Tan solo esperamos a que el Doctor Lee regresase a mi celda. Porque volvería, estaba segura de ello. Durante el periodo de transición, me entretuve mirando el techo y deduciendo que era tan terriblemente aburrido y sobrio como lo fue cualquier edificio penitenciario construido antes del apocalipsis; trenzaba mi pelo con gran habilidad mientras las horas pasaban ante mí, aunque entre esas cuatro paredes era muy fácil perder la noción del tiempo.
—Aún no oigo nada —escuché decir a Aria al otro lado.
—No te preocupes, se me está haciendo ameno —dije con desdén.
Oí la risa de mi amiga al otro lado. Hacía mucho que no la escuchaba reír, apenas recordaba su sonido.
—Podemos rellenar estos apabullantes e intensos momentos de actividad charlando despreocupadamente —sugirió.
Sonreí.
—Nada de lo que hagamos podrá ser de forma despreocupada.
Aria no se pronunció ante eso. De hecho, el silencio que sobrevino sobre nosotras era suficiente anticipo del rumbo que tomaría la conversación.
—Mai... —Sabía lo que estaba a punto de decirme incluso antes de que lo hiciera—. Intenté hacer lo correcto.
—No te culpo, Aria. —Sonreí, aunque ella no pudiese verlo—. Quizá si hubieses venido conmigo al hospital, no habríamos muerto, pero... piénsalo, no estaríamos aquí ni tendríamos estos poderes tan chulos, ni nos perseguirían organizaciones de humanos zumbados para aniquilarnos.
Escuché la risa de Aria de nuevo.
Unos pasos se escucharon con claridad al otro lado de la puerta y supe que era él. Solté el extremo de mi pelo cuando la puerta se abrió, mis mechones marrones escaparon de la trenza. El Doctor Lee apareció en el marco, casi recortado a contraluz; parecía un ángel descendido del cielo.
—Me alegro de ver que ya se ha calmado —dijo acercándose a mí con cautela. Tenía las manos cogidas a su espalda—. Quizás ahora podamos charlar.
Se acercó a una esquina y cogió una silla de metal oxidada que reposaba allí y parecía de lo más incómoda para sentarse en ella.
—Me he tomado la molestia de revisar los archivos de los Renegados con los que se fugó —dijo, entrelazando sus manos y dejándolas reposar en su regazo—. Me gustaría poder decirle que me sorprende.
—¿Con quién pensaba que acabaría, Doctor Lee? —dije con una descarada desfachatez—. ¿Con un tipo como usted?
—Nunca será bienvenida entre ellos, señorita Mason. —El Doctor Lee me miró por encima de sus gafas—. Le temen... o tal vez, incluso la odien.
No hacía falta que me lo jurase.
—¿A mí? —dije con sorna, elevando las cejas—. No mucho más de lo que vosotros lo hacéis.
—Yo no le temo —dijo Lee, su mirada era firme y seria—. Ni la odio.
—Ah, ¿no? Pensé que había visto todo lo que hice al salir de aquí. Además... —sonreí con sorna—, le escuché hablar con el Doctor Lawrence. ¿Matarnos? ¿Tan predecible es?
El Doctor Lee esbozó una leve sonrisa, aunque sus ojos se oscurecieron.
—Admiración —fue su única respuesta, ignorando el resto de mis preguntas.
—¿Me admira? —Lo miré interesada—. Es evidente su fascinación, si tuvo la consideración de hacerles creer a los Renegados que yo soy un peligro.
—¿Cree que le temen porque yo los influencié? —El Doctor Lee soltó una carcajada seca—. No, Maitane. Tanto los humanos como los Renegados tienen una cosa en común: temen lo desconocido. Usted es desconocida para ellos. Y, por favor... no me sea cínica.
—Soy desconocida para los Renegados, pero no para usted, ¿verdad? —Lo miré y entrecerré los ojos. Traté de encauzar la conversación hacia un camino que me condujera a respuestas.
—Sé a dónde quiere llegar. —Me miró con una pequeña sonrisa altiva—. La paciente trescientos cuarenta y uno. Ella no era semejante a usted.
—El fuego era su elemento. —Estaba decidida a encontrar toda la información que pudiese, aunque no formara parte del plan—. ¿Seguro que no era semejante a mí? ¿Por qué motivos?
El Doctor Lee no respondió, la sonrisa se le borró de un plumazo y se quedó observándome. Me pasé la lengua por los labios, humedeciéndomelos en un gesto nervioso por controlar mi serenidad.
—Ya veo —dije bajando la mirada, fingiendo estar desilusionada por no haber obtenido respuesta—. Información restringida.
—Veo que es inteligente, señorita Mason. —Se irguió en la silla.
—¿Qué quiere de mí? —Mi mirada era fría y decidida.
—La respuesta a esa pregunta es muy extensa. —El Doctor Lee sonrió—. Por el momento, me servirá de anzuelo.
—¿De anzuelo? —Casi sonreí.
—¿Cree que no soy consciente de las reglas de esos estúpidos Renegados? —sonrió, casi con arrogancia—. Proteger al Seis sobre todas las cosas... —Su sonrisa se hizo más amplia—. Le temen, pero saben que usted está mejor en su poder que en el nuestro.
—Me temo que no vendrán, Doctor Lee —dije elevando las cejas—. La única persona que quiere rescatarme está aquí, junto a mí, en la celda contigua. Aria creó esa ley y...
—¿Eso cree? —El Doctor Lee me cortó y soltó una risotada—. ¿Cree que esas leyes fueron creadas e impuestas por dos muchachos estúpidos que no sabían nada de la vida que los esperaba fuera?
No respondí, fruncí el ceño con desconcierto y supuse que el Doctor Lee lo había leído en mis ojos. Solo había dos posibilidades: o el Doctor Lee mentía o había algo que Aria y Eric aún no me habían contado.
—Si eso es lo que le han explicado, entonces es que hay algo que no quieren que sepa —el Doctor Lee se subió las gafas con un dedo huesudo—, pero puede preguntárselo usted misma cuando vengan a buscarla. Ha hecho el trabajo sucio por mí sin siquiera saberlo, Maitane. Vendrán ellos solitos a mí, y cuando lo hagan, procuraré ponerles en celdas cercanas a usted para que pueda resolver sus cuestiones.
Me quedé en silencio sin saber qué responder, desconcertada. Carraspeé para intentar que no se me notara la turbación. Casi ni conocía a aquellas personas, pero no podía ni quería provocar sus muertes.
—¿Qué pretende hacer con ellos? —pregunté intentando sonar amenazante, a pesar de que mi voz titubeó.
El Doctor Lee se levantó de la silla y la dejó de nuevo en la esquina. Vi que tenía intenciones de irse y tuve que impedírselo. Coloqué mi mano en el suelo y unas llamas de media altitud corrieron hacia la puerta, impidiéndole el paso.
No, no estaba dispuesta a dejar que muriesen. Apenas los conocía, pero ellos me habían sacado de allí una vez. Si podía hacer cualquier cosa para impedirlo, así sería. Además, tenía la sensación de que esas personas eran importantes para Aria, y si eran importantes para ella... entonces a mí también me importaba su bienestar.
—No se va, Doctor Lee —le dije volviendo a bajar la mirada hacia mi mano, donde bailaba una pequeña llama refulgente sobre mi palma, iluminándome.
ESTÁS LEYENDO
Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]
FantasíaUna explosión nuclear. El apocalipsis. El caos. La muerte... y la vuelta a la vida a un mundo devastado. Tras el estallido de la guerra, todo ha ido en declive hasta que ha sucedido lo inevitable: el apocalipsis. El desastre nuclear más masivo que...