me deslizaba, me arderían los muslos porque los azulejos estaban mojados.
Algo dentro de mí sabía que no era normal. Ya había experimentado ese asco antes, y lo odiaba con todas mis fuerzas.
Pero no era la única.
Cuando alguien no hacía las cosas tal y como él las indicaba, atacaba a ese estudiante con el propósito de que todos nos riéramos de esa persona. Por eso, yo trataba de esconderme y pasar desapercibida, porque no quería que un día me atacase a mí también o lloraría.
Una vez discutió con Elizabeth y dijo algo sobre su escoliosis para avergonzarla. Se refería a Ada como "la gorda" porque tenía sobrepeso, y hacía lo mismo con Tyler, otro de los muchachos. Y eso me preocupaba, porque yo era pelirroja y, si no conseguía encontrar algo que criticarme, se burlaría de mi cabello.
Una vez, cuando vi a Ada llorar en la piscina mientras se suponía que nadábamos de un extemo a otro, me acerqué para intentar abrazarla y que se sintiera mejor. Me dijo que el maestro le había puesto un cinco en la última prueba de condicionamiento físico y tenía miedo de que sus padres la regañaran.

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𝐋𝐨𝐬 𝐝í𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐧𝐣𝐚
Genç KurguAlgunas historias de amor sí son para siempre. ************** Anja tiene un diario donde ha registrado los días más importantes de su vida desde que fue adoptada. Ella no quería tener una familia, ni creía en el amor, ni en los padres. Había sido ac...