CÓMO MÁGIA

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Cuando Minnie bebé se desataba en el ambiente consciente, su personalidad arisca y refunfuñona aparecía y algo con lo que podías relacionarlo era dormir. Minnie bebé adoraba dormir, sus siestas eran sagradas y su sueño nocturno debía ser pleno.

Cuando Minnie grande —usualmente llamado más por Jimin y todo apodo tierno adjunto— se desenvolvía en su consciencia pre-adulta, era un contraste magnífico, colosal. Jimin solía despertar a las siete acostumbrado al horario de trabajo antiguo, entonces las mañanas se volvían interesantes para apreciar con hiperactividad despistada.

Una de las cosas que más adoraba de esa casa —claramente luego de la comida—, era el baño, en sí, su hora del baño y es que esta rutina se volvía la favorita —aclaramos nuevamente que luego de la comida—, tanto en su pequeño espacio como en su gran espacio. Minnie se emocionaba con los juguetes marinos que sus adultos personales le traían, disfrutaba de las manos gentiles que le tallaban con suavidad y amaba en sobre manera no tener que hacer nada porque esos cuatro hombres lo hacían todo por él.
¡Eran unos súbditos fenomenales!

Jimin no, a él le daba penita ser visto y bañado por otros, tonto si recordaba que en un inicio luego de hablarlo, se dejó hacer por esos hombres a los que ahora les negaba su ayuda en la regadera. Lo que pasaba es que luego de salir de su caída pequeña algo en su cabeza le decía que debía comportarse como una persona que no estorbara. Él no era un inútil. Aún le costaba comprender ciertos detalles con eso de ser un pequeño, entendió que no estaba enfermo sin embargo no sabía que era exactamente.

Jimin ahora se permitía descubrir todo lo que le rodeaba, todo eso nuevo, cómo el shampoo aroma a quien sabe que diantres pero que olía maravilloso, perfumado. A veces tenía ganas de morder la barra de jabón blanco con aroma suave, parecía que sabría rico.

No, no lo hizo, casi se vomita esa vez y desde allí decidió no volverla a probar.

El agua que caía como regadera sobre su cabeza, espalda y rostro. Al pegar contra las lozas grisáceas, el sonido matificaba de forma somnifera sus instintos ansiosos, como una melodía sin prisas, distinta. El vapor que se subía con el calor de la lluvia artificial, tintando los cristales de la puertas en un blanco grisaceo. El espejo empañado donde al pasar la mano, se dibujaba un reflejo algo borroso y adornado por gotas del mismo vaho que se ceñia al esparcirse como raíces de un eucalipto.

Por naturaleza Jimin era curioso, observatibo y apreciador de las pequeñas cosas que la gente comúnmente ignoraba, aunque él no lo sabía precisamente porque ¿quién no apreciaría el tacto flojo de la toalla, recubriendo la piel húmeda, candido en la ambigua temperatura? Por lo menos, Park Jimin observaba esos mínimos detalles.

Minnie disfrutaba los sentimientos, Jimin disfrutaba las sensaciones.

Eran las dos veintitrés de la tarde y el día está siendo ya un tanto fofo, la casa estaba silenciosa, armoniosa. Todos trabajaban, la diferencia radicaba que Hoseok como todas las mañanas hasta ahorita, hacía sus pendientes en casa pues su trabajo como escritor le daba esa libertad, perfecto para no dejar solo mucho tiempo a Jiminnie. Ya en la tarde a eso de las tres llegaban Namjoon y SeokJin juntos de la KEBC y relevaban a Hoseok, no es que fuera algo de esfuerzo estar con Jimin, por lo menos no en su Big Space.

Vagando por la casa, Jimin observaba lo que sea que pudiera distraerle, técnicamente eso era fácil sin embargo ahora tenía ganas de jugar, si, jugar a los espías. Por tal emoción bien creída, caminaba de puntitas sigilosas, pegado de espalda a la pared, el brazo móvil extendido a esta como si así pudiera hacerse uno con el muro blanco. Bueno, su ropa contrasta un poquito. Pantalones de jeans azules claros que se sostenían por un elástico y cordón y una camisa amarilla pastel, aunque nada como sus calcetines de rombos con todos lo colores habidos y por haber.

OJITOS MIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora