•|CAPÍTULO XIV|•

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Anthony Lockwood

Me sentí miserable.

Me sentí miserable cuando traté de poner a Dianne en pie y estuvo a punto de caer, incapaz de sostener su propio peso. Completamente ida por el dolor y el agotamiento.

Me sentí miserable cuando la alcé en mis brazos y a pesar de todo lo que había hecho mal con ella, se aferró a mi camisa  buscando un apoyo.

Pero sobre todo me sentí miserable cuando George me dejó saber que ella estaría más segura a su lado y prefería ser él quien la llevará al hospital.

Negué.

— Era mi responsabilidad asegurarme de que tanto ella como Lucy estuvieran seguras antes de que el DICP me llevará a la central— expresé con un tono de voz más amargo de lo que realmente me hubiera gustado.— Es hora de que tome la responsabilidad que me corresponde.

Sentí el asombro de George al escuchar mis palabras. No sólo me refería al estado de salud de Dianne y él se había percatado de ello. Decidí no ahondar en el asunto y me dirigí hacia puerta de la casa.

Con ayuda de Lucy, llegamos a la calle y conseguimos tomar un taxi que nos llevara a la chica y a mi al hospital. Ellos nos esperarían en casa hasta que tuviéramos noticias.

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Durante los veinte minutos que duró el trayecto, sentí a Dianne aferrarse a mi, cada vez más fuerte, expresando con pequeños quejidos su malestar.

Durante los veinte minutos que duró el trayecto, me permití dejar de ser el campullo integral en el que me había convertido cada vez que trataba con ella y la abracé con fuerza, tratando de proporcionarle algo de consuelo.

Durante los veinte minutos que duró el trayecto, me sentí morir en dos ocasiones. La primera, cuando el apósito de su cabeza falló en retener la sangre que emanaba de la herida y empezó a gotear por su rostro y su cuello. La segunda, cuando finalmente cayó inconsciente contra mi pecho en el mismo instante en el que el conductor aparcó en la zona de urgencias.

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El "tic, tac" del reloj de la sala de espera estaba comenzando a crispar mis nervios .

Médicos, enfermeras y auxiliares de enfermería caminaban apresuradamente de un lado al otro del hospital. Pero nadie me decía nada. Nadie me daba las respuestas que necesitaba.

Resoplé mientras frotaba mi rostro tratando de alejar el agotamiento que empezaba a clavarse en los músculos de mi espalda, que habían estado en tensión desde que habíamos llegado un par de hora atrás.

Se la habían llevado para hacerle pruebas y por algún motivo que no llegaba a entender, no estaba bien con eso.

Me había repetido a mí mismo mil veces que era para eso para lo que habíamos venido hasta aquí. Pero el rastro de calor que había dejado su cuerpo en mis brazos, estaba comenzando a desaparecer y mi angustia crecía más y más cada vez que sentía una ráfaga de aire frío acariciando mi piel.

Sin embargo, a pesar de las punzadas que sentía en mi pecho, lo que más me atormentaba en aquel instante, era mi propia mente.

Había tenido tiempo de sobra para pensar. Tiempo de sobra para interiorizar cada hecho acontecido en los últimos meses y sobre todo, en las últimas horas.

Dianne había tomado una responsabilidad que no le correspondía tomar. Había demostrado que era una mujer madura y sensata capaz de tomar decisiones difíciles. Había trabajado sin descanso durante dos meses para hacer lo que yo no había sido capaz de hacer. Había conseguido sacar adelante la empresa, manteniéndola a flote, a pesar de la infinidad de deudas en las que llevábamos meses ahogándonos.

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