Capítulo 9: Gestos

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Campanilla observó a Peter y Garfio, bastante desconcertada, con una expresión casi de espanto. Ambos se veían demasiado cómodos uno encima del otro, abrazados, y semidesnudos.

«Me he debido dar un buen golpe en la cabeza» pensó el hada.

Ignoro a la parejita y salió de la cueva. Quería encontrar unas plantas para hacerle un ungüento a Peter; debían curar sus heridas.

Fuera todo estaba hecho un desastre. La tormenta había roto ramas y arrastrado arbustos colina abajo. La tierra mojada ahora era puro barro a su alrededor, y en el sendero se había formado una profunda grieta. No sería fácil subir por ahí.

No tardó mucho en encontrar lo que buscaba, solo eran un par de hierbas. Regresó a la cueva y se puso a aplastarlas con un poco de agua para hacer el ungüento, mientras Peter y Garfio se despertaban.

Peter fue el primero en abrir los ojos, frotándose el rostro con la mano. Antes de que pudiera darse cuenta de donde se encontraba, Garfio lo apretó contra él en sueños. La cara de Peter se tiñó de rojo, y el hada se echó a reír.

—Buenos días, tortolitos. Si molesto me voy —se burló.

Peter se apartó algo brusco, despertando al pirata. Iba a acercarse a su ropa, pero en cuanto trató de levantarse le fallaron las piernas.

—¡Ag! —gimió de dolor.

Garfio aclaró su vista, somnoliento.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Peter lo miró burlón, tratando de ocultar su dolor.

—¿Has tenido dulces sueños?

—Los sueños eran dulces, pero la realidad no —contestó el pirata a la defensiva.

—Perdona que discrepe —contestó el hada en voz baja, apreciando lo cómodo que se le veía con su muchacho encima. Se acercó a Peter—. Para tus heridas. —Le mostró el ungüento en una corteza—. Deja, con esto te sentirás mejor.

Peter accedió a regañadientes y el hada comenzó a cubrir sus heridas. Se comportaba como un niño pequeño cuando algo le dolía.

—¡Auch! —se quejó.

—No seas crío. —Peter resopló—. Vuestra ropa ya está seca, por cierto. Dile al grandullón que se ponga algo. Indecente.

Peter se rio.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Garfio.

—Qué estás muy mono por las mañanas —bromeó Peter, sacudiendo las pestañas, coqueto. Campanilla le apretó en la herida—. ¡Ay! Qué mala eres. —Se dirigió a Garfio de nuevo—. La ropa ya está seca, póntela. Y de paso pásame la mía.

Garfio no replicó. Se levantó y tomó la ropa, le entregó a Peter la suya; prácticamente lanzándosela a la cara; y luego comenzó a vestirse, dándoles la espalda. Prefería fingir que lo ocurrido el día anterior no había pasado, solo de recordarlo enrojeció por la vergüenza.

—Debemos continuar. Barbanegra nos estará siguiendo. —Peter lo miró de reojo—. Ese hombre saca ventaja de lo que sea. Si no somos rápidos nos alcanzará.

—Una vez salgamos de la selva no podrá seguirnos.

Peter se vistió con cuidado, cuando el hada terminó de curarle las piernas y vendo sus heridas con hojas. Trató de levantarse, torpemente, y estuvo a punto de caer al suelo, pero Garfio reaccionó rápido y lo agarró. Sus pechos se juntaron de nuevo y sus ojos se encontraron por un instante. Peter lo apartó de un empujón y cayó al suelo de culo, provocando la risa del pirata.

Peter & Garfio: El cetro del diablo [LRDN #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora