CAPÍTULO 67

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Miré hacia la puerta principal, por la que entraban todas aquellas personas, con estupefacción; mas no me dio tiempo a procesar la sorpresa por la emboscada cuando un cuerpo impactó directamente contra mí y me envió hacia la otra punta de la sala. Cuando alcé la vista para comprobar qué me había derribado, me encontré con unos ojos dorados demasiado conocidos para mí, a pesar de que su cara me era completamente desconocida. ¿Renegados... atacándonos?

No... Renegados no.

Intenté levantarme para enfrentarme a ella, pero puso un pesado pie sobre mi tórax y comenzó a apretar hacia abajo, haciendo que se me cortase la respiración.

—¡Cubrid la puerta! —escuché gritar a Argus, saltando uno de los bancos para huir de dos chicos corpulentos que lo seguían—. ¡No dejéis que entren! ¡No son Renegados!

Volví a mirar a aquella joven. Sus ojos dorados gritaban lo contrario, pero sabía que Argus llevaba la razón. Agarré su tobillo con fuerza. Sentí el fuego ascender hasta mi mano y la joven retiró su extremidad de golpe, contrayendo el rostro en una mueca de dolor. Aun así, no se rindió. Me puse en pie y ella estuvo a punto de lanzarse contra mí de nuevo, pero centré mi mirada en sus ojos dorados y, a escasos centímetros de mí, se detuvo con cara de horror. Intentó retroceder, pero su cuerpo se movía cada vez más lento hasta que se detuvo por completo.

No sabía ni cómo funcionaba ni cómo lo llevaba a cabo, pero agradecí a todos los dioses que pudiesen escucharme en aquel momento porque hubiese sucedido tal cosa.

Me giré hacia la sala donde estaba teniendo lugar una batalla caótica, y tuve que agacharme para evitar que otro joven se lanzara sobre mí. A mi alrededor todo se había sumido en un caos difícil de controlar. Miré la multitud que se mezclaba con los Renegados reales y me inundó la confusión absoluta. Muy en el fondo de mí había un sentimiento amargo... ¿Podían ser lo que sospechaba que eran?

El hombre anciano, que tantas pegas había puesto durante la reunión dos días atrás, solventó mi duda gritando:

—¡Convertidos! ¡Hijos de satán! —Sujetaba el bastón extendido hacia la puerta por la que se precipitaban sin parar.

Miré con más detenimiento al grupo que nos invadía y me sorprendí descubriendo un sentimiento muy parecido al miedo.

Se parecían tanto a nosotros...

Busqué al resto de mis compañeros entre la gente, pero solo veía cuerpos cayendo, rodando, forcejeando... me era imposible distinguir caras concretas. Alguien volvió a derribarme; estaba demasiado distraída buscando al resto como para prestarle atención a mi propio alrededor. Forcejeé con quien tenía encima, agarrando sus muñecas y llamando al fuego hasta mis manos, pero ella se zafó de mi agarre y me golpeó en la cara con fuerza. Estaba demasiado aturdida para darme cuenta de quién me la quitó de encima. Cuando mi vista volvió a enfocarse y sentí sus dedos fríos alrededor de mi brazo, tirando de mí para levantarme, no tuve ninguna duda.

Tras ayudarme a ponerme en pie, Ian se volvió e hizo que una columna de hielo surgiese de entre sus dedos y avanzara hacia delante, congelando a un convertido que se movió demasiado lento. Intenté moverme rápido y, girando hacia el lado opuesto para librarme de unos cuantos que habían subido al estrado donde me encontraba, chasqueé mis dedos y lancé una pequeña llama de fuego en su dirección, calcinándolos al instante.

Distinguí a Heather entre la multitud. Apartó a un convertido de un fuerte empujón y pisó el suelo con fuerza. El suelo se resquebrajó, surgiendo de la punta de su bota una grieta que se extendió hacia delante, haciendo caer al joven con el que se debatía y otros cuantos tras él.

Julen dominaba bastante bien la situación. Mantenía apresada a una joven entre unas enredaderas que se iban apretando como una anaconda alrededor de su presa.

Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora