Nathaniel observaba el techo de aquella habitación en penumbra mientras en sus brazos descansaba plácidamente una dulce y sosegada Serena. Se la podía oír suspirar débilmente que era una señal clara, de que ella, estaba profundamente dormida.
¿Y cómo no estarlo? Su noche había sido gloriosa, fabulosa, para no decir que perfecta. Pero para Nathaniel, había sido más que perfecta: fue única.
Él le había hecho el amor como a ninguna otra le había hecho. La había conocido enteramente como una mujer. Su pasión, su deseo, sus ardientes y apasionadas muestras de que ella quería conocer todo lo relacionado con esa situación en donde dos personas se unían y se volvían solo una sola. Lo que provocó y despertó en Nathaniel el anhelo y el deseo de tenerla así para siempre. Para toda su vida.
Tenerla al lado a la hora de dormir, hacerle el amor cuando le apeteciera decirle todos los días de su vida la mujer hermosa que era y poder llegar amarla siempre.
Se imaginó entonces, ¿cómo sería la vida al lado de aquella mujer que le había entregado todo lo que ella poseía? Su cuerpo, sus besos, hasta llegar a obsequiarle su corazón.
"Me he dado cuenta de lo enamorada que estoy de ti, Nathaniel".
Resonó una y otra vez en su mente.
Ella se lo había confesado todo. Ella lo amaba tanto como él la amaba.
Él sería su primer y único amor.
Al igual que ella sería su primer y último amor. Él no lograría amar a otra que no fuera Serena. Y lo sabía.
Entonces, ¿por qué no querer luchar por ese sentimiento sincero?
Él la amaba, de eso no cabía duda alguna. ¿Acaso su padre no quería aquello? Verlo casado con la mujer que él amará en cuerpo, alma y pensamiento. Se lo había expresado todo en aquella carta.
¿Por qué no hacerlo entonces? ¿Qué lo detenía?
Apretó sus labios con fuerza formando así una línea recta mientras presintió que el cuerpo desnudo de Serena se movía ligeramente arriba de su pecho. Aún seguía profundamente dormida, por lo que había podido comprobar. Se veía tan relajada y exageradamente preciosa.
Era majestuosa. Y él la amaba.
Nathaniel mandó una mano a su hombro suave, delicado y cremoso y empezó a acariciarle de una manera circular. Pensó entonces, en que sí él la llegaba a tomar por esposa, la haría la mujer más feliz del mundo. De eso estaba seguro.
No le haría falta nada y cada día de su matrimonio él se esforzaría en hacerla la mujer más feliz del mundo.
Pero… tristemente él no podía hacer aquello. Él no podía casarse con Serena, debía cumplir con su rol en la sociedad y tomar por esposa a lady Katherine; aunque él no la amara.
Se repitió que eso aseguraría su éxito entre la aristocracia y eso haría la tarea más fácil para que sus hermanas consigan un buen partido por esposo; un matrimonio que no le haga faltar nada.
Qué importancia tenía el amor, uno buscaba solamente el bienestar. Y el bienestar estaba alejado del amor. Pero, había días en que él quería ser amado y también quería amar, pero…
No debía… no debía, pero quería.
Apretó sus ojos con fuerza. Luego, los volvió a abrir. Resopló con fastidio y cansancio.
Todo era tan injustamente molesto, pensó.
Tenía que dejar ir a Serena, debía hacerlo, era lo mejor para ambos. Pero de solo recordar todo lo que de ella lo había atrapado y cautivado, su corazón se hacía un nudo de dolor inmensamente insoportable.
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El amor de una institutriz.
Historical Fiction(ESTA HISTORIA SE ENCUENTRA EN EDICIÓN) Nathaniel McLaren, conde McLaren de Woking, es miembro de una numerosa familia. El sueño de su madre es verlos a todos sus hijos casados con su verdadero amor, pero una de sus hermanas, Maggie, se estaba qued...