Capítulo 17:

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Nathaniel por la mañana, aún en un profundo sueño, se retorcía en su cama, dando vueltas de un lado a otro, con la frente sudada y los ojos bien apretados. Por lo visto, estaba teniendo una pesadilla a tal punto de estar atormentado su sueño. Se torcía una y otra vez, pero no lograba despertar de aquello que lo estaba atenazando. Pero muy pronto, se escuchó la voz angelical de una mujer. Debía ser necio para no llegar a reconocer aquella voz a la perfección. 

Se trataba de la sutil y noble voz de la mujer que lo volvía loco a cada minuto. Su dulce y bella institutriz. Serena.

Ella le hablaba con placidez, tratando de despertarlo de aquel sueño horrendo que lo perseguía. Había estado recordando su infancia, y también la muerte de su padre; un hecho que claramente, él no podía superar. Lo atormentaba casi todas las noches desde aquel día. 

Serena le acariciaba el largo de su brazo con su suave mano, para apaciguar el dolor que tenía al recordar tan trágico hecho. Su voz entrando por sus oídos, llamándolo por su nombre, había sido como una dulce caricia para que él finalmente lograra despertar. 

—Despierte, milord. Despierte, ya no tiene porque temer, yo estoy aquí con usted. Nunca lo dejaré solo —pronunció Serena con voz tranquila. 

Y tras dichas palabras, Nathaniel con lentitud y dificultad, abrió los ojos y se encontró con la mirada cándida de Serena. 

Una sonrisa amable y dulce se dibujó en sus labios rosas al verlo despertar de aquella pesadilla. 

Nathaniel tuvo que parpadear un par de veces para darle crédito a lo que veía. Vio que el sol estaba en lo más alto ya, y los rayos de luz entraban por la ventana, pero Serena estaba allí aún dentro con él, y ¡en su habitación! 

¿Qué hacía allí? 

No lo comprendía. Ella misma había salido casi corriendo de su cuarto esa misma madrugada. Se había ido con la intención que nadie lograra verla con él dentro de sus aposentos. 

Estaba confundido y extrañado. 

Serena elevó su mano y empezó a acariciar con cariño el pelo espeso de Nathaniel, mientras tarareaba una melodiosa canción. 

Él estaba aún sin aliento y sin palabras, la miraba desde abajo, aún recostado en su cama. Miraba sus hermosos ojos azules como el océano, su cutis tan blanco como la nieve, y sus dulces labios, que por la noche tuvo el placer de poder saborear con deleite. Estaba tan bella como el primer día en que la vio enfrente de su hogar. 

Nathaniel se dejó llevar por su aroma, su dulzura, su voz, sus caricias, todo de ella. Sonrió tontamente y Serena correspondió a esa sonrisa contestándole de la misma manera. 

—¿Qué haces aquí, Serena? No fuiste tú la que dijiste que no querías que te viera nadie de la casa. 

Serena se detuvo a pensar por segundos, se lamió los labios antes de responder. Una acción que dejó hirviendo la sangre de Nathaniel. 

—¿Y qué importaría sí lo descubren? 

Nathaniel parpadeó un par de veces. Ella nunca diría aquello. 

—Serena, ¿qué es lo que…? 

Ella situó su dedo índice en la comisura de sus labios para callarlo. 

—Shhh… estabas sudando, tal parece que tenías una pesadilla, solo vine a salvarte.

Él arrugó su frente. 

—Estaba soñando. 

—¿Con qué? 

Nathaniel tragó saliva antes de responder: 

El amor de una institutriz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora