Ian se incorporó de golpe en el lecho, respirando con dificultad. Cerró los ojos y, con resignación, trató de controlar las respiraciones aceleradas. Estaba sudado y tenso, con los músculos tan agarrotados como después de una jornada intensiva de entrenamiento.
Eric, que tampoco podía conciliar el sueño, se desveló al escucharlo. Abrió los ojos, pestañeando para adaptarse a la oscuridad.
—¿Te encuentras bien? —Ante la ausencia de contestación por parte de Ian, Eric se irguió un tanto sobre sus codos para poder ver mejor su rostro—. ¿Otra vez las pesadillas?
Ian se pasó las manos por la cara, negando. El sudor le empapaba el cuello y la nuca, rizándole el pelo justo allí donde terminaba.
—Oh, claro que sí —le contradijo Eric sentándose del todo en la cama, apoyando su espalda en la pared que hacía de cabecero—. Sabes muy bien que sí. Balbuceabas su nombre.
Ian fijó su mirada inexpresiva en la pared, frente a él.
—¿El de quién?
Eric lo miró de soslayo.
—El de Dan —se limitó a contestar.
Se hizo un abrumador silencio en la pequeña habitación, tanto que parecía que todo el aire que había allí era de granito sólido.
—Mira, yo... —comenzó a decir Eric ante ese silencio tan incómodo y asfixiante.
—Te he escuchado mil y una veces —lo cortó Ian con esa voz inexpresiva y fría, carente de emoción alguna—. No fue tu culpa, nada de aquello lo fue. No cambiará nada por mucho que lo repitas.
Eric sintió aquellas palabras como un puñetazo en el estómago. No por las palabras, que en sí eran ciertas, sino por la forma de decirlas. Por la indiferencia. El Ian que conocía jamás hablaría de Dan de una forma tan... distante. Como si no le afectase.
—Sí que lo fue —retomó la palabra, carraspeando para quitarse el nudo de su garganta—. Nunca debí abandonar el pelotón.
Ian seguía mirando aquel punto fijo en la pared de madera, junto a la puerta.
—No deberías disculparte por eso. Si no hubieses abandonado el pelotón, habrían matado a todo el batallón. No habríamos quedado ni uno con vida.
—Cometí una estupidez, Ian. —Eric frunció el ceño, debatiéndose entre el enfado y la confusión.
Por primera vez en toda la conversación, Ian se giró hacia él.
—Tal vez. Pero eso nos salvó la vida. Detectaste la emboscada antes de tiempo.
—¿A cambio de cuántos hombres?
Ian frunció el ceño desconcertado, pero fue una expresión leve y mínima. Casi no pudo apreciarla bajo toda la oscuridad.
—Pudimos hacerle frente al ataque, pero... ¿cuánta gente murió por esa imprudencia? —insistió.
—Menos de la que habría sido de haber sido lo contrario.
Eric se quedó clavado en el sitio. Definitivamente, aquel no era su amigo. La frialdad de su tono, la inexpresividad incluso hablando de esos temas...
—Debimos avisar al teniente coronel, creo que en eso al menos estamos de acuerdo. Nos tomamos la justicia por nuestra mano, Ian. —Le mantuvo la mirada y se esforzó en ver lo que fuese, tras aquellas paredes de hielo opaco e infranqueable.
Tenía que estar ahí, el hecho de ser un Cinco no podía haberlo cambiado tanto. Tenía que estar debajo de todo ese muro de contención, porque, si no estaba... lo que tenía frente a él no era más que una cáscara vacía que representaba exteriormente a su amigo. Pero que nada tenía que ver con quien fue una vez.
Ian suspiró, frunciendo el ceño. Parecía que le costaba respirar.
—Es... extraño.
Eric tragó con fuerza.
—¿El qué?
Se llevó la mano al pecho, con su rostro aún contraído en una ligera máscara de dolor y contrariedad.
—Hay un sentimiento en mí lo suficientemente intenso como para hacerme percibirlo a través de...
Eric no habló, tan solo le sostuvo la mirada.
—Del hielo —acabó Ian, levantando la mirada hacia su amigo—. Pero no puedo sentirlo. Sé que está ahí, que es grande, pero... no puedo sentirlo. Y sé que tiene que ver con Dan.
De alguna manera, que Eric no supo interpretar, esas palabras se le clavaron en el corazón. Y, tan solo por un instante, pensó en lo horrible que debía ser saber que sufres por algo, pero que no puedes sentirlo. Que no puedes sanarlo.
—No podríamos haberlo salvado —la voz de Ian se volvió un susurro ronco—. Él eligió ese destino. —Apartó la mirada y volvió a acostarse en la cama, dándole la espalda.
Una clara forma de dar por zanjada la conversación. Pero no podía dejarlo estar así, tenía que haber algo. Tenía que quedar algo de él, cualquier cosa... por mínima que fuese.
—¿Por qué te sentaste conmigo a morir?
Pareció que Ian dejó de respirar.
Eric esperó unos eternos segundos, y cuando pensó que ya no iba a contestarle, le sorprendió:
—La muerte era, para mí, mejor que vivir sin nadie de los que amaba. —Se detuvo unos segundos antes de proseguir—: Además, hicimos una promesa, ¿recuerdas?
Y ahí estaba.
Debajo de todo eso, de ese frío envoltorio, sí se ocultaba quien una vez fue su amigo.
Eric soltó todo el aire que estaba conteniendo, volviéndose a recostar en el lecho.
—Lo recuerdo.
Después de todo, quizás Ian aún podría salvarse.
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Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]
FantasíaUna explosión nuclear. El apocalipsis. El caos. La muerte... y la vuelta a la vida a un mundo devastado. Tras el estallido de la guerra, todo ha ido en declive hasta que ha sucedido lo inevitable: el apocalipsis. El desastre nuclear más masivo que...