OJITOS MIEL

LLUVIA DE PAPÁS 2/2

-Mira Minnie, Hyunji a traído algo.

No, no, no y no. Minnie no saldría de su escondite por más que insistieran. Regalos, ja, ¿qué clase de bebé convencuero creen que era?

-Es bonito- Hyunji trató ahora, Jiminnie respingó con aquella voz-. Donde lo compré, dijeron que todos los bebitos lindos y buenos lo tienen, y por lo que veo tu eres uno- no lo negaría-, pero no te veo con esta roca gigante que habla.

¿Alguien dijo roca gigante? ¿y habla?
Que por otro lado, podría darle una oportunidad ¿no?. Sus adultos le decían que todos la merecían. Jorge el curioso también se las dió a esas cosas  que encontró botadas.

Con esa curiosidad nata, comenzó a moverse, aún montado en el regazo de su abuelo. Restregó su nariz y parte del rostro en el pecho de Minho y sus bracitos no dejaron de abrazarlo, seguía pegado a él pero por lo menos ya le estaba dando la cara a Hyunji. Con el chupón rosa succionandose, no dijo nada, sus grande ojos miel estaban atentos, profundos.

-¿Te gusta?- el señor Kim sacó el juguete de la bolsa. Sus hijos habían compartido el nuevo gusto por las rocas.

Jiminnie la observó desde su lugar, era como una piedra pero de goma y tan grande como su tazón de cereal favorito. Bonita, cierto, sin embargo nada especial...

-Hi my friends.

¡Ay no! Esa cosa prendía en colores.
Se iba a morir de la felicidad.
Sus cejitas alzadas y los ojos platónicos lo decían todo.

-¿Ba?

Señaló con timidez y precaución.
Hyunji apretó de nueva cuenta el botón y las palabras cambiaron, luego cantó y al final las luces se alternaban como foquitos de navidad. Esa cosa era una mezcla de lámpara y juguete.

La bolsa y la piedra le fueron entregadas, dudó en tomarlas, primero se fijó en el señor de cabellos ondulados, negros afines a sus ojos. ¿Qué tal si se lo comía?. Aunque pareció que ya se había almorzado a otro niño pues su sonrisa no demostraba que estubiera hambriento.

Además, ¿cómo negar tal presente?. Titubeante, estiró la mano con lentitud hasta alcanzar el regalo. Cuando lo tuvo, se acomodó de mejor manera para apresiarla con una vista preferente.

-Creo que cayó- Minho susurró.

Abrió la bolsa, dentro de ella había más cosas de colores y ruidosas.
Eran serpentinas de papel china, las cuales funcionaron como la mejor diversión, las estiraba y retorcía, algunas veces se rompieron.

Estira, tira tira.
Estira, tira, tira.

¡Que divertido!

Sus facciones se alzaron en sonrisillas infantiles. Tras el chupete balbuceaba y de vez en cuando rebotaba en las piernas de un tito que lo tenía bien aferrado de la espalda. En una de esas, se iba para atrás y adiós felicidad.

-Si hubiera sabido que te entretenerías con las serpentinas, mejor te regalaba una caja llenas de ellas. Me has salido barato.

Y es que al fondo del olvido había quedado su piedrita parlanchina de colores.

El papel era morado, como su pay de Zarza, ¿sabría igual de rico?

Mmm...

Chupar, chupar.
Saborear, saborear.
Vomitar, vomitar.

¡Iug!

Esas cosas no sabían cómo se veían. Sabían horrible, amargas como el té que bebía al enfermar.

Las botó de su boca, se pegaban a su piel y era difícil sacarselas de encima, más que nada por su poca coordinación. Minho le ayudó y cuando quedó libre de ellas, una gran mancha morada en su piel se había impregnado a los alrededores de su boca.