Capítulo 18: Aliados

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En la hondonada, la reina había puesto a Campanilla a hacer los trabajos más pesados y sucios que se le ocurrían. La mayor parte del tiempo la tenían removiendo basura para hacer compost para las plantas. Literalmente trabajaba en la mierda. Otras veces cargaba y descargaba objetos pesados, o ayudaba con la limpieza de las cocinas. La idea era mantenerla cansada y sucia, como si fuera un trapo viejo al que pudieran manejar, pero nadie podía con Campanilla.

Por las noches, los guardias de la reina la llevaban a su celda, la cual era prácticamente una caja mugrienta, sin ventanas para respirar, solo las rejas de la trampilla en el techo por la que la soltaban. Daba la impresión de que el hada no hacía nada, solo obedecía. Pero todos parecían olvidar quien había criado a Peter, quien le enseño todo lo que sabía.

Campanilla no «obedecía» como tal, sino que aguardaba. Observaba su entorno, analizaba sus movimientos, y esperaba el momento oportuno para actuar.

Una noche, mientras trataba de dormir, al fin recibió la visita que había estado esperando. Entrecerró los ojos cuando la trampilla se abrió, dejando entrar la tenue luz del exterior.

—Te veo en la mierda, Campa —dijo Galla desde la entrada. Campanilla la miró con incredulidad, mientras descendía para tenderle la mano—. Larguémonos de aquí.

Campanilla sonrió y la agarró para levantarse. Los guardias estaban en el suelo cuando salió. Galla se detuvo un momento y los metió dentro de la celda, luego hizo un hechizo de espejismo para simular que Campanilla seguía encerrada y los guardias vigilando en su puesto.

—No los engañará mucho tiempo —resaltó Campanilla.

—El suficiente. Vamos.

Salieron a hurtadillas de los calabozos, que se encontraban algo apartados del centro de la hondonada, en una ciénaga. Era una zona poco habitada y descuidada. El lugar perfecto para esconder la morralla, o sea, el mejor sitio para urdir un plan sin ser visto.

Campanilla siguió a Galla hasta un árbol hueco, cuya entrada se encontraba escondida bajo el nido de una ardilla. Se mantuvo en guardia todo el camino, analizando su entorno, como de costumbre, para memorizar a donde iban.

Nunca se sabe quien te va a traicionar.

Al bajar unas escaleras, llegaron a una acogedora guarida donde se encontraba Toy, junto a dos hadas más, un chico y una chica. Ambos de cabello negro y ojos rasgados; la mujer era bajita y regordeta, y el chico alto y delgado, con los brazos marcados.

—La jefa ha vuelto —declaró Galla al llegar.

Campanilla escudriñó a Toy con la mirada, desconfiada. No lo había visto nunca.

—¿Quién es él? —preguntó, algo amenazante, como si no debiera estar ahí.

Toy se puso algo nervioso, no solo por la pregunta, sino por la presencia de Campanilla. Había escuchado mil historias sobre ella, tanto buenas como malas. Pero la que más le fascinaba, era la razón por la que estaba allí.

—Calma. No seas tan brusca con el novato —lo defendió el otro chico.

—Él es Toy, está de nuestra parte —aclaró Galla.

—¿Para qué lo necesitamos? —volvió a preguntar, sin quitarle los ojos de encima.

—En primer lugar, para mantener a tu niño perdido y su amiguito a salvo —contestó el chico—. Y en segundo lugar, Toy es nuestro inventor. —El nombrado se sonrojó—. Ya hacía falta otro cerebrito en el equipo.

—Sí, porque como tengas que ser tú.

Las chicas se rieron.

—Oh, me siento tremendamente ofendido.

Peter & Garfio: El cetro del diablo [LRDN #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora