El primer mes de la pasantía se disolvió como el polvo en una tormenta de verano.
Casi todos los días recibía un pan de parte de Eloi, que permanecía al otro lado del campamento; al atardecer, después del largo día de trabajo, nos reuníamos detrás del edificio más alto del campamento, donde dábamos las charlas sobre el cuidado personal y repartíamos alimentos básicos entre los desplazados.
Había empezado a enseñarle a escribir las letras del abecedario, tanto en mayúsculas como minúsculas, y palabras básicas.
Conseguí un cuaderno y un lápiz para él. En cuestión de días, si practicaba todos los días, aprendería a escribir y leer. Le pedí que escribiera su nombre, basado en los sonidos y en las letras que ya había copiado una decena de veces, y él obedeció.
—¿Y si escribo también el tuyo?
Antes de que yo respondiera, ya había empezado a dibujar la A de Anja en mayúsculas, bajo su propio nombre.
No del todo satisfecho, torció un poco la boca.
—¿Se supone que así tiene que verse escrito?
—Es que nuestros nombres no pegan.
Eloi me miró, desde los rizos pelirrojos hasta los pies, y tensó los labios con desaprobación.
—¿Anja Usman suena mal?
Sentí cosquillas en el corazón al oír su apellido pegado a mi nombre.
Él tenía por lo menos cinco nombres más, pero se limitaba a usar el primero. Había visto su pasaporte y era más difícil de pronunciar de lo que parecía, pero cuando él lo decía, sonaba como música para mí.
Todos los días nos veíamos, desde el atardecer al anochecer, cuando ya me despedía de él y regresaba a la casa que compartía con las otras voluntarias.
El chico era inteligente, aunque nunca se lo confesaría; no se daba cuenta, pero tenía ojos bonitos. Las largas pestañas que los ribeteaban hacían que el negro de sus iris resplandeciera.
Cuando la luz del sol lo bañaba, su piel oscura parecía de terciopelo, y tenía que controlarme para no tocarle el brazo y comprobar que se sentía igual que el mío. Había abrazado miles de veces a Elyssa y a otras refugiadas del campamento. No entendía por qué él me llamaba la atención de esa forma.
Tal vez porque era el primer hombre, después de Falcon, que consideraría mi amigo.
Lo veía en el comedor a la hora de la cena y él me analizaba de arriba abajo, torciendo la boca con desprecio, pero en el fondo, se alegraba de verme.
Sabía que me gustaban los macarrones con queso y, cuando los incluían en el menú semanal, Eloi llenaba dos platos para entregarme uno a mí, pues los voluntarios nos servíamos los últimos y él temía que me quedase sin comer.
—No quiero soportar tu humor si no comes —decía.
Yo podía tolerar el hambre, la sed y el cansancio sin quejarme. En realidad, él quería asegurarse de que hubiese para mí, aunque a mí no me habría importado darle mi plato a alguien que lo necesitara.
La mitad de las veces Eloi no quería copiar las letras; la otra mitad, se quejaba de que los sonidos cambiaban según la combinación de vocales y consonantes.
—Ya sabes hablarlo —repliqué—. Se trata de que relaciones las palabras que ya sabes con las escritas.
En cierto momento, me dijo que tenía tías en el lado femenino del campamento, y que intentaba colarse para comprobar que estaban bien. En comparación con la cantidad de hombres que había en el campamento, los niños y las mujeres se reducían a un porcentaje mínimo. Por esa razón, necesitaban más coordinadores en el área de hombres que de mujeres.
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𝐋𝐨𝐬 𝐝í𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐧𝐣𝐚
Teen FictionAlgunas historias de amor sí son para siempre. ************** Anja tiene un diario donde ha registrado los días más importantes de su vida desde que fue adoptada. Ella no quería tener una familia, ni creía en el amor, ni en los padres. Había sido ac...