CAPÍTULO 17

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—No está colaborando, señorita Rogers. —El Doctor Lee negó con la cabeza—. Lo está haciendo todo más difícil.

Aria cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia delante, sin fuerzas para seguir manteniéndose recta. Tenía los ojos hinchados y la garganta en carne viva de tanto gritar. Todo su mundo se desdibujaba en una mancha borrosa, los cuerpos indefinidos se movían a cámara lenta y apenas escuchaba lo que sucedía a su alrededor. Pestañeó, intentando enfocar la vista. Su cuerpo no soportaría más dolor.

—Señor. —El Doctor Lawrence tocó a Lee en el hombro—. Creo que debemos parar.

—Oh, en absoluto Lawrence. —El doctor Lee miró a Aria con expresión dura—. No pararemos hasta que confiese. Si no habla, nos sirve igual que si estuviese muerta.

Aria levantó la mirada hacia el Doctor Lee, con el odio brillando en ella. Le escupió en la cara, manchándole las gafas y parte de la mejilla.

Él se las quitó y las limpió contra su bata blanca, después pasó el dorso de la manga para limpiar su rostro, con movimientos lentos y comedidos. Se colocó las gafas muy lentamente y llevó las manos a la espalda.

—Se me está comenzando a agotar la paciencia —dijo con voz pausada.

—Como continuemos así es muy probable que muera, Lee. —El Doctor Lawrence señaló la pantalla de la tableta, en la cual se mostraban numerosos gráficos.

—Podéis matarme —dijo Aria respirando entrecortadamente, con la mirada fija en ningún punto—. No voy a deciros dónde se encuentra.

El Doctor Lee se quedó en silencio, mirándola con expresión neutra. Un músculo se movió en su mandíbula.

—Muy bien —dijo al fin—. No beberá ni se alimentará hasta que colabore. Comida a cambio de información. Veremos lo que dura, señorita Rogers.

El Doctor Lee salió del lugar seguido del Doctor Lawrence; la sala se sumió en la oscuridad más absoluta al cerrarse la puerta. Aria cerró los ojos y tiró con violencia de los grilletes mientras gritaba de pura impotencia, la rabia la inundaba por completo.

Cuando ya no pudo más, se dejó caer en la silla. Solo entonces pudo escuchar, las voces ecualizadas a través de la puerta:

—La necesito, Doctor Lawrence —decía el doctor Lee al otro lado de la puerta—, es vital. Ella altera el orden normal de las cosas. Es peligrosa. Para ti, para mí y para cualquier Renegado. No puedo perderla ahora, me costó que sobreviviera al fuego que habita en su interior. Si no hubiese sido por mí, ese fuego que la mantiene con vida la habría consumido por dentro.

—Permítame decirle, señor, con todos mis respetos... que no es todo mérito suyo —la voz del Doctor Lawrence sonaba distante—. Ella es más fuerte de lo que creemos. Yo la analicé, yo le hice las pruebas y todas señalaban lo mismo. Si ella está viva es porque su alma es fuerte. Eso es lo realmente peligroso. —Un breve silencio—. Puede ser un arma muy, muy importante.

—Necesito encontrarla —la voz del Doctor Lee era firme, incluso sombría—. Estoy dispuesto a hacer lo que sea.

El silencio se hizo al otro lado; Aria ya no escuchó nada más. Tal vez podría ser que su cuerpo estuviese perdiendo la consciencia, aunque se oponía a ello. Miró a la puerta con decisión, obligando a su cuerpo a resistir.

Sabía que estaría totalmente demacrada; el cabello rubio le caía lacio a los lados de la cabeza, estaba empapada por la tortura a la que había sido sometida y los brazos le temblaban del cansancio y de haber soportado aquel castigo, la cabeza le palpitaba de dolor. Numerosos moratones le llenaban los brazos como manchas de colores emborronadas en un lienzo blanco, los grilletes comenzaban a hacerle heridas en las finas muñecas. Se sorprendía de haber comprobado que su cuerpo había resistido a eso. Estaba dispuesta a intentarlo, dispuesta a salir de allí. De algo le tenía que servir ser una Tres, ¿no? Se negaba a creer que no podía escapar de aquellos míseros amarres.

Pegó fuertes patadas para intentar desasirse de las cuerdas que mantenían retenidos sus pies. Éstas cedieron bajo la fuerza y los continuos tirones. No era mucho, pero era algo. Sus manos se mantenían unidas al respaldo de la silla de madera. ¿Y qué le ocurre a la madera cuando se moja? Se ensancha y es más fácil que se rompa. Bendita química.

Aria extendió las manos y se concentró en hacer que el agua brotara de ellas, inundando la sala en la que se encontraba. Cuando había cubierto por completo el lugar, hasta llegar al techo, solo esperó. Se mantuvo así, flotando, amarrada aún a la silla durante un largo tiempo. Cuando estuvo lo suficientemente segura, tiró de las cadenas con violencia y la madera cedió.

Ya solo le quedaba esperar y encontrarse de lleno con el tercer elemento. 

Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora