•|CAPÍTULO I|•

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La realidad me golpeó en el momento en el que puse un pie fuera del tren. Estaba en Londres, a más de cien millas de mi casa. Sentí como mi corazón comenzó a latir rápidamente, como un sudor frío resbalaba por mi nuca y como los dedos se me entumecían. Los nervios que no había sentido al partir de la estación de Glastonbury, habían decidido aparecer de repente.

Inspiré profundamente y cerré los ojos intentando controlar mi ritmo cardiaco. Todo iba a estar bien, aquella había sido mi decisión. Podría haberme quedado en mi pequeño pueblo pero, en su lugar, había huido sin mirar atrás y seguía creyendo que aquello había sido lo correcto. Si de verdad quería seguir adelante, aquella era la manera.

Con un nuevo chute de valentía corriendo por mi sistema, eché a andar por la estación en busca de un kiosco donde pudiera adquirir un mapa de la ciudad y algún periódico. Afortunadamente fuera de la estación encontré lo que necesitaba. Afiancé el agarre de la bolsa de viaje que cargaba en mi hombro y ajusté la vaina enganchada a mi cintura. En ella, bien guardada, estaba el arma que utilizaba para defenderme de los visitantes. Pude observar como a mí alrededor, nadie parecía percatarse de mi presencia y comprendí, que a pesar de que se trataba de una gran ciudad, Londres no estaba exenta de las consecuencias de El Problema. Lo que colgaba de mi cinturón no era un espadín de agente al uso y sin embargo nadie se había sorprendido por ello.

Tomé una bocanada de aire en el exterior y mis pulmones agradecieron el acto. Desde el incendio era como si siempre estuviera sin aliento.

El incendio...

La sensación del denso humo entrando a mi sistema respiratorio, el calor abrasador de las llamas clavándose en cada centímetro de mi piel, el terrible hedor a carne calcinándose... Todos los recuerdos de aquella noche atormentaban mi mente a diario. ¿Algún día resultaría más fácil?

Sacudí mi cabeza tratando de eliminar todos aquellos pensamientos y me encaminé hacia el hombre que vendía la prensa. Tomé uno de los mapas más grandes y detallados que pude encontrar, y se lo tendí.

—Me llevaré esto y un periódico— pedí mientras mostraba una tenue sonrisa educada.

El vendedor me contempló con expectación y yo me quedé mirándolo unos largos segundos, a la espera. El hombre se impacientó.

—¿Qué periódico, niña?—cuestionó irónicamente señalando la gran variedad de la que disponía.

Suspiré. Si el resto de los Londinenses tenían en mismo carácter de mierda lo llevaba claro.

—El más barato.

Tras pagar, comencé a caminar en busca de algún lugar amplio donde pudiera sentarme y echar un vistazo al diario.

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Eran pasadas las doce del medio día cuando sentí rugir a mi estómago y decidí mirar el reloj. Había pasado las últimas tres horas revisando la sección de agencias del periódico en busca de todas las que pudiera encontrar en la ciudad y las iba marcando en el mapa. Lamentablemente, unas cuantas no estaban a una distancia asequible para ir a pie, por lo que tendría que gastar algunas libras en taxis. "Vaya malgasto de dinero", pensé. Una vez estuviera asentada, tomé nota mental de encontrar un vehículo decente y que no me saliera por un riñón. Londres era grande y lo iba a necesitar.

Con una ruta bien estructurada en mi cabeza para poder visitar el mayor número de agencias posibles antes del ocaso, decidí hacer una pequeña parada para comer y reponer fuerzas antes de salir.

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Dos sandwiches, cuatro taxis y siete agencias después, empezaba a perder la esperanza. Me estaba quedando sin opciones ya que en todas había sido rechazada.

Mi currículum era impecable, llevaba varias referencias de particulares y empresas para los que la agencia de mi familia había trabajado, todos casos en los que yo había participado activamente, por supuesto. Además, llevaba todos los permisos y certificaciones en regla, todos excepto uno: el acta de defunción de mis padres. Al parecer en su base de datos yo aparecía como agente trabajando para Crimson & Todd, la agencia familiar. Aunque no era ilegal trabajar para dos empresas, estaba mal visto que una agencia no tuviera la exclusividad del agente. Me había hartado de tratar de explicar a los administrativos que, con mis padres muertos, yo era la dueña de la agencia y que, aunque seguía dada de alta en la base de datos, no estaba activa. Crimson & Todd era todo lo que me quedaba de ellos y aunque ya no trabajaba en su nombre, quería conservar la empresa. No iba a deshacerme de ella.

Por ese motivo me encontraba delante de mi última oportunidad. Había quemado todos mis cartuchos, si aquello no funcionaba, tendría que buscar refugio para pasar la noche. Gracias al cielo, había pasado por algunos de los albergues comunitarios para salvaguardar a los indigentes de los visitantes, porque me negaba a gastar un penique en un hotel que me cobraría una fortuna por una mísera noche.

El letrero de la "prestigiosa" agencia Lockwood & Co se presentaba ante mi. Presidía una verja de hierro que guardaba el número 35 de Portland Row, una vieja casa que parecía a punto de caerse si soplabas con demasiada fuerza.

“Esta casa necesita unos mimos” Un pensamiento de lo más acertado a mi parecer.

A pesar de lo que dijera su anuncio en el periódico, jamás había oído hablar de ellos y estaba segura de que habían exagerado su presentación. Aquello era mejor que nada.

Crucé la verja, que emitió un molesto chirrido al abrirse y cerrarse detrás de mi, subí la escaleras del pequeño pórtico que conducía a la entrada de la casa y llamé a la puerta con fuerza. Nada. Ni una mísera respuesta. Volví a llamar para recibir exactamente lo mismo.

A mi alrededor la verdosa luz de las farolas anti-visitantes comenzó a iluminar la ciudad. El sol casi se había puesto y empezaba a ser peligroso estar en la calle. No conocía la seguridad de Londres, pero estaba segura de que aquello sería carnaval comparado con la poca actividad que había en las calles de Glastonbury al anochecer.

Me alejé de la puerta para observar la fachada de la vivienda. Había una luz encendida en una de las habitaciones superiores así que, o no me habían oído y por eso no abrían, o eran perfectamente conscientes de que había alguien llamando a su puerta y habían decidido pasar. Preferí quedarme con lo primero.

Con paso firme, me acerque de nuevo y clavé los nudillos en la puerta con tanta fuerza que los sentí arder. De nuevo lo único que recibí a cambio fue silencio. Esperé un par de minutos y desistí. Resignada, me di la vuelta, dispuesta a marcharme.

En el instante en el que puse un pie en el último escalón, escuché el crugir de una cerradura y el suave sonido de una puerta abriéndose a mi espalda.

“ALELUYA"

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Aquí tenéis el primer capítulo. No es muy largo, lo sé, pero creo que es perfecto para un comienzo.

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