CAPÍTULO 74

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El aire era frío en febrero. Aquella noche la temperatura era más baja que de costumbre y el viento se deslizaba sobre la nieve acumulada en el claro donde se situaba el edificio. Las esquineras de las ventanas se cubrían con una leve capa de escarcha blanca, la madera del marco crujía bajo el frío que se arremolinaba en el exterior.

El Doctor Lawrence se levantó de la mesa y se acercó al termostato, con un movimiento de dedos hizo aumentar la calefacción en la sala. Era una habitación bastante pequeña, con una iluminación tenue, una única mesa decoraba el espacio y un vidrio de visión unilateral acaparaba una de las paredes. Se encontraba en una cámara Gesell, y estaba apuntando en su libreta todo lo que sucedía al otro lado del cristal. Había un cuerpo retorciéndose en una camilla blanca, sus extremidades estaban atadas a los extremos de la misma. Un gran foco de luz apuntaba directamente hacia ella, iluminando a su vez la sala entera. El blanco de las paredes y el suelo hacía brillar la estancia, tanto que dañaba la vista a quien no estaba acostumbrado.

La puerta a su espalda se abrió justo cuando tomaba asiento.

—¿Algún avance? —preguntó una voz grave detrás de él.

—Ninguno, señor —respondió el Doctor Lawrence, soltando la libreta sobre la mesa con un suspiro de resignación.

—Te he traído para que me seas de utilidad —se apoyó en la mesa junto a él—, y necesito ver esos avances, Lawrence. El tiempo corre en mi contra.

El doctor señaló el cuerpo al otro lado del cristal.

—Lleva así cerca de una hora. —Abrió la libreta, anotó algo con rapidez y después volvió a mirarle—. No sé qué más hacer. Llevo inyectándole la misma sustancia una y otra vez, pero siempre consigue expulsarla del organismo.

El doctor Lawrence junto a él se irguió.

—Llévame adentro —ordenó.

El Doctor Lawrence se puso en pie, soltando el bolígrafo sobre la mesa. Salieron de la sala y le abrió la puerta que le permitía el paso a la habitación contigua. Cuando éste entró, la puerta se cerró tras de sí con un clic metálico. Se acercó con las manos a su espalda y en cuanto estuvo cerca, ella dejó de retorcerse.

—Nigromante... —escupió el Peón Rojo. Tironeó de las cuerdas que sujetaban sus muñecas con fuerza. La piel alrededor de las cintas estaba enrojecida e hinchada.

—Siempre has sido muy terca. —Elevó una ceja, casi con indiferencia, mirando sus intentos de romper las cintas.

El Peón Rojo sonrió.

—He ganado muchas cosas siendo así.

Él sonrió tras la tela que le cubría el rostro. Sus ojos eran lo único visible.

—Desde luego, en eso estamos de acuerdo.

Dio media vuelta, dándole la espalda.

El Peón Rojo gritó al notar una presión en su antebrazo, abrió las manos que tenía cerradas en puños, intentando aliviar el dolor. Él paseó su mirada por las paredes de la sala, como si estuviese buscando algo de su interés.

—Siendo tan tozuda, has conseguido que me fije en ti y te considere más que apta para mi proyecto personal. —Pasó un dedo enguantado por la pared y después lo observó durante unos cortos segundos—. ¿No te parece un honor?

En respuesta, ella apretó los dientes con rabia, sus iris se volvieron de color rojo.

—De eso nada —negó él.

El Peón Rojo echó la cabeza atrás soltando un alarido de dolor, y sus ojos volvieron al azul original.

—Nada de poderes.

El dolor fue en aumento y Harper tironeó con fuerza de las ligas que la retenían, oponiéndose a esa sensación. O tal vez utilizándolo para acrecentar su ira. El Nigromante la observó con perspicacia, ladeando la cabeza con interés. De pronto, ella dejó caer la cabeza hacia atrás, respirando con agitación, al mismo tiempo que la puerta se abría a su espalda con brío.

—¿Por qué ha parado? —vociferó el Nigromante, girándose hacia el doctor.

—Es ella, señor —el Doctor Lawrence soltó aquellas palabras como un suspiro—. Maitane Mason.

El Peón Rojo abrió mucho los ojos, con sorpresa y espanto. El Nigromante también lo hizo, pero en lo suyos se reflejaban emociones muy distintas: la alegría y la satisfacción.

Salió de la sala, con su capa ondeando a cada paso, y Lawrence lo siguió a la cámara contigua tras cerrar la puerta.

—¿Dónde?

El doctor Lawrence se acercó a la ventana y señaló con el dedo un punto al otro lado.

—Se está... ¿entregando? —balbuceó con confusión.

El Nigromante se asomó y exclamó sonriendo tras la tela que cubría sus facciones:

—Vayamos a recibirla, entonces.

Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora