—¿Cómo? —Ian se inclinó sobre mí para ver la ficha del archivo.
Efectivamente, ahí estaba: enero de 2158.
Se limitó a elevar una ceja y, acto seguido, comentó:
—Esa sí que no me la esperaba.
Alcé las cejas con incredulidad y me volví hacia él.
—¿No te importa en absoluto haber perdido un año de tu vida? —pregunté ante su reacción.
Se encogió de hombros.
—¿A ti debería de importarte? Eres inmortal.
Me quedé mirándole unos segundos, con las cejas aún levantadas.
Ahí llevaba razón. En ciertos puntos, de hecho, envidiaba la indiferencia de los Cincos... para todo.
Porque a pesar de ser inmortal, no podía evitar pensar de forma mortal que había perdido un año de mi vida, que había pasado un año desde la muerte injusta de mis padres, de mi hermana. Que, si había alguna oportunidad de volver y arreglar algo, lo que fuera, se había esfumado.
Aunque no tuviese mucho sentido puesto que, a partir de cierto momento de mi existencia, el tiempo me iba a parecer relativo. Indiferente. Un año no iba a significar más que un suspiro para mí.
No me dio tiempo a contestarle antes de que el pomo de la puerta se girase. Ian me agarró de la mano, volviéndonos invisibles de nuevo. Un operario vestido de blanco se acercó hasta donde estábamos, mirando el cajón que yo había dejado abierto con expresión desconcertada. Nos hicimos a un lado sigilosamente mientras él lo cerraba. Sacó una ficha del interior de otro archivo y la ojeó rápidamente. El corazón comenzó a palpitarme con rapidez, resonando con fuerza en mis oídos.
Tiré de la mano de Ian queriendo decir «eso es lo que estamos buscando».
Cuando ese hombre cerró la carpeta y salió por la puerta, nos apresuramos a hacer lo mismo tras él. Lo seguimos a través del corredor. Él, lejos de salir del llamado pasillo prohibido, se adentró aún más en él, dirigiéndose a la parte final. Allí solo había una puerta metálica, de aspecto pesado e impenetrable. Junto a ella, un hombre que vestía los mismos ropajes que el que habíamos decidido seguir. Éste le entregó la carpeta al otro.
—Siga el procedimiento ordenado.
Miró la carpeta que tenía entre sus manos, dubitativo.
—¿Es... es seguro?
El operario al que seguíamos no contestó, se limitó a mirarlo fijamente a los ojos con la respuesta impresa en ellos, legible. El otro asintió sin estar del todo seguro y esperó a que el operario le abriese la pesada puerta, que se asimilaba a la de una caja fuerte. El interior que nos fue revelado era completamente oscuro; una oscuridad tan densa que parecía casi tangible.
Seguimos al hombre de cerca, entrando en la celda casi atropelladamente tras él para evitar quedarnos fuera cuando se cerró la puerta. Todo el vello de mi cuerpo se avivó como el pelaje de un gato al predecir el peligro, pero a pesar de que mis nervios se exaltaron con una imperiosidad casi suplicante, mi alma se calmó. El corazón dejó de latirme con la violencia con la que había estado haciéndolo hasta esos momentos. Incluso el fuego que refulgía en mis venas se apaciguó, en paz.
Fuera la bestia que fuese la que tenían allí encerrada, con esa barbaridad de seguridad, a mi alma refulgente no le producía nada más allá que una anodina calma. Tal vez, la calma antes de una tormenta.
El hombre encendió una linterna y abrió como pudo la carpeta que sostenía, con las manos temblándole. Ian fue quien tomó la decisión por mí. Me soltó la mano y, aprovechando la falta de atención del operario, golpeó con decisión y firmeza en una parte concreta del cuello del hombre. Le dejó noqueado al instante, desmayado sobre sus brazos. Ian lo dejó con cuidado en el suelo.
La precisión con la que había acatado ese golpe era... sorprendente.
Me acerqué a él, contemplando al hombre en el suelo, su figura casi tragada por las sombras ya que la linterna no funcionaba. Chasqueé los dedos y una pequeña llama bailó en mi palma, alumbrando tenuemente nuestras siluetas.
—¿Qué es lo que buscas aquí? —Ian inspeccionó nuestro alrededor y su mirada se perdió en la oscuridad.
La llama que danzaba en la palma de mi mano lanzaba destellos dorados y anaranjados que iluminaban medianamente el rostro de Ian, marcando sus músculos de la mandíbula y aclarando el azul profundo de sus ojos, haciéndolos casi brillar. Cuando volvió esos ojos hacia mí, aparté la mirada para buscar lo que fuera que hubiese allí.
Antes de que pudiese contestarle, una voz surgió de la espesura negra:
—Te estaba esperando, Maitane Mason.
Ian, con una indiferencia sobrenatural, se volvió hacia el lugar del que procedía la voz. Lo imité, y pudimos ver una silueta que comenzaba a hacerse visible a medida que iba entrando en nuestro campo de visión y abandonando las sombras oscuras en las que parecía vivir.
La silueta era más alta que yo, casi igualando a Ian, pero no fueron su forma ni porte amenazante, casi altivo, lo que me hizo retroceder unos pasos tambaleándome. Fueron sus ojos, cuando se enfocaron en los míos... y pude ver con claridad el resplandor rojo que rodeaba sus pupilas negras.
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Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]
FantasyUna explosión nuclear. El apocalipsis. El caos. La muerte... y la vuelta a la vida a un mundo devastado. Tras el estallido de la guerra, todo ha ido en declive hasta que ha sucedido lo inevitable: el apocalipsis. El desastre nuclear más masivo que...