A las seis de la mañana, mis ojos se abrieron sin la soñolencia habitual. Me sentía ligero y el calor que emanaba de mis mantas junto a Mushu era bienvenido. Había dormido profundamente, sin despertar en medio de la noche o pesadillas que me dejaban respirando acelerado con lágrimas en mis ojos. Me incorporé frotándome los ojos. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al notar a Grillo en mi bolsillo. Me sentía bien. Sentía que podía comerme el mundo. Miré los libros y apuntes bien colocados en mi escritorio, esperándome y supe que podía hacerlo. Iba a aprobar los últimos exámenes. Me iba a sacar el título. Eso no iba a cambiar, pero ahora tenía casi todas las certezas de que era bombero y si recuperaba todo lo que el golpe me había arrebatado, podría regresar. Ayudar al rancho y ayudar a las personas saltando a fuegos. No podía describir la emoción que sentía.
Salí de la cama y me miré en el espejo de cuerpo entero de mi armario mientras me cambiaba a mis vaqueros desgastados y mi camisa de franela con cuadros verdes y azul marino. Las cicatrices que impedían que creciera el pelo desde la parte superior hasta mi mejilla seguían ahí. Tampoco se habían ido las marcas de quemaduras que recorrían mi mejilla, mi cuello y parte de mi pecho que se encaminaba hacia mi costado derecho. Sin embargo, aquella mañana no me importaban. Mis amigos le veían sin repugnancia, los inquilinos sentían hacia mí empatía y compañerismo y Soonyoung... Me ruboricé al recordar lo mucho que había cuidado de mí, cómo me había bañado, vestido y atendido sin pena, sin disgusto hacia lo que había quedado de mi cuerpo.
Entré en mi baño para terminar de arreglarme un poco de colonia, el desodorante y lavarme los dientes era obligatorio. Me coloqué el flequillo y el tupé que me dejaba en el lado de la cicatriz. También aproveché para mojarme el rostro, eliminando los pocos restos del sueño. Me puse una gorra que impidiese que el sol durante el trabajo. Para cuando me sentí satisfecho con mis arreglos, ya era la hora del desayuno. La casa bullía de sonidos. Romeo reía ante algo que seguramente comentaba Jun que tenía mejor despertar que su hermano de acogida. El bebé lloraba pidiendo que su padre le diese de comer, mientras este le arrullaba, asegurándole que pronto estaría lleno. Jeonghan gritaba para que Mingyu terminase de espabilar y miles de pasos resonaban por los pasillos. Era un día normal en el rancho.
Abrí la puerta y salí, saludando con entusiasmo a quien me encontraba. Incluso bajé silbando una melodía que había llegado a mi mente, pero que no terminaba de ubicar. En cuanto aparecí en el comedor, todos se detuvieron. Seungkwan dejó de servir, Seungcheol me observaba con la boca abierta y Julia casi tira una de las bandejas que llevaba a la mesa. Chan se empezó a reír y Soonyoung me miró sonriendo, el único que no me había conocido por las mañanas.
—Woozi, ¿Quieres café? —Me preguntó el cocinero rompiendo su estupro.
—No, hoy me apetece probar uno de tus tés, por favor —Le dije ruborizándome por toda la atención que estaba teniendo.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con mi Woozi? —Soltó Seungcheol ganándose otra carcajada de Chan.
Soonyoung movió una silla para que me sentase y sonreí agradecido. No iba a caer. No iba a dejar que sus burlas calaran y consiguiesen una reacción en mí. No era tan malo por las mañanas ¿Verdad? Solo necesitaba un poco de café para poder hablar con los demás. No era ningún delito. Desayunamos tranquilos —o tan tranquilos como aquella casa de locos podía estar— y comentamos las tareas para el día. A mí y mi nuevo compinche nos había tocado el arduo trabajo de esquilar a Aristóteles. La oveja negra había tropezado con los botes de miel que nos había regalado nuestro vecino. Por fortuna no se había hecho daño con los cristales ni le habían rozado. Lo malo era que ahora se había convertido en una masa pegajosa. Era el más paciente para recortarle la lana sin prisa, el tiempo que necesitaba para no hacerle daño.
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Los hombres de El valle 2 - El militar y el olvido (Soonhoon) [+18]
RomanceSoonyoung ha tenido un secreto durante años, pero las circunstancias siempre le impiden confesarlo. Tres años después de una pesadilla tras otra y con una carga emocional sobre sus hombros por los efectos secundarios de su tiempo en el ejercito, enc...