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2008

La frustración de Celeste no podía ser más grande. Se había quedado en su habitación todo el domingo, escuchando las risas y gritos de los comensales, que recién se habían marchado a las 6 de la tarde. 

Si bien la voz de Juan casi no había sonado, él era así, no solía mostrar sus sentimientos y menos en las reuniones sociales. Pero las pocas veces que se había asomado a su ventana, Jesica estaba a su lado sin perder oportunidad de rozar sus brazos o acortar la distancia. 

El lunes por la mañana, su mal humor continuaba. Se puso el uniforme a desgano y asistió al colegio, sintiendo que el tiempo no pasaba más. 

Llegó la hora de irse y, como solía hacer, se sentó en el portal de la casa lindera. Cuando iba a comenzar a leer su libro, una bocina la distrajo. Levantó la vista y en lugar de ver el auto de sus primos, el responsable de sus pesares se asomaba por la ventana, luciendo sus anteojos de sol y una remera blanca que resaltaba su rostro que comenzaba a lucir un tinte bronceado por el inminente verano que se acercaba. 

Lo miró intentando disimular el torbellino de sensaciones que tenía lugar en su estómago, pero no se levantó.

-¿No vas a subir?- le preguntó Juan sin siquiera saludarla antes.

-Estoy esperando a mis primos. - respondió ella con la misma sequedad que él había utilizado.

-Lamento decirte que no van a venir.- le dijo Juan con esa mueca de sonrisa que ella tan bien conocía. 

-Soy tu mejor opción.- agregó, intentando imitar el tono que alguna vez ella había utilizado.

Celeste se puso de pie emitiendo un bufido de fastidio, muy similar al que él solía hacer y subió al auto.

-¿Qué te pasó ayer? ¿Te sentías mal?- le preguntó Juan arrancando el auto.

-Algo así.- le respondió ella sin mirarlo. 

Ahora el fastidiado resultó él. Giró a la izquierda de manera brusca saliéndose de la ruta que los llevaba a su casa y Celeste se mostró sorprendida.

-¿A dónde vas?- le preguntó volviendo sus ojos a los de él. 

Pero él no respondió, continuó conduciendo por un rato hasta que llegaron al río. Estacionó y bajó del auto. Cuando vio que ella no lo seguía se asomó por la ventanilla.

-Debes tener hambre, te invito a almorzar.- le dijo bajando un poco sus gafas para regalarle aquellos ojos que tanto le gustaban.

-¿Por qué no invitas a tu novia mejor?- le respondió ella dándole la espalda. 

-Porque no tengo novia, o al menos todavía no tengo. -le respondió él con serenidad. 

Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Celeste, pero sin mirarlo aún agregó:

-Tu mamá no pensaba lo mismo ¿Y Jesica? - le dijo con la esperanza latiendo en su pecho. 

Juan se rió y ella no pudo evitar darse vuelta.

-¿Desde cuándo importa lo que piensa mi mamá?- le dijo al tiempo que una carcajada se escapaba de sus labios. 

-Me gustaría invitarte a almorzar, lo hubiese hecho ayer, pero me pediste que no le digamos nada a tus primos y te respeto. Ahora ¿querés almorzar conmigo?. - le dijo más calmado con la oculta esperanza de que ella aceptara. 

El hecho de que las palabras llegaran acompañadas de su mirada intensa resultaron irresistibles para Celeste, que prefirió no responder, pero bajó del auto y lo siguió hasta las mesas que ocupaban el deck a la vera del río. 

-¿Querés una hamburguesa? - le preguntó él tomando una silla y colocándola al lado de la que ocupaba ella. 

Celeste asintió y al notarlo tan cerca comenzó a recordar lo que había sentido al besarlo. 

Juan apoyó su brazo al lado del de ella y luego de ordenar la comida la miró con intensidad.

-Jesica fue mi compañera de colegio en Santa Fe. - dijo logrando la atención de Celeste.

-Me acompañó bastante durante la separación de mis padres. En ese momento yo estaba bastante enojado, más que ahora, imaginate. - le dijo con una sonrisa amarga. Celeste sin poder evitarlo entrelazó sus dedos con los de él, alentando a continuar.

-Me dejó de importar todo y ella se mostró interesada en ayudarme. Prácticamente hacía las tareas por mi y evitó que repitiera el año. - le explicó como si aquello no tuviera importancia. Celeste comenzaba a sentirse más celosa de lo que debería, no estaba segura de querer saber lo que seguía.

-Con el tiempo empezó a visitarme más seguido y en algún momento confundimos la amistad con algo más. - lo dijo sin arrepentimiento, pero también sin emoción. Celeste intentó soltarle la mano, pero él no la dejó.

-Pero no funcionó. Somos muy distintos y nunca llegué a sentir...- bajó la vista buscando las palabras adecuadas para continuar.

-Lo que me haces sentir vos.- le dijo acercando sus labios a su boca para besarla. 

Ella se sintió en las nubes, lo recibió feliz y deseosa. Lo besó como había soñado toda la noche anterior, cerrando sus ojos y dejándose llevar. 

Sintieron que la mesera dejaba la comida sobre la mesa y se separaron con una sonrisa y demasiado rubor en las mejillas. 

Compartieron el almuerzo y decidieron salir a caminar. Lo hicieron de la mano, deteniéndose en cada momento que quisieron para regalarse los besos más dulces al principio que fueron tomando intensidad, para atraparlos en una atmósfera de deseo creciente. 

Por primera vez, Celeste lo veía dispuesto a compartir algo de sí mismo. Le contó que había sufrido la separación de sus padres principalmente porque no la vio venir. La velocidad con la que su madre rehizo su vida tampoco colaboró. La llegada de una hermana pequeña a su edad le resultaba contradictorio, la amaba, no podía no hacerlo, y sin embargo le recordaba lo que él no podía tener. Sin embargo, la amargura llegó un poco después, cuando el novio de su madre consiguió trabajo en Rosario y él intentó quedarse con su padre. 

La negativa por parte de él, quien no había superado la partida de su madre, le resultó abrumadora. Se sintió abandonado y perdido.

-Y entonces los conocí a ustedes.- le dijo sentándose en el césped e invitandola a tomar asiento entre sus piernas para abrazarla como siempre había deseado. 

-Tus tíos, tus primos, volver a ver a Nacho. Vos.- le dijo mirándola con ternura y colocando un mechón de pelo detrás de su oreja. 

-¿Yo qué? Si apenas me hablabas. - le dijo ella divertida.

Él sonrió y volvió a besarla. 

-No tenes idea de todo lo que me haces sentir. - le dijo y continuó con pericia deleitándose con su boca y rozando con deseo su cintura. Sentirlo tan cerca despertó en Celeste una intensa necesidad de más. Estar juntos era mucho más hermoso de lo que había imaginado, todo su cuerpo reaccionaba a su tacto y nuevos deseos se dibujaban en su mente con cada beso. No deseaba que aquella tarde terminara, no deseaba que esa sensación terminara   

En ese momento llegó a la conclusión de que jamás se cansaría de él, sólo deseaba que él sintiera lo mismo. 

Otra tonta canción de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora