Capítulo 10 Quitarse la venda de los ojos

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En la cita mas abajo te dejo el TW de este capitulo. Puedes decidir no leerlo para no hacer spoiler.

Aviso de contenido sensible ------------- Violencia sexual

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¿Por qué la gente no sabe guardar secretos?

Alguien incapaz de guardar un secreto es una persona ignorante e inmadura; eso es más que evidente, lo sé. Lógicamente, tampoco podrá resguardar su intimidad; obvio no posee la fuerza mental que implica la contención de reflexiones y de sentimientos. En mi opinión, no tiene respeto por la vida del otro como tampoco por la propia, amén de que sea o no consciente de ello.

***

Me despierto cuando siento la cama hundirse y huelo a alcohol. Él está acostado detrás de mí y me envuelve con sus fuertes brazos, manteniéndome apresada, a su merced.

—Ahora no quiero —intento disuadirlo.

—¡Sí que querés! Su voz es un susurro, pero en mi oído suena a gritos.

—Dejame en paz, por favor —ruego una y otra y otra vez.

Me doy vuelta para mirarlo la cara en la oscuridad. Su rostro está desencajado, por culpa de alguna sustancia. Retiro mis brazos de abajo de él y lo empujo lejos, al otro extremo de la cama.

No puedo más, ¡mierda! Estos recuerdos son cada vez más frecuentes, lejos de poder olvidar me persiguen, ya sea que esté despierta o dormida.

No quiero estar anclada ahí, a ese momento y a ese lugar. Quiero atravesar la angustia, procesarla y correr lo más lejos que pueda. Mi consuelo es repetirme incansablemente que cada minuto que pasa no lo puedo recuperar. Cada uno decide qué hacer con su tiempo. Yo no elegí lo que me pasó, pero sí puedo escoger qué hacer con eso. Mi combustible para seguir persiguiendo lo bueno es lo que quiero para mí. Miro la foto del viaje a Mar del Plata que está sobre la cómoda, esa Oriana joven me recuerda que viví tres vidas adultas a partir de ese momento.

El faro no es el final del camino, es el camino en sí.

***

Lo primero que veo cuando llego a la casa de Leticia es que ha ordenado su escritorio y, sobre él, había preparado una colección de libros para prestarme. En la cocina, me espera una taza de café y una magdalena de manzana de la panadería. No hay ninguna nota, pero sé que este es un gesto más que cariñoso de su parte. No pasa mucho tiempo para que se despierte de la siesta y me haga compañía.

—Yo pensé que era una persona pura, ¿sabes? De esas que no tienen maldad y nunca harían nada para lastimar al otro. —Mientras Leti vomita su discurso frente a la bacha de la cocina, la peculiaridad del relato me sorprende.

—¿Qué hizo?

Ante mi pregunta, su rostro se torna en un poema. Me dedica una mirada de enojo, con lo que comprendo que quiere explicármelo todo.

—Me lastimó, ¿qué más? Franqueó el presente con ojos vendados, quería que le dijéramos solo lo que ella quería escuchar.

—No entiendo. —Realmente su diatriba me confunde.

—Yo quise mostrarle la verdad y me excluyó.

—No todos pueden oír una verdad. —De pronto comprendí a qué se refería.

—Desapareció, así como así. Salió de mi vida con una explicación lastimosa. Yo sé que quitarse la venda de los ojos duele, pero más le va a doler darse cuenta de que fue ella misma quien se engañó.

Cuando hable el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora