•|CAPÍTULO II|•

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Un joven ataviado con guantes de goma y un delantal con bordados apareció en la puerta. No pude decidir quién parecía más desconcertado en aquel momento. Definitivamente no esperaban visita.

— Dime por favor que no eres un cliente.— Su súplica casi susurrada junto con su expresión de pánico me resultaron hilarantes, casi me sentí reír.

Comencé a negar.— Me alegra informarte de que no, no lo soy.— Aquella respuesta lo hizo relajarse.— Estoy aquí por el anuncio.

Me acerque hasta la entrada de nuevo y saqué el periódico que había guardado en el bolsillo de mi chaqueta. Lo desdoblé y busqué su apartado, después se lo mostré. Sus ojos se abrieron con asombro y me dió un vistazo, fue entonces cuando se percató de la vaina que colgaba de mi cintura. Una persona normal no iría armada por la calle, estaba claro que era una agente.

— Vaya... Esto es de lo más inusual — murmuró para si, pero pude escucharlo.

—¿Hay algún problema?— cuestioné preocupada y molesta al pensar que quizás ya habrían ocupado el puesto.

—Eh...—Su mirada viajó hasta la calle detrás de mí, ya era prácticamente de noche, aquella conversación era de todo menos segura.

—Soy consciente de que es muy tarde.—Suspiré con cansancio, no esperaba que anocheciera antes de terminar con el plan de buscar agencia.— Mira, soy buena, tengo todo en regla y te prometo que merecerá la pena. Solo... Deme una oportunidad, señor Lockwood.

— ¡Yo no soy Lockwood!— exclamó casi con molestia. Bajo la mirada al suelo y empezó a negar, luego suspiro y sus ojos volvieron a los míos.— Bien, adelante. De todas formas no es seguro estar fuera.

El joven de tez aceituna se hizo a un lado para dejarme entrar, luego cerró la puerta detrás de nosotros.

—Como puedes ver, no esperábamos visita— comentó casualmente mientras levantaba las manos dejando ver mejor sus guantes de limpieza.— Lockwood ha salido hace rato pero debe estar al caer.— Su explicación hizo que mis músculos se relajara suavemente, no iba a descartarme inmediatamente.— Deja tus cosas en el banco y sígueme.

Me señaló un pequeño banquillo de madera que había justo en la entrada, donde había una pequeña montonera de zapatos y abrigos. Deposité la bolsa en el suelo, al lado del improvisado ropero, y seguí al chico sin soltar mi arma. No iba a ninguna parte sin ella. Él me miró de reojo y de adentró en una habitación a mano izquierda, era la cocina.

—Me has pillado haciendo limpieza y eh... Lucy debe estar en su habitación. Toma asiento.— Su rápida explicación me hizo funcir el ceño ya que en ningún momento había dejado de moverse de un lado a otro recogiendo. ¿Dónde demonios me estaba metiendo?

— ¿Y tú nombre es?— pregunté alzando una ceja. Aún no nos habíamos presentado.

—Oh, si. Soy George. Karim. George Karim, un placer— dijo mientras extendía una enguantada mano mojada en mi dirección. Lo miré con confusión y el pareció darse cuenta por lo que sonrió y la bajó.

—Dianne Crimson. Mucho gusto.

—¿Crimson? Me suena... ¿De que me suena?— cuestionó tratando de hacer memoria.— No es un apellido muy usual.

“¿Probablemente porque ese apellido apareció hace un mes en todos los periódicos bajo el titular de TERRIBLE TRAJEDIA RURAL?” Aquel pensamiento jamás hizo camino a través de mis labios.

—Tienes razón, no es muy usual, pero tampoco único— comencé tratando de elaborar una pequeña escapatoria.— Quizás alguna vez lo escuchaste y acabas de recordarlo.

Por su leve asentimiento pareció estar de acuerdo. Se giró para terminar de recoger con un papel todo lo que quedaba de espuma sobre los fogones y se quitó los guantes para dejarlos cuidadosamente colgados en un armario debajo del fregadero. Después volvió a mirarme y me regaló una pequeña tímida sonrisa.

—¿Quieres algo de té mientras esperas?— ofreció educadamente.

—Eso sería genial, gracias.

Rápidamente tomó una vieja tetera de una de las alacenas superiores y la llenó de agua, luego la llevó al fuego recién limpiado y comenzó a calentarlo. Un pequeño silencio se instaló en la cocina mientras que esperábamos a que preparara el té y pudiera tener una excusa para mantener mi boca ocupada. Por obra y gracia del destino, el terrible e incómodo momento se vio interrumpido por el sonido de unos apresurados pasos que parecían bajar por las escaleras que había visto al final del recibidor. La puerta se abrió y una muchacha joven de cabello castaño corto entró en la estancia como un huracán.

—¿Qué vamos a cenar George? ¡Me muero de hambre!— exclamó mientras se acercaba a él sin reparar en mi presencia.

—Creo que eso puede esperar. Tenemos visita— respondió asintiendo hacia mi, luego se volvió para sacar la tetera del fuego.

La chica me observó con detenimiento y juro que pude escuchar los engranajes de su cabeza mientras trataba de deducir quién era yo. Rápidamente se giró hacia el que rápidamente supuse que era su compañero y lo miró de manera acusatoria.

—¡George Karim! ¿Lockwood y tú estáis tratando de reemplazarme? —cuestionó con los puños apoyados en sus caderas tratando de parecer amenazante.— ¿Tan pronto? ¡Ni siquiera hemos tenido un caso en condiciones!

—Relájate, ¿quieres? —pidió el moreno mientras dejaba una taza humeante delante de mi. La olí, era de jengibre.— Nadie esperaba que viniera. Se trata de un malentendido, pero no iba a dejarla en la calle. Ha oscurecido ya.

Al oír aquellas palabras mi cabeza se alzó velozmente y los contemplé a ambos con la duda estampada en mi rostro.

—¿Malentendido? ¿Por qué es un malentendido?— pregunté en un tono de voz casi demandante. ¿Qué demonios?

El muchacho lo meditó por un momento antes de darme una respuesta.— El anuncio que me has mostrado es de hace cinco días, el puesto ya está cubierto.— Para aclarar su punto señaló a la chica. Ella era la nueva incorporación.

Me recosté en la silla, completamente derrotada. ¿Desde cuándo un períco cuesta solo diez peniques? Desde que es un periódico de hace cinco días, lista. Abracé la taza con ambas manos y disfrute el calor que me brindaba. La temperatura de mi cuerpo acababa de bajar varios grados. Un muerto hubiera parecido más vivo. Todas las esperanzas que me quedaban fueron hechas una pelota y lanzadas al pulcro cubo de basura que reposaba en la esquina.

Sentí la mirada de los jóvenes sobre mi. Suspiré. Tomé el té de un sorbo, abrasando mi garganta en el proceso y me puse en pie. Alcé la vista y contemplé a ambos con el semblante serio. No me sentía con ánimos de sonreír.

— En ese caso...— murmuré mientras caminaba rodeando la mesa y acercándome hacia la puerta.— Muchas gracias por el té George. Ha sido un placer...¿Lucy?— Ella asintió.— Debería marcharme antes de que el señor Lockwood llegue. No deseo importuraros más.

A una velocidad fuera de lo normal me deslicé por el arco de la puerta hasta el recibidor, rápidamente atrapé mi bolsa lista para irme. Ya había hecho suficiente el ridículo. Podía escuchar la voz de George detrás de mi pidiendo que me detuviera, pero lo escuchaba todo tan lejano. La desolación atenúaba su voz y lágrimas de impotencia amenazaban con escapar de mis ojos cuando estaba a punto de alcanzar el pomo de la puerta. Sin embargo, esta se abrió antes de que pudiera terminar con todo aquello.

El señor Lockwood estaba en casa.

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¡Segundo capítulo! Espero que no haya decepcionado a nadie.

No se qué os está pareciendo hasta ahora. No puedo decir que vaya a tener un horario fijo para subir porque mis horarios de trabajo son una mierda, pero prometo subir siempre que pueda. Al menos un par o tres capítulos por semana. Si me da tiempo, más.

Comentad que os está pareciendo y por favor, votad para que sepa que lo apoyáis.

Bye ♥

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