CAPÍTULO 34

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Un operario vestido con la bata y el uniforme blanco reglamentario se quedó clavado en el sitio, sorprendido y temeroso a partes iguales. Aria y yo no nos movimos, intercambié una mirada breve con ella. Dirigí mis ojos entonces al operario nuevamente, desafiándolo.

Mi padre solía decir que la mejor forma de mostrarse fuerte e imponer al oponente es manteniéndole la mirada, sin vacilar.

—Mai... —escuché decir a Aria junto a mí.

Seguía con los ojos en el hombre que estaba en el umbral de la puerta. Todo a mi alrededor pareció difuminarse, solo enfocaba el rostro de aquel operario... vi fogonazos de imágenes indefinidas y después, volví a ver solo al hombre. Hizo ademán de gritar y su cuerpo se quedó petrificado en esa posición.

Volví en mí pestañeando, como si una fuerza extraña y desconocida se hubiese apoderado de mi mente durante unos instantes, y miré aquel hombre sin saber con exactitud lo que había pasado.

—¿Qué? —Me volví en redondo hacia Aria.

—¿Qué ha... qué has hecho? —Miró al hombre con desconcierto y después se giró hacia mí.

Fruncí el ceño.

—No lo sé —me pasé una mano por el pelo—, ha sido extraño.

Mi amiga se acercó a él y le pasó una mano por la cara, haciendo gestos para ver si reaccionaba. No lo hizo.

—¿Lo has...?

—¿Matado? —acabé su pregunta—. Lo dudo. No sé si respira, pero...

—Tiene pulso —Aria le puso dos dedos en el cuello para comprobarlo y después chasqueó sus dedos frente a él—. Está como... ¿congelado?

Se escucharon una gran cantidad de pasos firmes; no corrían, era un ritmo fijo y errático. Probablemente soldados.

—Escóndete allí —le dije, señalándole un armario de latón—, con suerte creerán que estás en tu celda.

—Desconecta la cámara doce. —Señaló un ordenador junto a mí y después corrió a esconderse.

Me dirigí hacia allí y tiré de los cables que estaban conectados, la pantalla se fundió en negro, ya no se podían ver las imágenes que emitía. En ese preciso instante, un grupo de soldados entraron, rodeando al hombre que estaba en la puerta como el agua sortea las piedras de un río, y caminaron en mi dirección. Me giré hacia ellos y los miré, elevando mi mentón con altivez. Conté seis hombres.

—No deis un paso más —levanté una mano— o incendio toda la sala.

—Está bien —el Doctor Lee salió de entre la marea negra de cuerpos—, no daremos un paso más.

Se detuvieron unos pasos por delante del operario petrificado.

No era tan tonta como para no saber cuándo me iban a tender una emboscada, y en aquel momento sabía que iba a suceder. Un dardo salió volando en dirección a mí, cortando el aire y emitiendo un leve silbido; me aparté con rauda velocidad y alargué las manos para alcanzar el ordenador más próximo. Lancé, intencionada y concretamente, el ordenador número doce hacia los hombres que estaban allí y logré alcanzar a uno de ellos en el pecho, lanzándolo hacia atrás del impulso. La máquina se estrelló contra el suelo con un estrépito, haciéndose añicos.

Cuando me di la vuelta para agarrar a otro, un profundo dolor, tan grande que casi me hizo perder el equilibrio, recorrió mi pierna. Arranqué el dardo de mi muslo y me giré. Antes de que pudiera dar un paso más, o tal vez lanzar alguna llama para al menos acabar con algún soldado que otro, un profundo cansancio comenzó a invadirme como si tapasen mi cuerpo con una gran manta y la oprimieran hasta perder el conocimiento. Di unos pasos torpes, casi como si estuviera ebria, viendo el mundo desdibujándose; mis ojos se cerraron alentados por un sueño que cayó sobre mí como una pesada losa.

Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora