TARJETAS Y MÁS SONRISAS

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Editado.
Nuevo material.

El lugar donde Jimin residía desde hace más de dos años no era más que un viejo edificio destartalado, con pintura descascarada, ratas y cucarachas más que personas y un sin fin de problemas que no dejaban de aparecer.

La portera era una señora adulta, algo rellena en calorías y con un carácter del carajo. Jimin creía que se debía a soportar a su pequeño hijo.

Por desgracia o por justo, el pacto que había tenido que aceptar el ojimiel para tener un techo y comida para no morir de hambre en la calle, había sido ayudar en todo lo que la señora Lee le pidiera.

-¿Ya barriste la entrada?- la voz rasposa y dura de la mujer le asaltó justo cuando regaba las plantas de la recepción.

Un respingón, luego le negó sin palabras de por medio. Había entendido que eso era lo mejor cuando amanecía enojada, de por sí se la vivía enfuruñada con el mundo pero existían días peores, como ahora.

-¿Y que esperas? ¿Qué te lleve de la manita hasta allá? ¿Una limonada su alteza?

-Y-ya, ya voy.

Como un resorte se levantó para ir al cuarto de utensilios, la mirada inquisitora de Lee le hizo ver el doble de temeraria. Estaba harta de tener que tratar con niñitos estúpidos e inútiles pero si lo corría —que ganas no faltaban— tendría que hacerse cargo de todo sola y eso era un coñazo.

La banqueta y entrada estaba polvorienta, usual, teniendo en cuenta que siempre está expuesta a la intemperie. El cielo estaba apacible así como las calles sólidas donde la gente escaseaba en días como hoy. A Jimin le gustaba barrer fuera porque así podía curiosear su alrededor sin paredes que le encerraran.

Le encantaba admirar el cielo, las nubes que le acompañaban, nadar en el azul que le pintaba y permitirse soñar todo lo que su realidad no le daba. También observaba los edificios aledaños, contando cuántos pisos de altos eran o los colores poco cálidos que enmascaranban sus carencias. Además, su favorito era siempre ver las jardineras externas del condominio donde vivía, lo único bonito en ese putrido lugar.

Él se encargaba de mantenerlas vivas, lindas y florecientes. Cuando llegó a vivir a allí, estaban secas sin cuidado alguno. Adoraba las flores, flores de todos los colores, los colores también eran sus favoritos, sobre todo el azul de la noche o el mar, nunca había conocido el océano, deseaba hacerlo y nadar en él hasta cansarse aunque tampoco sabía nadar y...

-Hola muchacho.

¿Cuánto tiempo llevaba perdido en su hilito de pensamientos? ¿Desde hace cuanto que había dejado de barrer y se mantenía parado en medio de la entrada? Bueno, no lo supo con exactitud.

Sus perdidos ojos que se mantuvieron por unos minutos en la nada del piso, atentaron en los contrarios. ¿Quién era? Ni siquiera escuchó o se percató de su llegada.

Ese hombre parecía importante, vestía un traje sastre perfectamente planchado, los zapatos brillaban con los rayos del sol y su cabello peinado con gracia, pero lo que más llamó la atención de Jimin fue su mirada gatuna que parecía implacable, tan seria que la ansiedad golpeó las puertas de su cuerpo.

-Estoy buscando a una persona y me parece que vive aquí- comentó con serenidad sin perder la firmeza-. Se llama Jackson Wang. ¿Lo conoces?

-S-si, creo.

¿Creé? ¿Cómo que creé? ¿A qué se refiere con eso?

Las mismas preguntas se volvían a formular en diferente persona. El palido hombre quiso espetar con más autoridad y amenaza que aquello no se trataba de un juego, o sabía o no sabía nada. Punto.

OJITOS MIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora