Según mis investigaciones, guardar un secreto puede ser tomado, muchas veces, como un acto de lealtad, como una cuestión de principios y, por qué no, de ética profesional. Cuando le contamos a alguien una situación personal es porque confiamos en que esa persona es digna de nuestra confianza.
Tenemos la certeza de que elegimos al adecuado para saber nuestra intimidad, en esa necesidad de desahogarnos que todos tenemos.
Asimismo, otras veces el problema no es a quién se lo contamos, sino lo que implica esa carga para nosotros y para nuestros confidentes, porque ellos también se verán afectados por nuestra revelación. Pero eso es una cuestión para otro día, no quiero aburrirlos con mis definiciones de catálogo.
Tengo un secreto y no creo que decírselo a otro ser humano sea una buena idea, me corrijo: es una mala, ¡muy mala idea! Por favor, ¡guárdenme también ese secreto!
***
Los recuerdos pueden ser imprecisos, como formas difusas que sobrevuelan los lugares más recónditos de mi memoria. Sin embargo, al levantar la alfombra, hay uno que sigue ahí, siempre presente, y que me tortura silenciosamente en mi inconsciente. Está grabado a fuego, un fuego casi imposible de apagar.
Muerdo mi labio, que ya está en carne viva, mientras los sucesos se reproducen en mi cabeza como un disco rayado que se queda estancado siempre en la misma nota distorsionada.
En la vida hay algunos rótulos que se adquieren y que, lamentablemente, nadie puede quitarte: buena estudiante, empleada del mes, el título de graduación, y el siempre escondido y merecido título de «victima». Esa etiqueta de la cual no le contás a nadie para evitar que te señalen. Los culpables suelen ser olvidados y los perjudicados quedamos marcados de por vida, dañados. Es una mancha de la cual no es nada fácil desprenderse. Son las reglas del marketing, siempre estigmatizando. Yo sé lo que soy y lo que viví, y no tiene por qué saberlo nadie más.
Tristemente, a mi pesar, siempre quedarán huellas por borrar, sin importar cuánto me esmere por hacerlas desaparecer, o, al menos, por esconderlas.
***
El miedo juega un papel muy importante en esta etapa de mi vida, es más podría decir que hasta es necesario. Es la emoción primordial que me impulsa a superarme. No quiero sentir miedo, sin embargo, es lo que me mantiene cuerda. En fin, ¡cada loco con su tema!
Todos estos pensamientos siempre están enredados en mi mente, y, aunque intento soltarlos, pincharlos como a un globo, resultan peores que las velas mágicas de los cumpleaños.
Pensar que una va por la vida creyendo que puede leer a una persona, que puede conocerla por cómo está vestida, por su peinado o por los gestos que hace al hablar. La verdad es que no tenemos ni una maldita idea de nada. Los lobos también visten a la moda.
Por eso intuyo que amo tanto mi trabajo: los adultos mayores siempre son más reales, tanto o más como las historias que tienen para contar. No escatiman en detalles, me ayudan a atravesar el velo y así poder conocerlos de verdad, como nadie lo ha hecho hasta que yo llegué a ellos o ellos llegaron a mí. Ninguno pierde nada en contarme sus historias, por el contrario, terminan reviviendo su pasado. En cierto punto, creo que lo hacen como una forma de irse de este mundo con la consciencia tranquila de que al menos alguien sabe su secreto. Solo espero poseer una capacidad asombrosa de memoria o voy a tener que ir regalando anécdotas para liberar espacio. A veces pienso que, quizás, podría escribir sus memorias.
Me maravillo al saber que la edad no es un impedimento para disfrutar y hasta para enamorarse. Los mayores aún dan batalla, no lo tienen todo perdido. Sus historias son tan reales como las de cualquiera. En ese momento de sus vidas, los últimos quizás, los ilusiona simplemente el pasarlo bien.
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Cuando hable el viento
General FictionOriana es una joven de treinta y cuatro años que tiene una vida considerablemente tranquila; pero no siempre fue así. Ella guarda un secreto, uno del cual no está dispuesta a compartir, decir la verdad no le parece una opción. Se niega aun cuando...