Prólogo

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En la vida de todo buen hombre: se nace, se crece, se aprende durante el trayecto que perdure su existencia, se lucha por sus valores e integridad, se enamora, también se casa, el hombre concede a su primogénito, adoctrina también a su hijo en el mismo sendero en el que el hombre ha aprendido a lo largo de su vida. 

"Porque un hombre de bien, siempre hace las cosas bien, para que en un futuro, en su lecho de muerte, la pizca de arrepentimiento no lo consuma ni lo carcoma". 

Todas esas palabras fueron dichas por el muy honorable, Christopher McLaren, conde McLaren de Woking, a su hijo primogénito, el pequeño Nathaniel McLaren.

El conde McLaren de Woking, Christopher McLaren, era un hombre intrépido y decidido, un hombre recto y perfecto, de los cuales, cualquier hombre desearía parecerse. Parecía ser que no le temía a nada. Era fuerte y resistente como una roca, y sabio e instruido como un anciano. Poseía todas las características que un buen hombre debería poseer, y por supuesto, también se había casado, únicamente, por amor. 

Su primer hijo no había venido solo con el propósito de ser el próximo heredero de las tierras de Woking. No. Su hijo había nacido como un fruto, al que lo apodaban, el fruto de un matrimonio unido por amor.

Su padre cuando lo cargó en brazos aquel primer día en que lo vio. Giró y giró con él en brazos y le pronunció: <<Bienvenido seas, hijo mío. Te aseguro que el amor nunca te hará faltar>>. 

Fue como si hubiera ganado una apuesta, y con él, mucho dinero. Pero no era así, se trataba del nacimiento de su primer hijo. El segundo día más feliz de su vida, ya que el primero, se lo había reservado al día en que se había casado con su amada y querida esposa. 

Por toda la tierra de Woking se había esparcido la noticia. Todos los ciudadanos estaban enterados del nacimiento del muy honorable Nathaniel McLaren. Se encontraban tan gozosos y alegres por el conde, que no dudaron ninguno en escribir cartas y enviárselas para hacerle saber de sus más gratas y sinceras felicitaciones a un matrimonio formado y forjado, por supuesto, por el amor. 

Los dos condes era bien sabido que eran adorados en sus tierras. Eran la pareja perfecta, y la llegada de aquel niño alegraría y haría endurecer aún más aquella unión. 

Pasaron los años y la familia se fue agrandando, ya no solo contaban con el pequeño Nathaniel, sino también ya contaban con la bendita bendición de tener dos hijos más. Un niño y una niña, nada más y nada menos. 

Nathaniel fue criado con paciencia, dulzura, y amor en aquel hogar. Su madre sin dudas era la mujer más bondadosa que haya pisado la tierra. Y su padre, por supuesto, ¡oh, su padre! Era su héroe, sin duda alguna. 

Desde pequeño, él siempre había admirado tanto a su padre como un niño admira y muestra devoción por algún héroe de guerra, o un conquistador de tierras. En este caso, él veneraba a su padre. Siempre se decía y se repetía que en la imagen de su padre veía todo lo que deseaba ser en un futuro: sano, fuerte, valiente, y hasta a veces, un hombre aventurero. Su padre no le llegaba a temer a nada ni a nadie. 

Cuando aún era un niño de tan solo ocho años, Nathaniel siempre tenía la costumbre de observar a su padre montar a caballo. El conde solía montar a caballo e ir a recorrer las tierras de Woking; era uno de sus pasatiempos más recurrentes. Cruzaba los largos paisajes que se extendían por las elevadas colinas, en donde la hierba verde y fresca crecía, y los ríos se extendían por su trayecto hasta desembocar con el mar. 

Nathaniel se quedaba aún más maravillado que antes al verlo andar con tanta seguridad y valentía arriba de su caballo. Se quedaba sorprendido y admirado cada vez que se fijaba en aquella gran figura que poseía su padre. Un regalo de la naturaleza, sin dudas. También se sentía cautivado por los riesgosos y diestros movimientos que realizaba su padre, para poder calmar y manejar al caballo a su antojo. Así mismo, disfrutaba ver la audacia que manifestaba el conde cada vez que andaba a caballo por ese angosto terreno, como si no tuviera temor a nada.

El amor de una institutriz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora