CAPÍTULO 29

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Su furgoneta encabezaba el grupo. Para sorpresa de Eric, los Renegados guardaban en el palacio de Frederiksborg una multitud de vehículos para poder desplazarse. Detrás de ellos, una moto negra seguía sus pasos de cerca; la chapa negra brillante deslumbraba con los primeros rayos del amanecer. Argus montaba en ella, sin protecciones de ninguna clase; dejaba que el aire le azotara el rostro y le revolviese el cabello pelirrojo.

Los demás vehículos del resto de Renegados se extendían en una larga fila tras él.

Dentro de la furgoneta, Julen mantenía la vista fija en la carretera mientras dirigía el volante. En la parte trasera, Ian y Eric cargaban unas cuantas armas que habían recogido de los cuerpos de los hombres con los que Maitane había acabado antes de que se la llevaran.

—Me extraña que no se hayan llevado las armas —comentó Heather desde una esquina del vehículo.

—Es probable que no le diesen mayor importancia —dijo Eric mientas cargaba una recortada—. Tienen miles de ellas, dudo que les importase perder estas.

Heather continuó mirándolos con desconfianza, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Quieres? —Eric le ofreció una.

—Yo soy mi mejor arma. —Levantó una ceja—. No necesito una pistola, ¿te parecen insuficientes nuestros poderes?

Ian miró el arma, sin expresión alguna mientras la cargaba.

—Curioso invento, las armas —anunció; le dio un último repaso con la mirada y después la dejó a un lado.

Eric se giró hacia él, frunciendo el ceño con desconcierto.

—Creadas por el hombre para defenderse de otros hombres. —Ian miró el montón que había sobre el suelo de la furgoneta, un pequeño grupo de ellas cargadas y otras tantas aún por cargar.

Eric posó sus ojos en su amigo, en silencio; la tristeza parecía titilar en sus ojos color ámbar, mientras observaba cómo Ian cogía cualquier arma del montón cargado y se la tendía a Heather.

—Llévala por si las cosas se ponen feas ahí dentro.

Ella pareció reacia a cogerla.

—No me gustan... las pistolas, en general —susurró cruzándose de brazos, su mirada oscura se había endurecido.

Ian levantó sus ojos azules hacia ella, aun tendiéndole el arma.

—La última vez que disparé una de estas murió mucha gente. —Su mirada era como un témpano de hielo, una fría pared inquebrantable—. Sigo usándolas cuando es necesario porque las armas no son más que algo construido para defendernos. El arma no es mala, lo es quien la dispara con malas intenciones.

Heather le sostuvo la mirada, su rostro estaba contraído en una mueca de un dolor extraño y difícil de descifrar.

—Al igual que se usan las armas para hacer el mal —el tono de voz de Ian se había relajado; incluso su rostro, normalmente frío e insensible, parecía amable cuando le tendió de nuevo el arma a Heather—, también se pueden usar para hacer el bien.

Ella frunció los labios. Alargó la mano y cogió lo que le tendía, una Glock automática estándar.

—Todos hemos visto cosas horribles debido a la guerra —dijo Eric junto a ella—. Pero Ian está en lo cierto. Las armas no matan... es la gente quien lo hace.

La chica bajó la mirada, asintiendo.

—Yo no fui a la guerra —dijo, aún sin mirarlos, guardándosela en su cinturón—. Pero si por mí hubiese sido, habría ido.

—Es bastante improbable —intervino Ian con la mirada gacha, de nuevo concentrado en cargar las últimas armas que quedaban—. Ese es un pensamiento de alguien que no ha pisado nunca un campo de batalla.

Heather elevó las cejas; en el tono de Ian no había reproche ni enfado. Tan solo... fría indiferencia.

—Habría hecho lo que fuera por marcharme de mi casa —comentó ella.

—No te esperaba nada mejor en primera línea de batalla. —Eric se cruzó de brazos, lanzándole una mirada cruda—. A día de hoy, hay cosas que me gustaría olvidar.

Frunció los labios, desviando la mirada durante unos segundos antes de acercarse a la ventanilla que conectaba con la cabina y preguntar:

—¿Tú también te alistaste, Julen?

El aludido elevó las cejas con sorpresa.

—Estuve en la enfermería, me preparaba para ser médico de guerra. —Su rostro parecía sereno, pero apretaba las manos con fuerza alrededor del volante, sus nudillos eran casi blancos—. Mi hermano Damion lo rechazó.

Eric estuvo tentado de preguntar, pero tuvo la sensación de que era mejor no hacerlo cuando Julen apartó la mirada del retrovisor. Ir a la guerra nunca había sido una obligación, pero te pagaban por ello. Muchos de los que se alistaron, entre ellos Ian y él, necesitaban el dinero que ofertaban.

Ian se volvió hacia Eric con la mirada firme. Le tendió el puño, donde destellaba un anillo plateado que conocía muy bien.

—Juntos.

Eric sonrió. Desde que lo había vuelto a recuperar tras la bomba, todo en Ian había cambiado. Era como ver al que era su mejor amigo a través de una pared de hielo, distorsionado y cambiado, pero siendo en esencia el mismo. Aquel gesto, tan insignificante a ojos del resto, era muy importante para él. Comenzaba a ver los primeros resquicios del que había sido Ian antes de todo eso. Del Ian de siempre.

—Hasta el final, hermano. —Eric chocó su puño contra el de Ian.

Éste sonrió de medio lado... allí estaba. Detrás de toda esa pared de hielo y su opaca frialdad, seguía ahí escondido después de todo.

Heather los miró elevando una ceja, pero no hizo ningún comentario acerca de ello.

Pocos podían entender lo que significaba, pero para ambos eran más que simples palabras. Era una especie de mantra entre ellos, una forma de decirse te quiero sin expresarlo de forma directa.

Eric ni recordaba la primera vez que se lo dijeron el uno al otro. Le puso la mano en el hombro con firmeza, mirándolo intensamente, como si así pudiese traspasar esa barrera de hielo y llegar hasta su amigo. Le dio un suave golpe y después se dirigió a la cabina, por la que se asomó.

—¿Tiempo?

—¿A esta velocidad y sin descanso? —preguntó Julen elevando las cejas, haciendo cálculos—. Llegaremos mañana al anochecer.

—Métele más caña entonces, hay que ganar todo el tiempo posible. —Eric le dio un golpe en el hombro y se volvió hacia Ian y Heather.

La moto negra de Argus se acercó a la ventanilla del conductor y le hizo señas para que la bajase.

—Yo iré delante —vociferó, y lo acompañó de un gesto rápido con la mano, señalando la delantera de la furgoneta—. Avisaré si veo algo. —Hablaba a gritos y mediante gesticulaciones.

Julen logró descifrar lo que decía y asintió, volviendo a subir la ventanilla cuando la moto salió disparada hacia delante, colocándose al comienzo de la hilera de vehículos.

Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora