Serena había preparado su equipaje, guardando así sus pocas prendas de vestir que llevaba consigo, y los habituales pañuelos blancos que siempre conservaba con ella.
Cuando había finalizado, cerró su equipaje y se quedó de pie mirando aquella maleta de color marrón miel. Sus ojos se sentían apagados y decaídos, su garganta seca, guardando de este modo, un inmenso dolor del que no tenía el placer de poder liberar, y en su corazón sentía un enorme malestar que la oprimía como aguja, incrementando de esta manera aún más esas sensaciones dolorosas. Y todo se debía a que iba a partir lejos de aquella casa tan acogedora y cálida, un sitio en donde ella por primera vez en su vida se había sentido cómoda, tranquila y querida. La familia McLaren para ella se trataba de una de las mejores familias que nunca antes había pensado conocer en un pasado. Todos eran únicos, diferentes y notorios. Se había encariñado con cada uno y solamente había amado a uno, pero la vida no siempre era justa para una mujer de sus condiciones. Él era demasiado, aspiraba a tener mujeres mucho más interesantes e importantes de lo que podía llegar a resultar una institutriz. Y Serena lo tenía claro, no se iba a ser ilusiones, pero en un momento, ella pensó poder creer todas las palabras bonitas que Nathaniel le susurraba a su oído.
Que pensaba en ella.
Que se quedaría a su lado.
Que le daría todo… todo menos amor.
Rió con ironía para ella misma mientras una pequeña lágrima abrazaba una de sus mejillas y con rapidez se lo secaba con la manga de su vestido. Deslizó su mirada a la pequeña ventana cuadrada que estaba puesta en su acogedor cuarto. Miró aquel cielo durante un instante y solamente se dispuso a pensar en él. En Nathaniel.
Por lo menos se llevaría en su corazón los bellos, y pocos, recuerdos que tenía mientras se mantuvo a su lado. Aquellos pensamientos los llevaría consigo para siempre, para así, poder cerrar su corazón con cerradura; no se iba a permitir amar a otro hombre.
Porque luego de un hombre como Nathaniel ya no había nadie más.
Nadie podía ser como él.
Era su amor.
Volvió a cerrar sus ojos y a apretar sus labios con fuerza, formando de esta forma una línea recta, aguantando las ganas de echarse a llorar. No podía pensar en más que llorar, pero, ya llegaría las noches en donde pudiera derramar todas esas lágrimas que la llenaban y acogían en angustia. Ahora mismo, se debía ocupar de escribir la carta de su renuncia y entregárselo de esta manera a Nathaniel. Aunque luego, él trate de detenerla, ella no se dejaría convencer, ya era una decisión tomada. Ya no podía quedarse allí, en el mismo entorno en donde Nathaniel se encontraba. Ya no podía continuar con aquel truco de seguir fingiendo sobre sus sentimientos; de fingir que no lo amaba. Ella se lo había confesado todo, y también, le había entregado todo lo que una mujer como ella podía brindarle. Su cuerpo, su corazón y su alma. Él lo tenía todo.
Fue y se sentó frente al escritorio en donde sacó una hoja blanca, una pluma y empezó a escribir su renuncia.
Lo hizo con el corazón adolorido y las manos temblando. Nunca una renuncia fue tan dolorosa de escribir para ella; y eso que no era su primera carta de renuncia. Claro estaba que las situaciones anteriores eran absolutamente diferentes.
Al finalizar, finalmente salió de su cuarto, arreglada adecuadamente para irse de la ciudad. Volvió a ponerse su cofia en la cabeza, esa misma cofia que durante un tiempo dejó de usar porque creyó que a Nathaniel le gustaba más verla sin él.
Que tonta, pensó para ella misma con una sonrisa melancólica acompañándola.
También usaba el mismo vestido con el que había venido, pero evidentemente, ella ya no era la misma de aquel día. No era la misma de aquella primera vez que había entrado por la puerta principal. Esa Serena se había quedado aquel mismo día en el momento exacto en donde por primera vez cruzó miradas con Nathaniel. Ella se había dado cuenta de que una nueva Serena había resurgido. La anterior no conocía ni tenía idea de lo que significaba poder amar, ni mucho menos tuvo la libertad de expresar aquel sentimiento, pero Nathaniel se lo había demostrado de distintas maneras lo que era el amor. Un sentimiento maravillosamente hermoso, pero a la vez absolutamente doloroso.
ESTÁS LEYENDO
El amor de una institutriz.
Ficción histórica(ESTA HISTORIA SE ENCUENTRA EN EDICIÓN) Nathaniel McLaren, conde McLaren de Woking, es miembro de una numerosa familia. El sueño de su madre es verlos a todos sus hijos casados con su verdadero amor, pero una de sus hermanas, Maggie, se estaba qued...