CAPÍTULO 60

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El sonido del mar calmaba el pitido que reverberaba en mi cabeza, tronando en el fondo de mis oídos. Sentía un peso tan grande sobre mí que me era imposible levantarme, de abrir los ojos siquiera. El aire olía a sal y mi garganta estaba seca y rasposa, incluso tragar me costaba. Tosí y vi las estrellas a través de mis párpados por el dolor intenso. Traté de llevarme la mano al pecho mientras me arqueaba para seguir tosiendo; el más mínimo movimiento mandaba descargas de dolor por cada fibra y nervio de mi ser. Pese a ello, me esforcé en abrir los ojos.

Mi mirada se fue haciendo más nítida a medida que me esforzaba en enfocarla en lo que parecía un techo de paja sobre mí. Me relamí los labios; estaban secos, agrietados y sabían a sal. Me elevé sobre mis codos para captar mejor los detalles del lugar en el que me había despertado, pero un fuerte dolor en la parte occipital de mi cabeza me alertó de que algo no iba bien. Me llevé los dedos al lugar y lo rocé con las yemas, palpando con suavidad. Había algo de sangre, aunque la herida estaba tierna, ya cerrándose.

Aún me asombraba cómo funcionaba mi cuerpo.

—¿Cómo te encuentras? —exclamó una joven morena al tiempo que se acercaba hacia mí, despegándose del marco de la puerta de madera que tenía la cabaña—. Tenías una brecha muy fea en la parte trasera de la cabeza, pero cuando intentamos curártela... bueno, ya estaba casi sanada. ¿Qué tal está ahora?

Mierda, más preguntas sobre mis puñeteros poderes.

Llevaba su oscura y larga melena recogida en trenzas a lo largo de toda su cabeza, decoradas con finos hilos de colores vivos que se entremezclaban con sus mechones. Solo vestía un sencillo vestido azul voluminoso e iba descalza. Su piel bronceada por el sol parecía atraer toda la luz de la estancia.

Se respiraba paz en el ambiente, la calma de la inocente tranquilidad. Me tensé ligeramente cuando se acercó a mí, dispuesta a comprobar mi estado.

—¿Dónde estoy? —Mi mirada se deslizó más allá de la puerta abierta, a la pequeña bahía que había a pocos metros.

Aguas cristalinas y blanca arena. La playa. No recordaba la última vez que había visitado una. El calor del sol se colaba por la puerta y llenaba toda la estancia. A lo lejos, elevándose como una presencia amenazadora sobre nosotros, un acantilado se erguía en una pronunciada curva escarpada, dibujando formas grotescas sobre la superficie del agua bajo la luz del día. Seguramente fuese el acantilado por el que habíamos caído.

En ese instante, comenzó a invadirme un pánico arrollador. ¿Dónde estaban los demás? Por unos breves segundos, me imaginé lo peor. Y para mi sorpresa, me encontré preguntándome qué diablos haría... sin los demás.

—Estás en un lugar seguro —contestó ella, aún cerca de donde yo estaba—. Es... de hecho, sorprendente que hayáis sobrevivido a semejante caída.

Al ver que no contestaba, hizo ademán de abandonar la estancia, desempolvándose las manos mientras me ofrecía una última sonrisa amable, pero mi pregunta la detuvo.

—¿Mis... —la palabra se me atragantó en la garganta—, mis compañeros?

La sonrisa de la joven se ensanchó con comprensión.

—Están arriba con los demás.

La observé marcharse, con su vestido ondeándose en el viento de la mañana, y reparé en el lugar donde me encontraba. Por la estructura interior, era evidente que se trataba de una cabaña construida recientemente, con materiales no muy elaborados pero que daban la suficiente seguridad como para tener la certeza de que no se desplomaría encima de ti. Era bastante espaciosa; tenía un techo abovedado compuesto por una mezcla de palos largos, gruesas ramas y paja colocada de forma estratégica, cubriendo todos los posibles huecos.

Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora