Capítulo 8:

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Nathaniel iba de camino a su despacho, con la mirada puesta en el suelo y pensando en todo lo que acontecería esa misma noche. Estaba tan perdido en sus pensamientos, que no se había percatado ni siquiera de la presencia de Serena, que lo esperaba frente a la puerta de su oficina. 

Su cabeza estaba dando mil vueltas y todo se debía a que su mente, estaba concentrada con respecto a lo que sería la cena de esta noche. Se encontraba más que preocupado en cómo se llegaría a comportar su familia delante de lady Bathwick y su hija, lady Katherine. Con lo bien que conocía a cada uno de sus hermanos, sabía perfectamente que algo malo iba a ocurrir; quiera o no quiera, era un hecho que iba a suceder. Sus manos sudaban más de lo que deberían, y su cabeza dolía a montones. 

<<Era muy difícil mantener calmados a sus hermanos>>, reflexionó por un momento, las peleas tontas siempre surgían de la nada. 

Él seguía observando el suelo laminado, avanzando hasta su oficina, sin percatarse que Serena lo estaba esperando frente a la puerta de su despacho, con un libro entre sus brazos. Cuando llegó, buscó su llave entre sus bolsillos, y luego, sintió unos ojos mirándole en silencio. Giró su rostro hacia el costado y vio finalmente a Serena de pie a su lado. 

Sus ojos se encontraron, y Nathaniel no pudo evitar sentir de nuevo, como su corazón empezaba a latir con mucha más fuerza. La última vez que se había visto con Serena, fue en la noche anterior, cuando él había tenido un comportamiento errático hacia ella; ahora que lo pensaba, está era su oportunidad perfecta para pedirle una disculpa. 

Cuando Nathaniel estaba a punto de abrir su boca, ella se le había adelantado: 

—Buenas tardes, milord. Espero no molestarlo con mi presencia. 

—Buenas tardes, señorita Edwardes —le respondió él, con serenidad—. Y para nada, usted nunca podría molestar o incomodar con su presencia. 

—Que gusto saberlo. —Una dulce sonrisa se dibujó en sus labios rosados.  

Al igual que los labios de Nathaniel, que expresaron una zonza y amable sonrisa. 

Su sola presencia le hacía bien; le transmitía paz y tranquilidad, como sí ella se tratará de la solución a todos sus problemas. 

Serena sin darse cuenta, le hacía muy bien a Nathaniel. 

—Milord, vine hasta aquí porque quería pedirle prestado este libro. —Ella sacó el libro de entre sus brazos y se lo mostró al conde—. Es un libro que siempre había deseado leer desde niña, y cuando vi que lady Claire lo tenía entre sus estanterías, se lo pedí prestado. Pero ella de inmediato me informó que este libro le pertenece en verdad a usted, y que nada más se lo había prestado también a ella. Entonces, quisiera yo misma pedirle prestado este libro. Le prometo que lo leeré tan rápido como pueda, y usted no llegará a notar para nada su ausencia, y también, se lo devolveré intacto e impecable, sin ningún daño, tal y como está ahora mismo. 

Nathaniel bajó su mirada, y escudriño aquel libro que tenía Serena entre sus manos. Ni siquiera tenía la más mínima idea de qué libro se trataba. Ya que contaba con muchos más libros en sus estantes. Pero él nunca fue de mucha lectura, aquí los únicos ratones de biblioteca eran Phil y Claire, el resto de la familia se entretenía con otras actividades; y él era uno de ellos. 

—Puede tomarlo, señorita Edwardes, y no tiene por qué devolverlo apresuradamente. Léalo tranquilo y cuando lo termine, me lo trae de vuelta. Es más, cuando lo termine, puede venir a pedirme otro libro, ya que tengo muchos más en mis estanterías. Y además, esos libros se están llenando de polvo, quizás sería bueno que alguien los leyera y los sacará de la oscuridad de mi oficina. 

El amor de una institutriz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora